Honduras

La insalubridad campea en centros de prostitución en Honduras

Al momento de prestar sus servicios, la mayoría de las mujeres son llevadas a dizque pensiones, donde alquilan baratas pocilgas

02.07.2017

SERIE 1/5

Tegucigalpa, Honduras
“Allá en la mesa del rincón, les pido por favor que lleven la botella...”, la conocida canción de Los Tigres del Norte se escucha en el ambiente a las 5:30 de la tarde en la popular Séptima avenida de Comayagüela. En el mismo espacio, varios comerciantes no pierden la esperanza de vender lo poco que les queda de sus productos: “Aproveche mami, a 20 lempiras la camionada de plátanos machos para la cena... Venga linda, no se vaya...”.

Entre el bullicio de la música, las ofertas de los vendedores y la clientela, se pasea otro gremio de trabajadoras que ofrecen sus cuerpos al mejor postor.

Y así, por entre las calles llenas de centenares de personas, y antes que la tarde le dé la bienvenida a la noche, una pareja va en busca de un aposento.

Se trata de Bárbara, periodista de EL HERALDO que se infiltró en el mundo del trabajo sexual para conocer en qué condiciones laboran las mujeres dedicadas al antiguo oficio, y junto a ella Marcos, reportero gráfico que personifica a un cliente.

Una blusa naranja con amplias mangas y con la figura de grandes mariposas en tonos llamativos en la parte del pecho y espalda, una larga cabellera castaño oscuro y unos leggins negros son parte del atuendo de Bárbara. En los pies, unas sandalias beige y las uñas pintadas con esmalte color naranja, estilo similar al que muestran el resto de las féminas que ejercen el trabajo sexual en la zona.

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Vivencia

Unos minutos a pie desde el mercado San Isidro bastaron para encontrar uno de los sitios de mayor concentración de mujeres que ofrecen sus cuerpos a cambio de unos cuantos lempiras, en uno de los sectores de Comayagüela.

Los edificios con paredes agrietadas, puertas carcomidas y descoloridas, calles inundadas de basura y lodo, ahí, justo en ese sitio detuvimos el paso para identificar el lugar en el que trataríamos de ingresar. Una vista panorámica a la zona y de inmediato centramos nuestra atención en un hospedaje donde se ofrecen habitaciones en alquiler como si se tratara de un motel.

Es el sitio con menos atractivo, para ingresar pasamos casi rozando una venta de golosinas, por entre un grupo de mujeres con blusas y faldas ceñidas al cuerpo, en tacones y con sus rostros cargados de maquillaje.

Nuestra presencia, pese a que en el lugar van y vienen personas, despertó algo de curiosidad entre las trabajadoras sexuales.

-Y esos quiénes son... no los había visto por acá. -Yo creo que esa es nueva en este oficio, no parece que fuera de acá, anda muy extravagante. -Ese hombre a saber quién será, tampoco lo había visto...

Las murmuraciones continúan, pero ya no están al alcance de nuestros oídos porque hemos avanzado hasta llegar a la puerta del hospedaje.

-Buenas, ¿tiene una habitación?, dijo Marcos.

-Sí tengo, 70 lempiras los de abajo y 80 lempiras los de arriba, respondió el encargado del establecimiento, un hombre trigueño de unos 60 años.

Unos minutos de silencio mientras simulábamos pensar cuál sería nuestra elección antes de que Marcos responda: Deme una de 70 lempiras.

Así se cerró el trató y se nos indicó cuál de las habitaciones se nos había facilitado, por lo que de inmediato Marcos me indica cuál elegiremos -en uno de estos de abajo nos vamos a quedar, además es poco tiempo, si solo venimos al mandado.

El arrendatario se suma a la conversación: Entre a ese, solo son 30 minutos, si se pasa va a pagar más.

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Las condiciones de las camas que alquilan a las trabajadoras sexuales en este establecimiento son deplorables.

Las condiciones de las camas que alquilan a las trabajadoras sexuales en este establecimiento son deplorables.

Insalubridad

El lugar desde afuera se observa que con un fuerte viento se vendría abajo, las paredes armadas con pedazos de cartón y descoloridas eran apenas parte de la precariedad que reinaba en su interior.

Antes de ingresar a la habitación, el encargado del negocio extendió su brazo para entregarle a Marcos un preservativo y un pedazo de papel higiénico para luego expresar: Tome, afuera está el inodoro y el baño por si se quieren bañar al terminar.

Al abrir el cuarto, un olor fétido nos golpeó, mismo que al cerrar la puerta nos provocó casi asfixia.

La única seguridad que tenía la habitación, si es que se le puede llamar de esa manera a una pocilga, era un clavo amarrado a un pedazo de cabuya que hacía la función de pasador.

Al hacer una inspección del interior, la insalubridad saltaba a la vista. Las paredes en un tiempo estuvieron pintadas de verde aqua, ahora estaban descascaradas y algunas partes repelladas para tapar las grietas causadas por la filtración de agua.

Algunos espacios de la pared eran tapados con cartones y había agujeros que permitían ver hacia el cuarto vecino y fácilmente se podía escuchar lo que platicaban.

Del cielo raso colgaban las telarañas, el piso de concreto estaba gastado y se notaba que pasan días enteros sin que reciba limpieza.

En una esquina, restos de colillas de cigarrillos, latas de cerveza y preservativos usados.

La cama matrimonial estaba tendida con colchas en apariencia limpias, pero que al acercarse desprendían un olor desagradable. Y ni se diga el colchón manchado, sucio, maloliente, tapado con cartones para disimular los resortes reventados.

Captar las condiciones de este espacio debía llevarnos el menor tiempo, pues solo teníamos media hora como tiempo asignado para estar en el cuartucho, sumado a que de un momento a otro logramos observar que desde otra habitación se nos vigilaba por en medio de las paredes de madera.


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En zozobra

Llego un momento donde escuchábamos que una persona entraba y salía de la habitación de la par, por lo que decidimos apagar la luz con el fin de lograr permanecer unos minutos más en el cuarto para retratar sus condiciones insalubres.

Para disimular los nervios y evitar que nos descubrieran comenzamos a dialogar de manera improvisada.

Decidimos hacer ruido al pararnos y sentarnos sobre el colchón que estaba sobre la cama y lanzarnos preguntas.

-¿Dónde habías estado, porque ya tiempo no te miraba?, consultó Marcos. Mi respuesta no se hizo esperar: Es que me había ido para La Ceiba, allá se gana mejor, ¿no te querés venir conmigo?

Marcos: No porque he estado sin trabajo, ahorita estoy esperando un trabajo.

Entre el diálogo, el sonido del obturador de la cámara resaltaba, pues había que retratar esta triste realidad.

+Ver fotogalería de las condiciones en las que laboran servidoras sexuales