“Hoy cuando el tiempo ya pasó, después de cincuenta primaveras seguimos tomados de la mano, muy felices de darnos la vida entera”... con este verso enternecedor cargado de pasión, nos embarcamos en la historia de Jaime Villatoro y Blanca Gale, una pareja inusual en una época en donde el matrimonio es tan efímero como el rojo pálido del crepúsculo y tan breve como lluvia de verano ante el ardiente sol de media tarde.
Originarios de Tegucigalpa, Jaime, de 76 años y Blanca, de 72, se conocieron alrededor de la década de los 60, cuando el rock and roll y el swing alcanzaban su plenitud, mientras que la adrenalina y el espíritu soñador rebosaba en sus cuerpos.
Hoy, con cuatro hijos y ocho nietos, Jaime nos cuenta que “encontré a la orbe de mi vida durante una fiesta familiar, cuando ella tenía 16 años y yo 19, se podría decir que fue amor a primera vista. Charlamos, disfrutamos y cuatro meses después nos embargó ese momento en que el enamoramiento obsesionado llega al límite”.
Ante cualquier disgusto de sus padres e inseguridades habituales de la edad, la pareja contrajo matrimonio en 1962. Con cambios en puerta y adversidades económicas a la orden, emprenderían el reto de sus vidas: descifrar el secreto para un matrimonio estable y duradero.
Fibra del amor
Tras cinco años de matrimonio -y dos hijos de por medio en ese entonces-, el matrimonio católico decidió formar parte en 1967 del Movimiento Familiar Cristiano (MFC), una agrupación que une sus esfuerzos para promover los valores humanos y cristianos de la familia y la formación de las parejas.
“Presidimos y permanecimos por más de 25 años en el movimiento, donde coordinábamos un equipo de trabajo de acción e iniciación en el país, algo que fue vital para la estabilidad y base de nuestro matrimonio”, manifestaron.
Para ellos, el factor vital durante el noviazgo es conocerse: descifrar los gustos de la pareja, su mal y buen humor, su reacción ante un revés en el trabajo, su relación con los amigos, su comportamiento social. Con el matrimonio deberá predominar la comprensión, la confianza y la convivencia, una nueva experiencia donde se comparten espacios vitales, tanto físicos como emocionales.
Finalmente, para potenciar una relación sana y duradera, Jaime y Blanca sugieren que el respeto, la bondad, la compasión y el deseo de compartir, de proyectar juntos, de incluir al otro en nuestros planes, deberá ser un hábito dentro de la relación.