Honduras

Nehemías Rodríguez, un milagro viviente

FOTOGALERÍA
06.07.2014

Concepción de María, Choluteca

Doña María Paula Méndez lanza un llanto agudo y conmovedor sobre el pecho de su hijo Nehemías Rodríguez, uno de los tres mineros rescatados de la tragedia de El Corpus, Choluteca.

“No llore, no llore, que Dios lo trajo sano”, le dice su esposo José Santos Rodríguez, mientras toma los hombros de su mujer y controla su sollozo, aunque más de alguna lágrima se escurre en la piel de su vástago, quien descansa en una afable hamaca.

Esa fue la conmovedora escena que presenció EL HERALDO al visitar al sobreviviente de la tragedia de El Corpus, en su humilde vivienda en el remoto sector de Quebrada Arriba, comunidad de La Joya, municipio de Concepción de María, Choluteca.

El equipo periodístico constató que la solidaridad, amor y cooperación de este pueblo no conoce barreras ni distancias, ya que se han volcado en una masiva y desbordante jornada de acción de gracias por la vida del querido minero.

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Regreso milagroso

Para llegar a la comunidad de La Joya, Concepción de María, desde la mina de San Juan Arriba, El Corpus, El Heraldo recorrió unos 40 kilómetros de terrenos escabrosos, caminos polvosos y empedrados quebrados, cruzando atajos y varias veces el río Tiscagua.

Las incontables vueltas y escondidos desvíos se traducen en un recorrido de aproximadamente tres horas, tarea que no se hubiera podido lograr sin la dirección de los amables y colaboradores pobladores.

Pero para llegar al sector de Quebrada Arriba hay que realizar un trayecto a pie de unos 35 minutos, a través de una cuesta repleta de sembradíos de frijoles verdes y elotes, bajo un estremecedor sol.

En ese sentido, el traslado de Nehemías, quien fue dado de alta el pasado sábado al mediodía, se convirtió en una titánica labor, a raíz de su delicado estado con un esguince en su pie derecho y lesiones leves en brazos y el cuello.

Por ello, los familiares y amistades cargaron a Nehemías en una hamaca en el empinado camino, con la única convicción que pudiera regresar a su hogar.

Alegría y llanto

Cuando EL HERALDO llegó a la casa, el sobreviviente descansaba plácidamente en su humilde hamaca, recostado levemente hacia su izquierda, con el pie derecho enyesado tendido hacia arriba, mientras sostenía una suave almohada.

A pesar de haber permanecido 45 horas en las entrañas de la tierra, el joven de 27 años demuestra una lucidez completa, pero reprime recuerdos de su estadía en la mina, y una fortaleza reflejada en su corpulenta contextura moldeada por el trabajo duro.

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Mientras Nehemías platicaba con nosotros, sus tímidos hijos de pupilas magnéticas, Allan Josué (4) y Yessica (8), se aproximaron a él, quien los envolvió con su brazo izquierdo y los acercó a su cuerpo.

Su esposa Dania Munguía (26) quiso completar la escena familiar, al presumir desde atrás de la hamaca su vientre con ocho meses de embarazo y luego fundirse en un beso con el obrero.

“Estoy muy alegre de estar con mi familia. Dios tiene un propósito y me dio otra oportunidad a mí”, confesó Nehemías, quien promete seguir luchando por su familia.

Nuestra visita también coincidió con la llegada de decenas de familiares, amistades, compañeros y conocidos de otras partes remotas, quizás con más de tres horas de camino, para desarrollar un culto.

La pequeña casa de adobe, únicamente alumbrada por un foco que colgaba improvisadamente de las tablas del techo y la luz natural de una diminuta ventana, resultó insuficiente para todos.

Maryorie Reyes, miembro de la iglesia Cristo Viene, reunió a todos los presentes alrededor del minero convaleciente e invitó a inclinar el rostro para comenzar la oración, mientras un ambiente religioso envolvió la habitación.

“Gracias a Dios porque nos ha permitido estar con él, por el privilegio que volviera con vida este hijo y regresara con su familia”, exclamó la señora, mientras los demás elevaban sus brazos al cielo o llevaban sus manos al pecho.

Dios no me engañó

Instantes después, don José Santos Rodríguez apareció con su esposa, María Paula Méndez, para contemplar nuevamente a su vástago, considerado como una prueba de fe.

“Desde la mañana que llegamos a la mina y un periodista me preguntó si creía que mi hijo iba a estar con vida, le dije: ‘Tengo la seguridad que sí’. Y Dios no me engañó”, recordó con una sonrisa y un semblante de devoción.

Doña Paula no fue tan fuerte y se arrojó al pecho de Nehemías para derramar inquietantes lágrimas de consuelo; y con su porte recio y vigoroso, su esposo la controló, para que luego sus hermanos platicaran con él.

“Hemos estado en oración desde ese día, como iglesia unida. Hay que dar gracias porque este muchacho nació de nuevo, es un milagro viviente, como una obra de Dios que realizó a nuestra vista”, reflexionó Cecilio Vásquez, predicador de la comunidad.

Y con el ánimo conmovido, el minero externó que “estoy muy feliz, gracias a toda la gente que ha llorado, pedido y orado por mí estos días, a todo el pueblo hondureño por preocuparse por mí, estoy dándole gracias a Dios”.