CRIMEN. A Martha le dispararon tres veces en la cara, poco después del atardecer, a menos de cincuenta metros de su casa, en la entrada al callejón del bloque. Los vecinos que quisieron ayudarle llevándola al hospital, no pudieron hacer nada por ella. Las balas la mataron en el acto. Una había entrado por el ojo derecho, la otra arriba de la nariz y la tercera por el pómulo izquierdo. Ninguna tenía orificio de salida. La Policía no encontró casquillos en la escena por lo que se supuso que los asesinos usaron un revólver.
¿Por qué habían matado a Martha si era una mujer sencilla, de cuarenta y dos años, viuda y que se ganaba la vida como enfermera auxiliar, haciendo turnos por llamada?
Nadie le había conocido enemigos, era servicial, solidaria y una excelente vecina. Sus dos hijos, menores de veinte años, no se explicaban por qué razón alguien deseara hacerle daño a su madre, y no pudieron ayudar a los investigadores con algún dato que los llevara a los criminales. Lo más seguro, decía un vecino, era que los asesinos se habían equivocado.
No la habían matado por robarle porque nada llevaba encima y venía de la pulpería con cuatro huevos, una bolsa de mantequilla
Sula
, media libra de mortadela y una bolsa de pan blanco. En una mano le encontraron tres Lempiras enrollados y unas monedas, y un teléfono celular en el brazier.
¿Era posible que los asesinos se hubieran equivocado?
TESTIGOS. Varios vecinos dijeron que poco antes de que anocheciera
vieron a dos muchachos delgados, pelo largo y con gorras rojas, que les ocultaban el rostro, merodeando frente al callejón, fumando y hablando por celular.
Aunque nadie los reconoció, a nadie le pareció extraño que dos desconocidos perdieran el tiempo en aquel sitio. Otro vecino dijo que vio pasar a Martha cuando iba a la pulpería, otro la vio comprando y un tercero la saludó al cruzarse con ella apenas unos segundos antes de que le dispararan. Dijo que escuchó unas voces, que alguien mencionó su nombre y que después sonaron los disparos. Vio dos sombras correr hacia la calle, diez metros más allá, cruzando el área verde, subirse a un carro que esperaba con el motor encendido, y desaparecer después. No podía describir qué tipo de carro era. Con esta declaración, los detectives de Homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), dedujeron que Martha era el objetivo de los criminales, que estos no se habían equivocado.
LA DNIC. El turno de los detectives se estaba prolongando más de lo normal, aunque lo normal ha sido que los delincuentes no les den tregua ni de dí
a ni de noche.
A Martha le dispararon a eso de las seis de la tarde y hasta las diez de la noche llegaron a la escena del crimen para el reconocimiento del cadáver. Venían de la Penitenciaría de varones de Támara, de reconocer el cuerpo de Marlon, un hombre de unos treinta y dos años que fue asesinado a puñaladas a unos pasos de su celda, poco después de las tres de la tarde.
Era este un hombre de regular estatura, olanchano y que cumplía una pena de veinte años por homicidio. Lo atacaron por la espalda y cuando trató de defenderse, con un cuchillo que siempre llevaba en la cintura, lo hirieron en el cuello, en el pecho y en el abdomen. En pocos minutos murió desangrado sin que nadie hiciera algo para ayudarle.
Cuando los detectives llegaron a la escena era casi de noche y nadie quiso hablar con ellos. Nadie había visto nada, es más, ni siquiera habían escuchado los gritos de la víctima. Los detectives entendían perfectamente.
MARTHA. Los investigadores estaban cansados. La cosecha de cadáveres era permanente y habían tenido un día muy ocupado, sin embargo, tenían la mente dispuesta a hacer su trabajo y uno de ellos, con los ojos enrojecidos y el aliento pesado, le dijo a uno de sus compañeros:
“¿Te acordás que el muerto de la p
enitenciaría tenía un tatuaje en el pecho?”
“Sí; sí me acuerdo.”
“¿Qué era?”
“La figura de una mujer, una rosa, una cruz y un nombre con una frase”.
“Ajá”.
“La frase decía: Marlon y Martha, para siempre”.
“¿Cómo se llama esta mujer?”
Los detectives se quedaron viendo.
“¿Será posible?”
“Uno nunca sabe…”
EL FISCAL. “Háganlo” –dijo el fiscal, luego de haber escuchado a los detectives.
Estos le habían recordado el crimen de la Penitenciaría, el tatuaje en el pecho de Marlon, la saña con que lo habían asesinado y el hecho, aunque no muy extraño, que ni siquiera los informantes quisieron hablar con la Policía.
Aunque no lograron saber mucho de Marlon, la Dirección confirmó que no era un reo problemático, que casi nunca se enfermaba y que colaboraba con lo que se le pidiera en el presidio. El d
irector tampoco podía especular acerca de los motivos de su muerte, sin embargo, los detectives tenían una corazonada. El fiscal, que también había visto el tatuaje en el pecho de Marlon, estaba intrigado.
TATUAJE. Los detectives alejaron a los curiosos, pidieron a un vecino que retuviera a los hijos de Martha en su casa, y empezaron a revisar el cadáver.
En el pecho no tenía nada; el abdomen, a pesar de su edad y de sus casi ciento ochenta libras de peso, estaba limpio, y más abajo, cerca del pubis, nada tampoco. Le dieron vuelta. En las caderas, entre varios botones de rosas, tenía tatuado un corazón rojo con dos nombres en el centro: “Marlon y Martha para siempre”. Los detectives sonrieron. Pero encontraron algo más. Las cicatrices que dejan los empíricos al tratar de borrar un tatuaje antiguo.
“Vamos a la morgue –dijo el fiscal–; allí veremos mejor las cosas.”
A las once de la noche, el cadáver de Martha fue puesto en una bolsa blanca y metido en “El carro de la muerte” de Medicina Forense.
LOS PUNTOS. Era la una de la mañana, cuando los detectives, con el fiscal al lado, vieron, con lupa, lo que había quedado del tatuaje que Martha hizo que le borraran. Cuando dedujeron que con aquellos puntos azules bien podría formarse el nombre “Pedro”, imaginaron que el caso no sería tan difícil de resolver.
PREGUNTAS. Solo alguien que odiara a Martha pudo mandarla a matar, o darle muerte con sus propias manos. Estaba claro que los asesinos fueron enviados por alguien, que ese alguien castigaba así alguna traición y que Martha lo conoció bien en otro tiempo.
Ella había enviudado hacían trece años, los vecinos no la vieron con nadie más en todo ese tiempo y sus hijos ignoraban que tuviera relación con algún hombre. Trabajaba como podía en su profesión y así seguía adelante. ¿Quién era Marlon? ¿Quién era Pedro? ¿Por qué había querido deshacerse de este recuerdo que había grabado con tinta en su piel? ¿Tenía Martha una vida oculta? ¿Por qué un hombre llamado Marlon, asesinado esa misma tarde en la Penitenciaría, tenía tatuado en el pecho su nombre? ¿A qué respondía aquel doble crimen? Los detectives estaban haciendo su trabajo.
EN LA PN. La labor del policía de investigación criminal es una tarea apasionante, y en la DNIC hay hombres y mujeres que aman su trabajo y que se esfuerzan por hacer lo mejor, por cumplir con su deber y por combatir al crimen con la responsabilidad que la sociedad espera de la Policía Nacional. Un equipo de estos detectives se encargó del caso de Martha y al día siguiente, en la mañana, llegaron a la Penitenciaría Nacional de Varones a revisar el libro de Registro de Visitas, con la esperanza de encontrar pistas que les ayudaran a resolver el caso.
Tardaron poco tiempo en encontrar algo útil. Desde hacía siete años, Martha era visitante asidua a la Penitenciaría. Un hombre llamado Pablo, no Pedro, la recibía los viernes y se despedía de ella los sábados en la tarde. Los hijos les dijeron a los detectives que ella trabajaba en turnos los viernes pero que no sabían donde. Los registros duraban cinco años, pero no se cortaban. Martha siguió visitando la cárcel, pero ahora su amigo especial se llamaba Marlon. Los detectives quisieron conocer a Pablo. Desde hacía dos años, este había sido trasladado a otro presidio. Los detectives tuvieron que viajar lejos para hablar con él.
PABLO. Dijo que conoció a Martha, que la quiso mucho, que fue buena con él pero que su esposa se dio cuenta de su relación y, para evitar problemas, solicitó su traslado y se olvidó de quien tanto lo había querido.
“Cuando uno está entre la espada y la pared no tiene opción –dijo Pablo–, aunque me dolió dejarla.”
“¿Por qué la mandó a matar?”
Pablo sonrió.
“Ustedes andan más perdidos que el hijo de Lindbergh”.
“Entonces fue su esposa la que la mandó a matar”.
Los ojos de Pablo echaron chispas.
“Miren, hijos de p…, si vienen con esa m… hasta aquí, mejor váyanse… Mi mujer nada tiene que ver con eso… Si se acercan a ella, los mando a pelar… Sí saben por qué me metieron treinta años, ¿verdad?”
Los detectives, acostumbrados a las bufonadas, no se dieron por aludidos. Se despidieron de Pablo y regresaron a Tegucigalpa. Ahora estaban en un callejón sin salida.
MÁS. En el viaje de regreso analizaban el caso. Pablo les dijo que la quiso mucho, que le ayudaba económicamente, que ella era una buena mujer y que, aunque nunca conoció a sus hijos, la apoyó por cinco largos años para que los sacara adelante. De vez en cuando se acordaba de ella pero no pasaba de ahí. Sus compañeros de la penitenciaría lo llamaban de vez en cuando y él preguntaba por ella. Le decían que estaba feliz con Marlon, aunque este no dejaba que nadie se le acercara, que la celaba con su propia sombra y que hasta para ir al baño la acompañaba. Es más, le pegaba. Pero él no se metía porque nada tenía ya con ella. Cada quien vivía su propia vida. Hasta allí llegaban los detectives. Tenían que saber algo más de Marlon.
É
L. Nadie quiso hablar con los detectives. Marlon ya era historia y a nadie le importaba. Entonces los detectives tuvieron una idea. Conocer el historial de llamadas del celular de Martha.
Cuando lo tuvieron en sus manos, un mes después, encontraron mil setenta y tres llamadas de un solo número. De estas, ciento noventa sin contestar en las últimas tres semanas. Los detectives visitaron a los hijos de Martha. Estos dijeron que su mamá se había enfermado y que los tres primeros viernes del mes no había ido a trabajar, hasta el último, hacían apenas dos días. Entonces los detectives fueron de nuevo a la Penitenciaría. En el libro de registro faltaba el nombre de Martha los tres primeros viernes del mes pero en el cuarto apareció de nuevo. Sin embargo, ya no visitaba a Marlon. Su nuevo amigo se llamaba Julián. Los detectives quisieron hablar con él, pero Julián estaba interno en el hospital Escuela, luchando por su vida después que alguien, nadie sabía quien, le hundió un punzón en la espalda y lo dejó por muerto en una esquina de la penitenciaría. Los detectives vieron que la fecha del ataque era el día anterior a la muerte de Martha y de Marlon. ¿Qué estaba pasando allí? Lo peor era que nadie hablaba con ellos. Entonces solicitaron el vaciado del teléfono de Marlon. Esperaron otro mes entero.
RESULTADOS. Las llamadas al celular de Martha fueron treinta y seis el último día. Ninguna fue contestada. Las demás llamadas eran rutinaria, sin embargo, doce llamadas realizadas y diez recibidas de un mismo número, pusieron a pensar a los detectives. Pidieron el vaciado del nuevo celular. Esperaron otro mes. Cuando tuvieron el nombre de una mujer, Flora, supieron que habían perdido el tiempo. Uno de ellos lo marcó y contestó un hombre. Cuando localizaron a la dueña, se encontraron con una vieja conocida de la colonia Villa nueva. El teléfono lo andaba su hermano. Cuando volvieron a llamar, el celular estaba apagado. Pero en la Villa nueva los informantes sí hablan con la Policía. Dos semanas después, uno de ellos avisó que el hermano estaba cenando en casa de Flora. No tardaron en llegar. Sin orden de captura y después de las seis de la tarde, los detectives esperaron. El hermano tardó en salir.
CAPTURA. Era un muchacho de diecinueve años, alto delgado, pelo largo, vestido con elegancia y cubierta la cabeza con una gorra roja. Iba armado de un revólver .38, pequeño, de pavón negro, y de una pistola de .9 milímetros, con un escudo de Honduras tallado. Lo rodearon al salir a la calle y lo detuvieron por portación ilegal de armas. Ahora, los detectives recobraron el entusiasmo. Enviaron las armas a Balística. No les sirvió de nada porque el forense solo sacó pedazos de bala del cerebro de Martha. Pero la .9 milímetros había sido robada a un policía que asesinaron en plena vía pública, y por ese lado, Carlos no tenía escapatoria.
“Si nos ayudás te ayudamos”.
Los detectives eran fríos.
“Vos mataste al policía.”
“No, yo no fui. A mí
me vendieron la pistola”.
“Y vos mataste a Martha, la enfermera…”.
Carlos se quedó callado.
TRATO. “Hagamos un trato. Vos me decís quien mandó a matar a Martha y quien te dio la pistola del policía, y el fiscal te pone como testigo protegido, y te librás de la cárcel. ¿Qué decís?”
Carlos no contestó.
“Mirá –le dijo el detective–, vos conocías a Marlon, Marlon vivió en tu colonia, la Villanueva, hasta que cayó por narco menudeo. Tu hermana sigue con el negocio. Nos dijeron que tu hermana y Marlon se entendieron un tiempo, hace años. Era fácil para Marlon conectarte y pedirte que mataras a la enfermera. El la golpeaba, ella le dijo que lo iba a dejar, se separó de él, no fue a visitarlo por tres semanas y él se puso celoso porque ella llegó a visitar a otro hombre, al que él quiso matar con un punzón… ¿Ves que vamos aclarando el caso?”
“Yo solo manejé el carro.”
“¿Quiénes la mataron?”
“¿Y si me pelan por sapo?”
“Nadie va a saber que vos nos ayudaste. Es más, te vamos a dejar ir, vamos a esperar un mes y les vamos a caer. ¿Que decís?”
“Pero ustedes quieren que yo sea testigo protegido?”
“Eso no va a ser problema, a menos que querrás que te acusemos de la muerte de Martha, del asesinato del policía, de portación ilegal de armas y de tráfico de drogas…”.
Carlos lo pensó bien y decidió cooperar.
“Marlon me dijo que peláramos a la vieja. Dijo que lo había dejado y que ahora estaba con otro men. Yo no sé si él quiso matar a ese bato, y tampoco sé quien lo peló a él… A lo mejor los amigos del nuevo chavo de la ruca.”
“¿Quiénes la mataron?”
Carlos dudó antes de dar dos nombres y dos direcciones. Luego agregó otro nombre, el de la persona que le vendió la pistola del policía. Esa misma noche regresó a la casa de su hermana. Dos meses después de que capturaron a los asesinos de Martha, Carlos fue encontrado muerto, envuelto en una cobija floreada. Los acusados de la muerte de Martha ya no tienen quien los acuse. Su abogado dice que saldrán en libertad muy pronto.
PREGUNTA. ¿Quién cree usted que mandó a matar a Marlon? ¿Los amigos de Julián? ¿Pablo, el viejo amor de la enfermera? Como dato interesante, los detectives dicen que Julián tenía solamente dos meses de estar en la Penitenciaría, un tiempo demasiado corto para que alguien haga amigos tan leales que sean capaces de cobrar venganza por él. De vuelta en su celda, Julián dice que no sabe quien lo hirió. Cree que alguien se confundió con él.
Dicen los detectives que el cuartito de Marlon lo ocupó un viejo amigo de Pablo, que este recibió, dos días después, cama nueva, televisor, equipo de sonido, estufa eléctrica, almohadas, ropa, perfumes y hasta un Black Berry. Dicen que le siguen la pista a dos hombres que llegaron a visitarlo, dos hombres cuyos nombres no se habían escrito nunca en el registro de visitas de la PN, pero que, curiosamente, si se pueden leer en el registro de visitas de la cárcel donde cumple Pablo su condena. Y hay un detalle más. Los hijos de Martha reciben una cantidad de dinero cada mes, en efectivo, y solo dicen que un hombre con un lunar rojo en la cara los cita cada fin de mes cerca de donde asesinaron a Martha. Este hombre, con el lunar rojo, visitó la PN el día en que le llevaron las cosas al viejo amigo de Pablo. ¿Qué opina usted? ¿Será cierto eso de que donde hubo fuego cenizas quedan?