(Uno de los mejores casos del H-3)
CRIMEN.
A Juan lo encontraron muerto dentro de su propio carro, a un lado de la calle de tierra que, detrás del plantel de la constructora Hasbum, en la colonia Cerro Grande, conecta con la carretera que baja a la colonia Casandra y al barrio El Chile.
Le dispararon de cerca, debajo de la oreja izquierda, y la bala, expansiva, se fragmentó dentro de su cabeza, destrozándole el cerebro y quitándole la vida en el acto.
En el bolsillo de su camisa la Policía encontró su BlackBerry, en un bolsillo de su pantalón su billetera de cuero, con siete mil lempiras adentro, un grueso anillo de oro en el dedo y un viejo y valioso Rólex de acero en la muñeca.
“Está claro que no lo mataron por robarle –dijo el H-3, a cargo del reconocimiento–; un solo disparo, hecho a unos quince centímetros de la cabeza. Hay humo de pólvora alrededor de la herida. Creo que el asesino sabía lo que hacía, y que viajaba con él en el carro. Creo que lo conocía”.
Hizo una pausa, dio una chupada larga al cigarro, y agregó:
“Tampoco se trata de un intento de robo del vehículo. Era fácil someter a este hombre, tomando en cuenta que le falta la pierna izquierda. No creo que se hubiera opuesto al robo. Tampoco me parece posible que él haya subido a un desconocido a su carro, si juzgamos su apariencia, su ropa, su 2.8, la esmeralda en su dedo y el Rólex en su muñeca”.
“Y los siete mil lempiras en su cartera”.
“Exacto. El asesino no vino a robar. Vino a matar, solamente”.
“¿Por qué?”
“Eso es lo que tenemos que averiguar”.
PISTAS.
“¿Qué más tenemos?”
“Un perfume Fendi, una muleta de aluminio, una laptop, dos pollos fritos de Pollolandia, un arroz chino, con camarones, dos botellas de vino, una de whisky Johnny Walker Red Label, jamón ahumado Carolina, dos cajas de condones Durex y dos pastillas azules, de Sildenafil. Además, un casquillo de bala de nueve milímetros y un calendario enrollado…”
“¿Nuevo?”
“Nuevo. Como si se lo acabaran de regalar”.
“¿De qué empresa?”
“De una muy especial –dijo el detective, extendiendo el calendario y exhibiendo un Lamborgini rojo en el que se apoyaba dulcemente una mujer joven que se tapaba los pezones con las puntas de su pelo rubio y el pubis con las manos entrelazadas coquetamente–. Es de una llantera”.
“¿Las llanteras regalan calendarios?”
“Esta sí”.
“Debe ser un buen negocio”.
“Pues, debe serlo. Es la que está cerca del aserradero Sansone”.
Hubo un instante de silencio.
“El calendario está nuevo –dijo el H-3, al cabo de un momento de reflexión, viendo la fotografía–, si pensamos como la víctima, no llevaría el calendario en su carro por mucho tiempo; mantenía su carro nítido y tal vez escogería otro tipo de calendario para colgar en su casa. Creo que se lo regalaron y no pudo rechazarlo, por elemental educación. ¿Cuándo se lo regalaron? Podría ser esta misma tarde, quizás llegó a reparar una llanta, tal vez era cliente… No sé. Hay que visitar la llantera antes de que se les enfríe la memoria a los muchachos. ¿Qué más hay?”
“Es todo”.
“Bien. ¿Dónde está el celular de la víctima?”
“Embalado”.
“¿Tiene carga?”
“Creo que sí”.
“Dámelo”.
Era un BlackBerry Bold 9000, con cubierta de hule negro, que olía suavemente a Fendi. El H-3 lo revisó.
“Hay que tomar nota –dijo, después de unos segundos–. Tiene veintinueve llamadas perdidas, del mismo número. Anótenlo. Una llamada realizada a este mismo número a las doce y cuatro minutos. Le contestaron. Tiene una llamada recibida de este otro número, a las doce y treinta y dos minutos. La respondió y habló solo diez segundos. Después de esto, no hizo ninguna llamada y solo están las llamadas perdidas… Hay que llamar a nuestra amiga para que nos ayude con el nombre de los dueños…”
“¿Se lo vas a decir al fiscal?”
“El fiscal me va a decir que lo haga a mi
manera porque el juez se va a tardar un milenio en dar la orden para el vaciado. Hacé la llamada”.
La tarde era fresca.
A lo lejos, un manto de nubes grises avanzaban despacio en el cielo y leves ráfagas de viento levantaban pequeños remolinos de polvo a los pies del detective. Este suspiró, lanzó la colilla que se estaba fumando hacia el abismo y se subió al Toyota doble cabina, de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC).
“Vamos a la llantera”.
LA LLANTERA. El H-3 se identificó, soltando dos columnas de humo apestoso por la nariz.
“Faltan tres minutos para las tres de la tarde –le dijo a un muchacho de camisa sucia y desgreñado, que se afanaba con una rueda dentro de un barril con agua–. Poco después de las doce del mediodía, un cliente de ustedes pasó por aquí para que le arreglaran una rueda, en un 2.8 verde, nuevo. Tienen que recordarlo porque le faltaba una pierna, la izquierda, y ustedes le regalaron este calendario…”
El muchacho abrió los ojos, asustado.
“¿Qué le pasó a don Juan?”
“Juan se llamaba, es verdad. Pues, lo mataron hace unas dos horas y media, más o menos, en la Cerro Grande”.
“¡Púchala! Pero si acababa de irse de aquí…
Cayó en un bache y se le estalló una rueda. Siempre pasaba por aquí. Nosotros le ayudamos. Se bajó para platicar, con la muleta, usted sabe…”
“¿Iba solo? ¿Iba alguien con él en el carro?”
“No; iba solo. Cuando abrió la puerta el carro olía a comida bien rica y le dije que si iba a tener una fiesta, y me dijo que más o menos, pero que se estaba tardando porque el alcalde no podía reparar las calles y se había ido a un bache…”
“¿Recuerda qué hora era, más o menos?”
“Creo que eran pasaditas las doce…, yo no había comido y estaba esperando que mi compañero terminara”.
“¿Notó algo raro en él?”
“¿Cómo así?”
“Estaba enojado, triste, habló por teléfono?”
“Mire, oí que le sonó el celular y contestó. Solo habló un poquito”.
“¿Recuerda qué dijo?”
“Dijo: Ya estoy cerca. Esperame un par de minutos”.
“Excelente”.
TESIS.
Juan iba solo, reparó la llanta, le dijo por teléfono a quien lo esperaba que estaba cerca, lo que significa que se había citado con alguien, seguramente un hombre, dejó la llantera, agarró la calle a la Cerro Grande, donde vivía, pero en el camino recogió a la persona que lo esperaba, y siguió su camino. En algún punto y por alguna razón poderosa, se desvió, pues su casa queda después de la gasolinera, a la izquierda, y se metió a la calle de tierra. Quizás lo amenazaron con un arma, quizás le dijo su compañero que ya se orinaba y que se metiera a esa calle, aunque la casa estaba cerca, porque supongo que iban para la casa y que algo iban a celebrar, por la comida que llevaba, por el vino y el whisky y hasta por los condones y el Viagra.”
“No era Viagra”.
“El motor del carro estaba encendido, pero tenía la emergencia puesta y estaba desengranado. Esto podría significar que Juan se disponía a esperar a su acompañante en el momento en que este le puso la pistola debajo de la oreja y le disparó. Por desgracia, no se encontraron huellas digitales”.
“El celular es de Carlos Euberto Ríos Mendoza, con domicilio en la colonia Las Ayestas… Tiene dos fichas en la DNIC, una por violencia doméstica y otra por posesión de marihuana; dijo que era para su propio consumo”.
“¿A qué se dedica?”
“No sabemos”.
“¿Dónde podemos localizarlo?”
“Un equipo está haciendo su trabajo en la colonia Las Ayestas. Vamos a esperar”.
“Este caballero fue el que llamó a Juan cuando estaba en la llantera. Él fue el que lo esperaba y el que se subió al 2.8. El es el asesino. Pero ¿qué motivos tenía?”
“Tenemos algo sobre la víctima”.
“¿Qué es?”
“Era comerciante; compraba y vendía frutas y verduras al por mayor. Tenía cincuenta y dos años, estaba casado y tenía tres hijos, ya creciditos. Era diabético y hace dos años perdió la pierna después que se le agangrenó por haberse rascado una picada de zancudo. Estaba a punto de perder un riñón y era candidato a la hemodiálisis. Perdió más de cien libras en menos de seis meses. Dicen que no tenía enemigos y que se dedicaba al trabajo y a su familia. No prestaba dinero, no manejaba grandes cantidades, trabajaba con créditos y era bondadoso”.
“Buen trabajo”.
“Lo entierran hoy a las tres de la tarde”.
“Vamos a la funeraria. Quiero hablar con la esposa”.
“No ha querido hablar con nosotros”.
“¿Dijo por qué?”
“El dolor, el momento por el que está pasando, y bla, bla, bla”.
“¿Cómo es ella?”
“No tanto como la muchacha del calendario, pero tiene lo suyo… aunque ya pasa de los cuarenta y tantos…”
LA FUNERARIA.
Los amigos de Juan lo acompañaban, tristes y compungidos. Y eran muchos. Sus parientes estaban en una esquina, cerca del ataúd rodeados de flores, recibiendo las condolencias y secándose las lágrimas. La esposa, vestida de negro, con anteojos oscuros, un chal de seda en la cabeza, una cartera de charol, negra, colgando de un brazo y un pañuelo blanco en una mano, estaba sentada en una butaca de piel. A su lado estaba su hija menor, y de pie, cerca de ella, estaba un muchacho elegante que de vez en cuando le tocaba el hombro para consolarla.
“Es la viuda” –dijo un detective, que estaba infiltrado en el velatorio desde la mañana.
“¿Has notado algo?”
“Nada en especial, solo que ese muchacho no se separa de ella ni un momento…”
“¿Es su hijo?”
“No. Era amigo de Juan”.
“¡Ah!”
El H-3 lo miró de reojo, justo en el momento en que le decía algo al oído a la viuda y esta levantaba la cabeza, cubriéndose la boca con el pañuelo.
“Creo que sospecha algo –dijo el H-3–; la mujer se asustó con lo que le dijo él, por eso se tapó la boca con el pañuelo. Si te fijás bien, ahora él está inquieto, se metió
las manos a las bolsas del pantalón y está respirando con la boca, señal de ansiedad. Tengo una idea. Voy a mandar a alguien que no parezca poli para que se acerque a él, y lo voy a llamar por teléfono… No lo perdás de vista. Dos muchachos lo van a estar vigilando”.
“¿Qué sospechás?”
“No sé, pero me parece raro que ella se haya asustado, que él se haya metido las manos a las bolsas y que se muestre ansioso ahora, cuando estaba sereno y se encargaba de consolar a la señora hace un rato”.
“¿Qué hago?”
“¿Tiene más salidas esta funeraria?”
“No, solo esta que da a la calle”.
“Bien. Por si acaso se mueve, no te le despegués…”
EL TIMBRE. El backtone de “Estos celos” sonó con fuerza y el muchacho se sobresaltó. Esperó unos segundos antes de sacar el teléfono del bolsillo de su camisa, y miró la pantalla. La mujer le hizo una pregunta. El contestó arrugando los labios y moviendo la cabeza. Ella le hizo una señal y él contestó:
“Aló”.
El H-3, con su voz gangosa, dijo, al otro lado de la línea:
“¡Hey, Carlos; ¿dónde están velando a Juan?”
El
muchacho dudó un momento.
“¿Quién habla?”
“¡La DIC, semejante hijuelagranp…”
El hombre estuvo a punto de desmayarse, abrió la boca, miró a la mujer, azorado, y no supo qué decir.
“¿Qué pasó?” –le preguntó ella, angustiada.
El H-3 se plantó frente a ellos, con una pistola en las manos. Sus compañeros lo rodearon.
“Yo le voy a decir qué pasó, señora, pero en la DNIC… ¡Carlos Euberto, estás arrestado por el asesinato de Juan… y usted, señora, por ser su cómplice!”
La mujer se puso de pie, dio un grito, echó mano de la cartera y, de pronto, el H-3 le agarró la muñeca.
“No es para tanto, señora –le dijo, quitándole la cartera y lanzándola con fuerza sobre el asiento, donde rebotó. Luego, sacó de la cartera una pistola de nueve milímetros, cromada, marca Taurus. Se puso el cañón en la nariz, aspiró por unos segundos, y añadió–: Fue disparada recientemente, y estoy seguro que hay sangre en el cañón… Carlitos, ahora vamos a ver por qué lo mataste…”
La mujer estaba histérica. Se levantó de nuevo y se lanzó contra el muchacho.
“¡Estúpido! –le dijo– ¡Me dijiste que ibas a hacer bien las cosas!”
Dos detectives la contuvieron. Se calmó cuando le pusieron las esposas.
MOTIVOS.
“Carmilla, Carlos colaboró con la fiscalía, dijo que ella planificó la muerte del marido porque este le iba a dejar la mitad de la herencia a un hijo que tuvo de su primer matrimonio, y ella no estaba de acuerdo.
Él le prometió que iba a cambiar el testamento, y cuando lo hizo, ella dijo que era mejor matarlo antes de que se arrepintiera. Había perdido el seguro de vida, por la diabetes, y ella no se quería quedar en la calle. Estaban enamorados, Carlos era amigo de Juan, y este confiaba mucho en él. Le cayeron diecisiete años y meses. La mujer estará en una celda por muchos años…
Ella no estará de acuerdo en que se publique esta historia”.