Ellas cumplen una doble función: la maternal y la pedagógica, con excelente resultado, dan a luz a sus vástagos y, en el proceso, les inculcan hábitos, destrezas, habilidades desde la más temprana edad que les servirán a lo largo de sus vidas. Mañana se celebra el día dedicado a las progenitoras, a quienes les debemos el ser y la existencia, la supervivencia cuando éramos criaturas indefensas, frágiles, expuestas a todo tipo de riesgos, necesitadas de sustento, abrigo, amor para poder sobrevivir y superar las enfermedades, peligros y acechanzas.
Ellas nos brindaron todo aquello que materialmente les era posible, no siempre pudiendo brindarnos dedicación exclusiva ya que, simultáneamente, debían hacer frente a requerimientos laborales para poder brindar alimentos y demás esencialidades al hogar, debiendo cumplir, en la lucha por la vida, el ser madres y a la vez asalariadas.
Al retornar al hogar, al concluir las horas dedicadas al empleo, nuevamente prestas para atender a su familia, ora con la colaboración y respaldo de la pareja, bien como madres solteras, procurándoles comida, vestuario, medicamentos, hasta asegurarse que habían recibido adecuadamente los cotidianos cuidados durante esas veinticuatro horas. Y así transcurrieron los días y las noches, hoy placenteras, mañana inciertas, de desvelo si enfermaban o ella quedaba cesante en su empleo.
¿Qué hacer entonces? Dilema existencial para miles de nuestras progenitoras. Que jamás ellas se vean obligadas a reprocharles a sus vástagos: “Hijo mío... no seas mi tormento”. Si nos hemos desviado en nuestra conducta personal y social, rectifiquemos cuando aún hay tiempo, retornando a ser una persona de bien, respetuosa y respetada, alejada de los vicios y pésimas compañías. De no hacerlo, nos estamos autodestruyendo, haciendo padecer a nuestra progenitora, acortando su tránsito por este mundo.¡Gratitud eterna para ustedes, madres y maestras!