Ver caer a su abuelo bajo las llantas de un carro cisterna mientras vendían verduras en el mercado, lo marcó. Guelo, apodo que recibió en la calle y por el que él prefiere lo llamen, pasó de ser un niño alegre a alguien deprimido, solitario, que aún sueña con ver de nuevo la cara de ese hombre al que ama con todas sus fuerzas, pero que dejó este mundo para siempre.
La calle entendió la frustración que su familia no y aunque en casa estaba la comida y el techo, el vacío no dejaba de existir en su corazón. Ya son ocho años de esa primera noche fuera de casa, su primer droga, el tiner, lo que probó y lo durmió por más de 18 horas; cuando se levantó no sabía lo que había pasado, luego vino el resistol, pero bien, nadie está para juzgar.
Su hogar es un colchón en la esquina opuesta a la Unidad Metropolitana Policial (Umep) #1, ubicada en el barrio Los Dolores de la capital de Honduras, ahí lo comparte con 10 niños más, su familia.
Un día perfecto para Guelo es lograr comer tres tiempos, pero con dos está satisfecho, una potra en el campo Motagua, donde irónicamente le tomó amor al equipo más grande de Honduras y donde desea poder mostrar todo el talento que tiene, el Olimpia.
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Guelo tal vez sueña demasiado, pero por qué detenerlo si aún hay brillo en sus ojos, la maldad no entra en su corazón, él es un niño que ríe mientras patea un balón en medio de la calle a altas horas de la noche simulando celebrar un gol que cambie su vida.Ahí en esa calle en penumbras se confesó. Sus tres sueños: aprender a leer y escribir, conocer a Michaell Chirinos, jugador del Olimpia, y uno más que escondió por temor a que no se le cumpla, pero por el brillo en sus ojos tiene que ver con la muerte de su abuelo.
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Va uno y faltan dos...
Un Honda Civic gris se acercó, Guelo pensó en todo menos en lo que se le venía. Una pausa, la puerta se abrió y una inmensa alegría inundó su piel; Michaell Chirinos, su ídolo blanco, llegó a su hogar en la esquina de la Umep.
La sonrisa del niño fue simplemente mágica; corrió por un estrechón de mano y recibió un fuerte abrazo cargado de humildad de parte del jugador.
Lo miraba de pies a cabeza, tal vez pensó que era un sueño, pero no. Otro abrazo y de inmediato la petición: su autógrafo, fotos y más fotos, sonrisas. Chirinos se acurrucó y le contó todo lo que tuvo que pasar para ser el jugador que hoy es.
Guelo le pidió casi con lágrimas en los ojos que siempre fuera humilde, Chirinos lo abrazó, le dijo un secreto que, asegura, esta historia no termina aquí...
Un héroe con su ídolo
Una vez que lo abrazó, le preguntó su nombre, se agachó y le contó cómo en repetidas ocasiones fue despreciado en las reservas hasta el punto de querer dejar de jugar fútbol.
Le dijo que pese a estar triste nunca dejó de soñar, eso sí, le pidió que dejara algunos de sus vicios para comenzar a perseguir sus sueños, además le prometió llevarlo a un partido del Olimpia en el Nacional junto a él, eso y depende de cómo mejore su comportamiento para brindarle una oportunidad y así que puede probarse en las reservas.
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Tras escucharlo, casi con lágrimas de alegría el niño no salía del asombro, le habló a Chirinos sobre lo dura que es la calle, sus sueños de salir adelante y el amor que tiene por la camiseta blanca. Guelo no pidió mucho, se limitó a escuchar a su ídolo, en su mente tal vez pasó la imagen de verse junto a él atrás de un balón.
Una oportunidad para educarse un poco y salir de la situación en la que está, eso es lo que desea el pequeño seguidor del León.