Lejos de los palos de mango, aguacate, nance y otros frutales que dan sombra a nuestros patios, existe un lugar en las costas del Mediterráneo en el que las conversaciones van sobre la vida entre el Pacífico y el Caribe. Los recuerdos transportan a lugares con nombres sonoros como Pico Bonito, Opalaca o el extinto volcán del Tigre en Amapala. Se trata del barrio barcelonés de Vía Julia; quizá el mejor lugar en toda Europa para comer pastelitos de “perro” o pollo con tajadas. Lo que es un hecho es que reúne la mayor concentración de hondureños en España.
Vía Julia es un barrio obrero al noroeste de Barcelona, en el distrito de Nou Barris. Se puede llegar a él bajándose en la penúltima parada de metro de la línea verde que conecta con la Plaza Catalunya y la Plaza España; dos puntos de referencia para los turistas que llegan de paso a esta ciudad. Este barrio y la parte emblemática de Barcelona son separados por el cerro del Carmel, una elevación con las mejores vistas sobre la ciudad en la que maduró su estilo el pintor Pablo Picasso.
Pero lo que los hondureños pintan a diario son sus historias personales como inmigrantes en España. Día a día, muchos salen de Vía Julia para cumplir con sus tareas de trabajo en esta nación europea que los acoge, a veces sin su consentimiento, mientras esperan que baje la delincuencia y la falta de empleo en una Honduras lejana a la que difícilmente cambiarán por otra en sus corazones.
Un guía muy versado
Para llegar al enclave de nuestra gente en el Mediterráneo tomamos como punto de partida el barrio Gótico; para muchos locales la zona más hermosa de Barcelona, a pesar de no ser la más publicitada. El Gótico es habitado en estos tiempos por bohemios y familias de inmigrantes de la zona del Magreb -norte de África-. Quien nos sirve de guía es Slim Turcios, un rapero de 29 años nacido en Tegucigalpa que creció entre la Kennedy y El Reparto.
Se aproxima Slim, 15 minutos tarde, con una mochila, una gorra que tapa sus mirada y un crucifijo que descansa sobre su camiseta blanca de la Selección. Enmarcado en estas calles antiguas se echa de ver que este muchacho ha salido de otro mundo, el nuestro.
“Me gusta venirme a caminar por este barrio. Pongo mi música y me fijo en los edificios y en la gente. Esto no lo tenemos por allá”, cuenta Slim, quien llegó a Barcelona junto a su hermano hace seis años cuando su madre, quien había llegado años antes, logró que viajaran a España. “Crecí escuchando rap americano: música de 2pac, Snoop Dog, Cypress Hill y otros grupos que salían en el MTV que pasaban por Telered 21. Nos venimos porque mi mamá no quería que siguiéramos en Tegus por el problema de las maras”, cuenta este rapero reunificado, quien a su vez ya es padre de un hondureñito con doble nacionalidad nacido de aquel lado del Atlántico.
Slim vive en el barrio de Sants, otra zona de clase trabajadora popular entre los hondureños. Comparte apartamento con su hermano y latinoamericanos de otras nacionalidades mientras explora en Barcelona otros ambientes. En estos tiempos de crisis en España, según explica, sobrevive haciendo trabajitos “aquí y allá’’, como tantos hombres inmigrantes. Espera a que un día su música le dé para pagar sus costos mensuales y los de su hijo, que vive con su expareja en otra zona de la ciudad.
Caminamos sin rumbo fijo por el Gótico mientras nos cuenta su historia. “Tenemos un grupo de hip hop con mi hermano que se llama The Big Paters Bcn. No me da para vivir para nada porque aquí hay mucha competencia, así que gano dinero haciendo trabajos de jardinería y pintura cuando se consiguen. Salgo a la calle recorriendo tiendas y casas dejando currículos, y cuando cae un trabajo me pagan “en negro” -es decir, sin figurar en planilla-. En un mes con suerte me hago unos 500 euros”, cuenta Slim.
Su búsqueda de trabajo se complica porque está en situación legal irregular. “Antes me iba bien porque estaba de fijo en un parking con otros 16 hondureños. Pero llegaron de Migración a hacer una inspección y perdimos el empleo. Desde entonces no he logrado un trabajo estable por falta de papeles. Es difícil que te hagan contrato así. Aquí todo el mundo se ha asentado antes: ecuatorianos, peruanos y bolivianos”, explica este oriundo de la Kennedy. Aún con lo delicado de su situación, Slim encuentra cierta seguridad en el hecho de que su hijo es español por nacimiento, por lo que es poco probable que lo deporten, ya que en España está protegido el derecho de los menores a tener cerca a sus padres.
Steve en los antebrazos
Las calles del barrio Gótico, que más que ser líneas rectas tienen la forma de quebradas de agua que doblan a voluntad, nos terminan llevando a uno de sus rincones favoritos en la ciudad que lo acoge. Es una plaza cuyo nombre él no conoce, pero que guarda un encanto especial. La distingue un árbol que da sombra a una fuente en su centro y la pared de una iglesia marcada por los tiros que dieron muerte a hombres fusilados durante la Guerra Civil Española -entre 1936 y 1939-, cerrando uno de sus costados; 80 años después de aquellos años de sangre derramada, la plaza de Sant Felip Neri, con su ambiente tranquilo y ancestral, sirve de escenario para que dos hondureños hablen allí sobre la vida fuera de su tierra lacerada.
“Me salen unos cuatro trabajos al mes y apenas me da para pagar la habitación, y el resto es para el bebé. Por lo normal gano unos trescientos euros y de eso pago renta y compro la comida del mes, y luego pago el estatus del niño”, cuenta Slim. “Aun así no he pensado en regresarme a Honduras porque si aquí me sale una oportunidad, lo logro y viviré bien. En Honduras no veo tener esa posibilidad”, comenta.
Para este rapero de vocación llegar a España significó entre otras cosas quitarse el miedo a tatuarse los antebrazos. Algo que en Honduras no haría para no ser confundido con aquellos que infunden miedo hasta a la policía en su barrio. Las marcas permanentes que decidió hacerse no llevan el nombre de una mara transnacional, sino el de su hijo, Steve. “Me tatué el brazo izquierdo primero, pero luego pensé que cuando crezca mi hijo será mi brazo derecho, así que me tatué el otro brazo también”, cuenta Slim con desenfado.
Slim explica que está complicado encontrar trabajo en España. Su punto de vista se entiende mejor cuando empieza a cantar su composición “el hondureño soñador caminante”, que describe la aventura de los emigrantes que en muchas ocasiones ven como sus sueños se convierten en frustración. Explica que se siente feliz por el estatus de su hijo Steve, porque nació en una nación en la que aunque no llegue a ser rico no le va a faltar nada esencial, y de forma paradójica responde, ante la pregunta de si por eso siente algún tipo de agradecimiento hacia España, que es algo que no se había planteado.
La Pequeña Honduras
Abandonamos la Plaza de Sant Felip Neri rumbo a la estación de metro de Plaza Cataluña para tomar un tren con destino a La Pequeña Honduras. Tras media hora de trayecto salimos de la boca de la estación a un barrio en el que las banderas azul y blanco con cinco estrellas son más numerosas que las banderas de España -muy pocas en Cataluña, por cierto-, la senyera catalana o las “esteladas” independentistas. Si bien estamos en Barcelona, Vía Julia es el barrio de los hondureños. Se echa de ver que aquí los edificios son humildes y las casas pequeñas. Las fachadas cuidadas no son comunes por aquí. Y aunque las calles son limpias, la gente no va tan arreglada. Pero al igual que en los barrios más prósperos, los vecinos bajan por las tardes de sus apartamentos para dar un paseo o hablar entre sí.
La gente de “caminado hondureño” se mezcla con españoles de bajos recursos y con otros inmigrantes. La basura está recogida en los contenedores y el camión que la colecta pasa a diario, con la misma frecuencia que en los barrios en los que el metro cuadrado es más caro. A pesar de la crisis que se hace eterna para los españoles, unos zapatos no del todo destrozados puestos al lado del contenedor invitan a pensar que ser pobre para los residentes de Vía Julia puede tener un significado que no es sinónimo de nuestra extrema necesidad.
Slim, en función de guía, hace una introducción del barrio. “Aquí podés comprar maseca, tajaditas, celebrar la fiesta del 15 de septiembre y hacer un montón de cosas que harías en Honduras”, explica este rapero que en varias ocasiones ha cantado en eventos y tiene muchos amigos por acá. “Lo mío es más hip hop que música popular hondureña, pero hay grupos alegres como las Chicas del Caribe, que dan ambiente bailando las canciones que a todo mundo le gustan”, cuenta nuestro filósofo del rap.
Pasamos por una peluquería donde una mujer de Tela es atendida por la dueña: una joven baja, trigueña y rubia que es de El Salvador. La teleña lleva años en España y tiene ganas de volver, pero siente que siempre le hacen falta dos años más para terminar de ahorrar. “Casi todas mis clientas son de Honduras”, nos cuenta la peluquera, quien promociona sin reparos en su vitrina nuestra identidad nacional. Y no es de extrañarse, pues en Vía Julia el que no es hondureño hace un esfuerzo por captarlos como clientes. Según cuenta Slim: “Hasta ‘los paquis’ -paquistaníes- en sus tiendas te hablan con nuestro acento. Algunos tienen una cocinera de Honduras para poder vender baleadas”, explica sorprendido, a pesar de que desde hace seis años visita de vez en cuando esta parte de la ciudad.
El Verdún
Seguimos hasta llegar a un punto de referencia: el restaurante Verdún. Dos banderas de Honduras flanquean un rótulo que publicita claramente que allí se celebran bodas, bautizos y comuniones. Un aviso en la vitrina deja claro que en el Verdún también hay billar. Al entrar nos atiende la dueña: una atractiva mujer baja, trigueña y rubia nacida en Dulce Nombre de Culmí. Es algo así como la madrina de la vida social en Vía Julia. Nos dice con algo de pena que no tiene Port Royal ni Salva Vida hasta el día siguiente, que es cuando empieza en serio el fin de semana.
Son apenas las 7:00 de la tarde y el restaurante está vacío, excepto por un cliente español que toma una cerveza y conversa con la dueña. Es de Andalucía -sur de España- y vive también en Vía Julia. Nos confiesa lo que piensa: “Los hondureños sois mejores para la fiesta que los ecuatorianos y peruanos, que en cuanto se miran, se pegan”, ante el agrado de la dueña que nos explica que este cliente ya ha venido antes a varias celebraciones en el Verdún, incluyendo a la más grande, que es la del 15 de septiembre. Siguiendo las recomendaciones de ambos, seguimos con dirección a un bar-restaurante afamado para encontrar algo de ambiente y una buena cena hondureña.
Cruzamos un parque donde un grupo de niños juega mientras unos hombres que estaban allí hace una hora terminan sus cervezas. Algunos son padres e hijos. Son compatriotas que expresan no estar en la mejor época de España para conseguir trabajo. Saludan a Slim, a quien conocen, y nos hacen recomendaciones para la cena. Pero Slim tiene planes que compatibilizar con sus funciones de guía. Del parque volvemos hacia la estación de metro donde una muchacha española de 21 años con una cachorrita pitbull a la que ha llamado Diva y le ha puesto un collar rosado saluda con un beso al vocalista de The Big Pater Bcn. Son cercanos, aunque se conocieron hace poco, y tras las respectivas introducciones retomamos el camino hacia la cena. Luego encontramos el afamado rótulo del lugar que buscábamos, donde un hombre recio que fuma un cigarrillo frente a la puerta nos da la bienvenida.
Como en casa
Mide más de 1.80 de estatura y pesa unas 200 libras. Con sus menos de 40 años igual podría aguantar varios rounds contra el boxeador olímpico Teófimo López, pero prefiere que su nombre no salga en este reportaje al considerarlo imprudente. Es el dueño, y lo llamaremos “el costeño”. Aunque su vida tiene poco de glamour y mucho de esfuerzo, no quiere fermentar la imaginación de sabandijas que en su ausencia podrían llegar a molestar a los suyos en su pueblo.
Su local es uno típico de nuestros comedores. Al entrar un grupo de albañiles españoles que comparten una mesa nos dicen que allí se sirve la mejor comida hondureña de toda Vía Julia. Y aunque “el costeño” no da su nombre, atiende a un periódico de su patria con interés. Cuenta que en su familia se ha emigrado desde siempre, y que sí, en efecto, piensa volver. “En la costa siempre nos hemos embarcado como marineros para ganar dinero. Así lo hizo mi papá y así lo hice yo en un principio, pero con el tiempo terminé aquí en España. Tenía un hermano en Inglaterra y me fui donde él. Después me vine para Barcelona y ahora estamos aquí con este restaurante atendiendo a los hondureños, que son muchos”, cuenta “el costeño”.
Son varios años ya los que lleva en esta ciudad. En algunas noches de verano tras cerrar el restaurante se lleva a su familia a la playa de Barcelona, como lo haría si estuviese en aquel lugar en el que los pescadores arrastran al terminar la faena los cayucos por la arena y donde creció en él el amor por el mar. Hoy crecen sus hijos en esta tierra ajena, pero ni “el costeño” ni su señora pierden tiempo para sembrarles el sentimiento por Honduras porque con cada plato que venden se acercan a la costa norte.
“Hay muchas cosas buenas que los cipotes han aprendido acá. Son más responsables desde pequeños los niños y la educación de la escuela es mucho mejor, la verdad. Pero la educación de modales no la tienen los españoles. Los niños aquí son respondones. Nunca se me hubiera ocurrido a mi decirle algo a mi abuelo, que es quien me crió. Con solo una mirada ese señor ya me decía lo que tenía que hacer. Ni necesidad tenía de pegarme”, explica este hondureño convencido de que la educación no es solo la que se califica al final de cada año escolar.
Pero no solo sus hijos han aprendido de la experiencia de vivir en Europa. “Aquí he aprendido a ser más padre. Porque los hombres se implican más con los hijos. En Honduras muchos hombres se desentienden”.
“Barcelona es bonita y disfrutamos de la playa en verano y de la nieve en Andorra en invierno, pero allá en mi pueblo es donde quiero estar. A mí lo que me gusta es mi mar y mi casa con patio. Cuando hayamos ahorrado lo suficiente nos volvemos. Voy a comprar dos lanchas con buenos motores para pescar. Aunque nuestro país tenga problemas, la razón por la que estoy aquí es porque mi sueño es poder vivir bien del mar y quiero comprar esas lanchas cuando vuelva”, cuenta este hombre al que tan bien le queda el nombre de costeño.
Y así, hablando en tierras lejanas sobre el pueblo pesquero desde el que se ve Pico Bonito al que volverá “el costeño”, su madre nos trae una orden de pastelitos de “perro” y pollo con tajadas. Tras esta cena económica -seis euros por plato es muy barato para ser Europa-, que tantos recuerdos revive a los hondureños en España, “el costeño” pregunta por la fecha de publicación de esta serie. Saca una botella de Yuscarán y otra de Ron Plata, con guifiti adentro. Y porque le da la gana, nos regala un trago de guifiti para que lo probemos.