Era un hombre contradictorio, imprevisible, errático, confrontativo, pero brillante.
El comandante que solo escuchaba su propia voz y, a veces, la de Fidel Castro, murió imaginándose en la historia junto a Simón Bolívar, a la vera de José Martí, el “Che” Guevara, Georgi Plejánov o el general peruano Juan Velasco Alvarado, como relata un artículo de diario El País.
Pero el “paladín” de la boina roja murió vencido por un tumor del tamaño de una pelota de beisbol, y suplicando a Dios más vida para consolidar la revolución institucional e ideológica que inició hace catorce años sobre las cenizas del bipartidismo.
“Dame tu corona Cristo, dámela, que yo sangro. Dame tu cruz, cien cruces, que yo las llevo, pero dame vida”, rezó ante la imagen del Nazareno coronado de espinas. No parecía tener mucha vida entonces, el pasado mes de octubre, cuando se confesaba frágil ante la muchedumbre que enloquecía a su paso.
EL PERFIL DE UN DICTADOR. Desde el martes, esa misma masa de personas tapizó de rojo las calles de Venezuela para despedir a su héroe. Al hombre carismático que conocía la ciencia y el arte del abrazo, sabía acoger a las personas por un segundo y hacer que se sintieran únicas, atendidas, tal vez amadas, aunque algunas fueran jefes de Estado muy duchos también en la ciencia de los abrazos.
Pero Hugo Chávez, además, tenía petróleo. Con esas dos armas conquistó el corazón de buena parte de Latinoamérica: haciendo uso de las reservas de su país.
El escritor mexicano Enrique Krauze lo describe como un hombre que tenía una concepción binaria del mundo. Veía el mundo dividido entre amigos y enemigos, entre chavistas y “pitiyanquis”, entre patriotas y traidores.
“En libros y ensayos reconocí su vocación social. Creo que la democracia latinoamericana no podrá consolidarse sin Gobiernos que, junto al ejercicio de las libertades y el avance de la legalidad, busquen formas efectivas y pertinentes de apoyar a los pobres y marginados, a los que no han tenido voz y apenas voto. Pero una cosa es la vocación social y otra es la forma en que se practica esa vocación”, detalla Krauze.
De acuerdo a un artículo publicado en El País por el escritor, Chávez no solo concentró el poder: Chávez confundió —o, mejor dicho, fundió— su biografía personal con la historia venezolana. Ninguna democracia prospera ahí donde un hombre supuestamente “necesario”, imprescindible, único y providencial, reclama para sí la propiedad privada de los recursos públicos, de las instituciones públicas, del discurso público, de la verdad pública.
“El pueblo que tolera o aplaude esa delegación absoluta de poder en una persona, abdica de su libertad y se condena a sí mismo a la adolescencia cívica, porque esa delegación supone la renuncia a la responsabilidad sobre el destino propio”.
COMPRA DE CONCIENCIAS. El poder de su chequera conseguía admiradores de forma instantánea. Chávez también socorrió a Uruguay en el tiempo de “las vacas flacas”.
Lo explicaba el propio presidente uruguayo, José, “Pepe”, Mujica, en diciembre: “Cuando tuvimos un banco fundido que nos podía provocar una corrida bancaria nos dio una mano y cargó con un clavo. Nos abrieron mercados. Habría que preguntarles a Conaprole y Calcar —empresas lácteas uruguayas— cómo les va en Venezuela. Eso no cayó del cielo, esa apertura de mercado fue clara voluntad política”. Mujica lo definió alguna vez y volvió a su muerte como “el gobernante más generoso que haya conocido”.
El arsenal político acumulado en las urnas y el paternalismo de Estado con la población más pobre explican buena parte del éxito del líder de Barinas, que cantaba, bailaba y recitaba en público, nombraba y destituía por televisión. Campechano, seductor, autoritario, sin escrúpulos en la consecución de sus objetivos, nadie consiguió tal veneración entre las clases más necesitadas de una nación de 29 millones de habitantes acostumbrada al subsidio.
“Necesita ser idolatrado. Es narcisista”, resumió en su día el psiquiatra Eduardo Chirinos, que le trató en prisión tras el fallido cuartelazo de 1992, una intentona que le catapultó políticamente.
Esa misma personalidad fue para algunos expertos el detonante que complicó el proceso de su enfermedad.
Y es que para muchos, el deceso de Chávez es también el nacimiento de un mito.
En una publicación de diario El Mundo se destaca que el cesarismo visionario forma parte de la cultura política de América Latina y Hugo Chávez, cuando aprendió a dominar esta ley básica del poder latino, triunfó como revolucionario y mantuvo el liderazgo, sometiendo a una oposición anárquica y manteniendo el favor de las masas merced al populismo.
Esta vocación mesiánica Chávez la ha sabido explotar hasta el final.
Buscó de manera consciente la unión con Bolívar, el padre espiritual de todos los venezolanos. De allí la consigna tantas veces lanzada a la tribuna: “¡Yo soy un pueblo, carajo!”.
SUS ALIADOS. Rafael Correa, en Ecuador, y Evo Morales, en Bolivia, aplicaron muy pronto la terminología revolucionaria de Chávez, sus insultos hacia las políticas del Fondo Monetario Internacional, su rechazo también a esas políticas. Su enfrentamiento frontal con los medios de comunicación más críticos, su control sobre el poder judicial y sobre todo, su técnica de polarizar la sociedad, de dividirla con una raya entre revolucionarios o —póngase el insulto que uno prefiera— pitiyanquis, escuálidos, burgueses, oligarcas… Todo eso también se expandió por Latinoamérica a medida que iba ganando elecciones.
Y también se expandieron sus planes sociales, los planes que llegaban a la gente más pobre. Siempre, con la ayuda del petróleo.
Otro de sus aliados, era el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. El histórico líder sandinista regresó al poder en 2007 en parte gracias al respaldo de Chávez. Apenas Ortega asumió, su amigo venezolano anunció la construcción de una refinería de petróleo en Nicaragua y que condonaría “sin condiciones” la deuda bilateral de este país, estimada en 31.3 millones de dólares.
Y como si fuera poco, el líder venezolano también se dio el lujo de ayudar a los Kirchner. Desde 2005 Caracas compró títulos por 6,340 millones de dólares a Argentina.
Pero hubo otros casos en los que el “abrazo” de Chávez terminó en un completo desastre.
El fallecido gobernante venezolano también estrechó vínculos con el paraguayo Fernando Lugo, a quien ayudó a llegar al poder. Y forjó una estrecha alianza con Luiz Inácio Lula da Silva. Y con el derrocado presidente hondureño Manuel Zelaya.
Ahora, cualquier líder latinoamericano que pretenda ejercer la misma influencia que Chávez tuvo sobre sus pares, deberá contar no solo con mucho carisma y simpatía, sino con una generosidad petrolera que no todo el mundo podrá permitirse.
MIEMBROS DE SU CÍRCULO ÍNTIMO.
Eso sí, el gobernante no estaba solo. Se rodeaba de un grupo de incondicionales a quienes algunos medios internacionales llaman su “círculo íntimo”.
Nicolás Maduro, vicepresidente, uno de los líderes más visibles y fuertes del Partido Socialista Unido de Chávez. Fue conductor de autobuses y líder sindical.
Diosdado Cabello, exoficial del ejército que participó en un intento de golpe encabezado por Chávez en 1992. Preside la Asamblea Nacional desde enero de 2012.
Adán Chávez, hermano mayor del presidente, hombre de modales suaves, exprofesor de física. Fue embajador en Cuba antes de que su hermano lo nombrase ministro de la Presidencia.
Rafael Ramírez, ministro del petróleo y presidente de la empresa estatal Petróleos de Venezuela, ingeniero mecánico. Desempeña un papel importante supervisando la industria petrolífera.
Elías Jaua, exvicepresidente, exprofesor universitario, fue ministro de la Presidencia y ministro de Agricultura bajo el gobierno de Chávez. Se graduó en sociología en la Universidad Central de Venezuela.
Almirante Diego Molero, ministro de defensa, Chávez lo ascendió a comandante general de la Armada.
General Henry Rangel Silva, exministro de defensa, participó con Chávez en el fallido golpe de Estado de 1992.
María Gabriela Chávez y Rosa Virginia Chávez, hijas del fallecido presidente.
SUS DETRACTORES. Pero no todo el mundo llora su muerte.
La población venezolana antichavista asentada en Doral, cerca de Miami, celebró el deceso del presidente Hugo Chávez como una oportunidad del cambio que desea para su país, aunque sin poder evitar una cierta inquietud por la incertidumbre con que se abre esta nueva etapa.
Los antichavistas en el exilio no son los únicos a los que la muerte de Chávez ha supuesto un alivio. Varios congresistas del Partido Republicano estadounidense expresaron su complacencia por la muerte del presidente venezolano y manifestaron su esperanza de que esta suponga una “oportunidad democrática” para Venezuela, así como la mejora de sus relaciones con EE UU.
“Hugo Chávez era un tirano que forzaba al pueblo de Venezuela a vivir en el miedo. Su muerte merma la alianza de líderes izquierdistas anti-EE UU en Sudamérica. ¡Qué alivio!”, escribió en un comunicado el presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara Baja y congresista por California, Ed Royce.
LAS PREGUNTAS. Y hoy, a casi una semana del deceso del comandante, que fue acompañado por una multitud de seguidores y decenas de jefes de Estado, en su mayoría de Latinoamérica, el chavismo no está tan unido como cuando vivía bajo la sombra de su líder omnipresente y omnipotente. Al desaparecer Chávez, afloran las contradicciones y roces que él mantuvo a raya a lo largo de catorce años. El líder venezolano ha dejado tras de sí una crisis general en todos los ámbitos de la vida de los venezolanos, divididos y en lucha fratricida por el poder. Para comenzar, la economía precisa ajustes ineludibles debido a su elevado déficit fiscal, inflación y deuda pública.
En lo político, la turbulencia ha impactado tanto en el chavismo como en la oposición. Mientras agonizaba, Chávez sirvió de amalgama a sus dirigentes y los cinco millones de militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Sin embargo, su ausencia deja aflorar las profundas divisiones y enfrentamientos contenidos en la base del partido por la figura carismática del fundador.
En la oposición, la crisis no es tan evidente. Sus líderes —son una minoría, apenas tres gobernaciones de veintitrés estados, entre ellos Henrique Capriles en Miranda— no tienen tanto poder como los chavistas. Pero las críticas en la oposición pueden resultar más demoledoras que en el oficialismo porque el Gobierno les aplica la sordina.
El escritor Enrique Krauze considera que un presidente chavista deberá enfrentar esta realidad y encarar al público. Pero ese mandatario ya no será Chávez, el hipnótico Chávez, Chávez el taumaturgo, el líder que lo explicaba todo, lo justificaba todo, lo amortiguaba todo. La gente reaccionará a esas situaciones con indignación: culpará a los chavistas de no estar a la altura de su legado, dirá “Chávez no lo habría permitido”,
“Chávez lo habría resuelto”. Llegado ese punto, el propio régimen chavista podría persuadirse de la necesidad de un diálogo conciliatorio que ahora parece utópico. Y ahí podría abrirse una oportunidad tangible para la oposición.
Después de largos años de inconsistencias, omisiones y errores, la oposición venezolana ha estado unida, eligió a un líder inteligente y valeroso (Henrique Capriles) y tuvo un buen desempeño en las elecciones: recabó casi siete millones de votos. Durante la agonía de Chávez, sin dejar de alzar la voz de protesta, la oposición mostró una notable prudencia que debe refrendar en estos días de duelo y crispación. Si la oposición —que ha esperado tanto— conserva la cohesión y la presencia de ánimo, podría avanzar en las siguientes elecciones (legislativas, regionales, presidenciales) y recuperar las posiciones que ha perdido. En ese despertar, una fuerza latente deberá despertar también: los estudiantes.
Tuvieron un papel clave en el referéndum de 2007 (que impidió la conversión abierta de Venezuela al modelo cubano) y quizá lo tengan una vez más ahora.