En las agitadas aguas oscuras del océano, Alam Jafar podía ver a su hijo de siete años que desesperadamente trataba de respirar. Nunca lo había visto gritar tan fuerte: no sabía nadar.
“¡Papi, ayúdame!”, decía el pequeño.
Jafar y su familia se habían montado en un pequeño bote pesquero repleto de refugiados de Mianmar que intentaban llegar a Bangladesh. Eran parte del éxodo humano más grande que vive Asia desde la guerra de Vietnam, más de 500,000 musulmanes rohingya que le escapan a turbas y soldados budistas.
Lo que sucedió después a escasos 300 metros (1000 pies) de la playa le costaría la vida a al menos 50 personas, la mayoría de ellos niños, en la peor tragedia de su tipo desde que estalló la crisis a fines de agosto. A partir de entrevistas con más de una docena de sobrevivientes la Associates Press reconstruyó lo sucedido a fines de septiembre.
Hace pocos meses, en respuesta a ataques de insurgentes rohingya en Mianmar, turbas apoyadas por las fuerzas de seguridad comenzaron a quemar localidades rohingya enteras. En septiembre, Jafar, un campesino de 25 años, se despertó en medio de tiros y gritos. Afuera se veían llamas a la distancia. Familias enteras empezaron a irse.
“¿Cómo te puedes ir y dejar todo?”, preguntó su esposa Tayiba Khatun entre llantos cuando Jafar dijo que había que marcharse.
“No teníamos otra alternativa”, le dijo Jafar. “Nuestras pertenencias no nos van a salvar la vida”.
Con sus tres hijos a cuestas, incluidos mellizos recién nacidos, se sumaron a la caravana de familias que se van. Caminaron dos días hasta llegar finalmente a la costa, donde encontraron miles de refugiados acampados en la playa.
Cuando aparecieron una docena de botes pesqueros de Bangladesh, Jafar y su familia se subieron rápidamente a uno.
Uno de los que subieron contó 80 personas, incluidos unos 50 niños. El bote partió por el río Naf con destino a Bangladesh.
Pasó una hora. Luego dos.
El tiempo comenzó a empeorar y se desviaron mucho del camino, internándose en el océano.
“Estamos perdidos”, dijo el capitán del bote.
Los refugiados se pusieron a rezar. Jafar escuchaba a su esposa sollozar.
A las pocas horas, alguien divisó las luces titilantes de un barco grande a la distancia. Agitaron sus pañuelos y gritaron tratando de llamar su atención.
Treinta minutos más tarde las luces habían desaparecido.
Al amanecer se acentuó la preocupación. Solo se veía agua alrededor.
La esposa de Jafar se irritó con su marido.
“¡Mira en lo que nos metiste! ¿Todo para qué?”.
Al rato el capitán dijo que el barco no podía resistir tanto peso y tiraron bolsos pequeños y botellas al mar.
Jafar y su esposa comenzaron a pensar lo impensable.
“Por favor perdóname si alguna vez te fallé”, le susurró Khatun a su marido.
El bote se agitaba fuertemente y ellos se dormían por momentos. Hasta que alguien gritó: “¡Es allí! ¡Es allí!”.
Jafar pensó que estaba soñando. Pero cuando se levantó vio que asomaba la cima de una colina entre las nubes.
“Bendito sea Alá, sabe dónde estamos”, dijo Khatun.
Mientras el bote se dirigía a la costa, comenzó a soplar un viento fuerte. El cielo se oscureció y empezó un diluvio.
Poco después, hacia las tres y media de la tarde, se paró el motor.
El boque quedó a merced de las olas., una de las cuales lo hizo volcarse.
Jafar cayó al mar, con los mellizos atados a su pecho con un longui, una prenda típica de la región.
Apenas podía ver lo que pasaba a su alrededor, pero divisó a su esposa y su hijo. Escuchó que Mohamed gritaba, “¡papi, papi, ayúdame!”.
Los perdió de vista luego de una segunda ola inmensa.
Durante media hora Jafar trató de nadar de espaldas contra la corriente. Pero el oleaje y el peso de los mellizos lo hundían. No sabía si los niños estaban vivos.
Estaba agotado. Cuando se dio cuenta de que no podía más, se desató el longui y soltó a los mellizos.
Finalmente pudo llegar a la playa y se desmoronó.
“¿Dónde estoy?”, le preguntó a un desconocido.
“Hermano, estás en Bangladesh”, le respondió el hombre.
Buscó desesperadamente a Khatun, Mohamed y los mellizos.
Hasta que encontró sus cadáveres tendidos en la playa y no pudo contener el llanto. Habían sido recuperados por personal de rescate.
De los aproximadamente 80 refugiados que se cree se subieron al bote el 28 de septiembre, se sabe de 24 sobrevivientes.
La policía recuperó 23 cadáveres. El resto, la mayoría niños, según se especula, están desaparecidos y probablemente se ahogaron. Son parte de los 184 rohingya que fallecieron tras volcar los botes en los que trataban de llegar a Bangladesh desde agosto.
Jafar no puede dejar de pensar en lo sucedido.
“¿Por qué traje a mis hijos y los dejé morir en el agua?”, se pregunta. “Hubiera sido mejor si yo también me moría”.
La fosa común donde su esposa e hijos están enterrados no se encuentra muy lejos. No tiene nombres. Solo tres hojas de palmeras clavadas en la tierra.
Lea además: Guatemala rinde culto a santo de prostitutas y pandilleros