El pasado agosto, durante una reunión en la Oficina Oval, el presidente estadounidense Donald Trump hizo una pregunta que sobresaltó a sus asesores: dado que la situación en Venezuela amenaza la seguridad regional, ¿por qué Estados Unidos no puede invadir el país sudamericano?
La pregunta dejó atónitos a los presentes en la reunión, entre ellos el secretario de Estado, Rex Tillerson, y el asesor de Seguridad Nacional, general H.R. McMaster, que ya no forman parte del ejecutivo estadounidense.
El relato hasta ahora desconocido de la conversación procede de un alto cargo del gobierno familiarizado con lo que se dijo entonces, que habló bajo condición de anonimato por lo delicado del asunto.
En una conversación que duró unos cinco minutos, McMaster y otros, hablando por turno, explicaron a Trump las consecuencias negativas de una invasión, que le costaría a Washington el apoyo de los gobiernos latinoamericanos, ganado con gran esfuerzo, solo para sancionar al presidente Nicolás Maduro por llevar a Venezuela por la senda de la dictadura.
Pero Trump tenía una respuesta. Sin dar el menor indicio de que iba a ordenar la elaboración de planes militares dijo que había varios ejemplos de lo que consideraba el uso exitoso de la fuerza en la región, según la fuente, como las invasiones de Panamá y Granada en los 80.
La idea de la opción militar seguiría rondando por la cabeza del presidente a pesar de los intentos de sus asesores de aplastarla, y volvería a plantearla en dos ocasiones más con líderes latinoamericanos.
Al día siguiente, 11 de agosto, Trump provocó asombro en amigos y enemigos por igual al hablar de una “opción militar” para derrocar a Maduro. Al principio se consideró estas declaraciones públicas como la clase de bravata marcial que cabía esperar del astro de la TV reality convertido en comandante en jefe.
Pero poco después, habló del asunto con el presidente colombiano Juan Manuel Santos, dijo el funcionario. Dos altos cargos colombianos confirmaron la información, hablando bajo la condición de anonimato para evitar contrariar a Trump.
Vea: Ivanka Trump, la hija favorita de Donald Trump
Y en septiembre, durante la Asamblea General de la ONU, Trump volvió más extensamente sobre el tema en una cena privada con Santos y otros tres aliados latinoamericanos, dijeron las mismas tres fuentes e informó la revista por internet Politico en febrero.
Según el funcionario estadounidense, se le dijo específicamente a Trump que no hablara del asunto, el cual tendría una mala repercusión, pero lo primero que dijo el presidente durante la cena fue: “Mi personal me dijo que no hablara de esto”. A continuación, preguntó a cada presidente si estaba seguro de que no quería una solución militar, dijo el funcionario, y añadió que cada uno respondió a Trump claramente que estaba seguro.
Finalmente, McMaster explicaría al presidente en una conversación a solas cuáles eran los peligros de una invasión.
En conjunto, estas conversaciones de trastienda, de las que no se había informado previamente en detalle y en toda su extensión, revelan cómo la crisis económica y política venezolana ha recibido una atención en la cima que hubiera sido inconcebible durante la presidencia de Barack Obama. Pero según sus detractores, pone de manifiesto cómo la política exterior de “Estados Unidos primero” a veces puede parecer directamente temeraria y dar argumentos a los enemigos del país.
La Casa Blanca se negó a hacer declaraciones sobre las conversaciones privadas. Pero un vocero del Consejo de Seguridad Nacional reiteró que Estados Unidos estudiará todas las opciones a su disposición para ayudar a restaurar la democracia y llevar la estabilidad a Venezuela. Bajo la conducción de Trump, Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea han aplicado sanciones a decenas de altos funcionarios venezolanos y el mismo maduro, a los que acusan de corrupción, narcotráfico y violaciones de los derechos humanos. Washington ha aportado más de 30 millones de dólares a los vecinos de Venezuela para ayudarlos a absorber más de un millón de migrantes que han huido del país.
Para Maduro, que denuncia desde hace tiempo que Estados Unidos tiene planes militares para apoderarse de Venezuela y sus enormes reservas petroleras, las declaraciones belicosas de Trump le permitieron recuperar, aunque por poco tiempo, algo de la popularidad perdida justamente cuando se lo culpaba de la escasez de alimentos y la hiperinflación. Pocos días después de las declaraciones del presidente sobre la opción militar, Maduro envió a sus leales a las calles de Caracas para condenar la beligerancia del “emperador” Trump, ordenó ejercicios militares en todo el país y amenazó con la cárcel a los opositores que, según él, conspiraban con Washington para derrocarlo.
“Si se diera el supuesto negado de mancillarse el suelo patrio, los fusiles llegarían a Nueva York, señor Trump, tomaríamos la Casa Blanca, (porque) hasta Vietnam se quedaría pequeño”, rugió Nicolás Maduro, hijo del presidente, en la Asamblea Constituyente, integrada por partidarios del gobierno.
Hasta los aliados más acérrimos de Estados Unidos se vieron obligados a apoyar con renuencia a Maduro contra las palabras beligerantes de Trump. Santos, un firme partidario de los intentos estadounidense de aislar a Maduro, dijo que una invasión gozaría de cero apoyo en la región. La alianza aduanera Mercosur, que incluye a Brasil y Argentina, dijo en un comunicado que “los únicos instrumentos aceptables para la promoción de la democracia son el diálogo y la diplomacia”, y que repudiaba cualquier opción que implicara el uso de la fuerza.
Pero en el asediado movimiento opositor venezolano, la hostilidad hacia la idea de una intervención militar ha empezado a ceder.
Semanas después de las declaraciones públicas de Trump, el profesor de economía de Harvard y exministro de planificación venezolano Ricardo Hausmann escribió una columna de opinión titulada “Día D en Venezuela” en la que apeló a una “coalición de los dispuestos” integrada por potencias regionales y Estados Unidos a intervenir y dar apoyo militar a un gobierno designado por la Asamblea Nacional, dirigida por la oposición.
Mark Feierstein, encargado de asuntos latinoamericanos del Consejo Nacional de Seguridad bajo el gobierno de Obama, dijo que una medida espectacular de Washington en Venezuela, por aceptable que sea, no forzará a Maduro a soltar las riendas del poder si no la acompaña la presión desde las calles. Además, él considera que la represión de las protestas del año pasado, que dejó decenas de muertos, ha desmoralizado en gran medida a los venezolanos, y la amenaza de más represión ha obligado a decenas de dirigentes opositores a irse al exilio.
“La gente dentro y fuera del gobierno sabe que puede hacer caso omiso de mucho de lo que dice Trump”, dijo Feierstein, ahora un asesor sénior en el Albright Stonebridge Group, acerca de las declaraciones sobre una invasión militar de Venezuela.
“Lo preocupante es que generó expectativas entre muchos venezolanos esperanzados de que venga un actor externo a salvarlos”.