Tegucigalpa, Honduras
Cuando Maribel -nombre ficticio- habla de su familia su mirada se llena de ternura y una sonrisa se dibuja en su cansado rostro.
Ella se dedica a ofrecer servicios sexuales para mantener a sus parientes desde hace diez años.
Por sesión cobra 200 lempiras, por lo general el centro de la ciudad capital es el sitio donde ella se instala a diario para ejercer su trabajo, aunque “hay competencia”.
Y es que en esta zona unas 180 mujeres se dedican a ofrecer sus cuerpos a cambio de un pago económico.
Según Maribel, este sector “productivo” es el único en el que se le ha dado oportunidad, pese a que buscó en otros espacios.
En cuanto a sus clientes, ha llegado a considerarlos buenas personas con ella, pues dice que no la agreden.
“Hubo un hombre que me dio dos mil lempiras para costear los estudios de... yo le conté que no tenía para la escuela y él me ayudó”.
Contrario a la violencia de la que es víctima otro grupo de féminas que se dedican al servicio sexual, ella no la ha padecido de sus clientes, aunque sí fue atemorizada por otras mujeres.
“Cuando llegué al parque central un grupo de mujeres se me acercaron y me pedían 200 lempiras diarios si quería permanecer allí”, comentó.
En caso de que se resistiera a cumplir con la cuota obligatoria dijo que era intimidada con hacerle daño a su familia.
Dolor y angustia
“Me acuerdo que cuando no les pagaba me golpeaban la cara y me tomaban del cuello insultándome”, comentó.
Entre nervios recordó que “si no les daba dinero me decían que me iban a matar a mí y a mi madre, yo les daba el pisto para no perder la vida”. Al recordar lo vivido Maribel comenzó a apretarse las manos una y otra vez y es que en una ocasión por no tener dinero fue golpeada de manera brutal a plena luz del día, ante los ojos de los policías municipales y de los capitalinos que indiferentes hicieron caso omiso del salvaje evento.
“Me golpearon mi rostro, me quedó muy inflamado y tuve que ir al centro de salud para atenderme porque me dolía mucho, mis labios sangraban y mi cuerpo quedó adolorido, pero nadie me hacía caso”.
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Unos días después decidió acudir a la posta de la Policía Nacional en la colonia Kennedy para interponer la denuncia contra este grupo de mujeres que la extorsionaban.
“Yo me fui a denunciarlas porque ya no soportaba más, les dije que era trabajadora sexual a los policías y ellos me ayudaron”, expresó.
Tras este episodio aseguró que no ha vuelto a sufrir una extorsión.
La extorsión no acaba
Ahora en la plaza central Maribel debe convivir con un grupo de mujeres que se dedican a extorsionar a sus compañeras.
“A mí ya no me hacen nada porque saben que puedo denunciarlas, pero hay otras que padecen de violencia”, manifestó la sexoservidora.
La trabajadora sexual relató que ella trata de mantenerse alejada de este grupo porque “son mujeres que pasan drogadas”.
Además comentó que ella ha sido testigo de cómo en el centro de la capital algunas féminas siguen exigiéndoles a otras el pago por permanecer en el espacio público.
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“Son violentas con las mujeres, pero algunas víctimas buscan apoyo de organizaciones para salir adelante de esa situación y hacer respetar sus derechos, porque los tenemos aunque no se nos respeten”, manifestó.
También ha sido testigo de cómo este grupo de delincuentes ofrece dinero a algunos elementos de seguridad pública para que no interfieran en sus gestiones.
“La excusa que dan las mujeres que les pagan es que hasta han mandado a matar a dos mujeres que no quisieron pagar la extorsión, pero no se les ha podido comprobar”, lamentó.