Nueva Ocotepeque, Honduras
Una sopita de patas de pollo con pataste y papas como único ingrediente era el almuerzo que preparaba en un fuego improvisado en el suelo la madre a las gemelas Nahomy y Lixi, de apenas un año y medio de edad.
La pobreza extrema abate a los padres de estas pequeñas que habitan en el exbolsón de Cayaguanca, ubicado en Nueva Ocotepeque, Ocotepeque, en la frontera entre Honduras y El Salvador.
El olvido en el que están los exbolsones recuperados por Honduras después de la sentencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, en 1992, afecta fuertemente a las nuevas generaciones.
Los pequeños están creciendo confundidos sobre su nacionalidad e identidad nacional, no saben si decir que son de Honduras o de El Salvador.
No obstante, los infantes ven hacia el lado donde les dan más y mejor atención, que en la mayoría de los casos es en el país vecino.
EL HERALDO entró al humilde hogar de la joven Yulian López y su esposo Edwin Ernesto Deras, quienes pasan días de sufrimiento cuando no encienden el fuego porque no hay qué comer y a las gemelas la leche materna no les calma por completo el hambre.
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Al ingresar a la vivienda de adobe y techo de teja las niñitas solo vestían una camisita. Ellas compartían un pedazo de muñeca para jugar.
Así pasan el día entre el humedecido piso de tierra en la casa que sus padres alquilan por 500 lempiras mensuales y que resulta difícil pagarlos porque el empleo en la zona es escaso.
El llanto de la pequeña Nahomy le indica a la joven madre que tiene hambre, pero la “sopa” no ha estado y para calmarla se sienta en una piedra a darle pecho, mientras Lixi espera su turno sentada en una olla podrida, que es la única silla que tienen.
Ambas tienen sus piecitos sucios debido a que tampoco cuentan con zapatos y llevan la tierra pegada a su tierna piel. “A las niñas las mantenemos como podemos, gracias a Dios no se me enferman mucho”, exclamó su joven madre.
Ninguno de los niños hondureños se libra de las consecuencias de haber nacido en una tierra que hace 25 años era de nadie, donde el interés manifiesto de los gobiernos era por el territorio y poco se ha manifestado en las personas que lo habitan.
Para el caso, en las aldeas de Nahuaterique, ubicado en el departamento de La Paz, en la línea fronteriza hay familias que viven en casitas cubiertas de plástico que sobreviven con tortilla y sal y muchos niños asisten de forma irregularmente a la escuela debido a que no tienen alimento y les toca aguantar hambre.
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Carencias educativas
Tenis, zapatillas, chancletas, burritos, sandalias o botas de hule son parte del calzado de los estudiantes de las escuelas en los exbolsones, casi todos están rotos porque los estudiantes caminan largas distancias para llegar a los centros educativos.
La alumna Glenda Amaya, de la escuela José Trinidad Cabañas, ubicada en la aldea La Galera, Nahuaterique, comentó que camina dos horas para poder recibir clases y cuando sus padres tienen le dan 25 centavos de dólar para que compre algo en el camino y poder comer.
La jovencita, junto a un grupo de compañeros, cruza por veredas solitarias y entre los maizales que este año gracias al buen invierno han florecido, garantizando así que el próximo año tendrán aunque sea tortillas para sobrevivir al cruel verano.
Alimentos |
Las autoridades de salud de Nahuaterique comentaron que los menores a diario son atendidos por infecciones intestinales y diarreas debido a que no tienen agua potable, así como de neumonía por el clima frío y la falta de abrigo.
EL HERALDO comprobó que la mayoría de pacientes del centro asistencial de El Zancudo son niños recién de nacidos y menores de 10 años que llegan vestidos con lo poco que pueden darles sus padres.
A la 1:00 de la tarde los niños de la escuela Dionisio de Herrera, en Dolores, ya están desesperados para irse a sus casas, no por ir a jugar sino porque tienen hambre y al menos en el hogar tienen tortillas y frijoles.
Pero hay otros menores que deben salir a ganarse el pan de cada día a la par de sus padres, labrando la tierra, dirigiendo una carreta de bueyes o un caballo, debido a que después de cursar el sexto o noveno grado no hay más esperanzas de estudiar.
Colegios de educación media no existen en los exbolsones y los muchachos con más posibilidades económicas logran ir a El Salvador en busca de educación, pero la mayoría no llega a alcanzar un nivel educativo superior al primario.
Tal es el caso de la pequeña Anayeli Deras, de 14 años, quien reside en Cayaguanca, que está a punto de abandonar el colegio porque sus padres ya no pueden costear los gastos de útiles escolares y el pago de transporte debido a todos los días tiene que viajar casi al centro de Ocotepeque.
En Sazalapa, La Virtud, los pequeños se alimentan de lo que sus padres logran cultivar en sus parcelas y lo que se ganan cuando venden algunos de los frutos o granos básicos que producen.
Aquí los niños prefieren ir a la escuela de El Salvador, afirmó una madre de familia, y no es para menos, allá les dan merienda y el menú cambia a diario, un día les dan arroz y huevo, otros días sopa de arroz o leche pura de vaca, mientras que en la escuela de Honduras no reciben nada.
Una de las peculiaridades de La Virtud es que la línea divisoria quedó en medio de la escuela Profesor Aquilino Ábrego Sosa, en ese sentido, una aula estaba en El Salvador y otra en Honduras.
Según los pobladores, por varios años funcionaron los dos centros educativos a la par, pero los niños de Honduras observaban que en la escuela de El Salvador les daban útiles escolares, uniformes y merienda y de ellos nadie se acordaba.
En ese sentido, todos los hondureñitos querían asistir a la escuela salvadoreña, bajando la matrícula en el lado de Honduras, y para no afectar el centro educativo El Salvador hizo su escuela en otro sector.
Pero aun así los niños de Honduras prefieren cruzar la frontera. “Yo voy a la de arriba porque allá nos dan comida, uniformes y los lunes cantamos ‘saludemos’”, que es el himno nacional de El Salvador, dijo a EL HERALDO la pequeña Yesica Orellana, que está en el kínder de aquel país.
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En el exbolsón de Goascorán la triste historia de los niños abandonados se repite: muchos no tienen uniformes, alimentos, una cama donde descansar y duermen en hamacas en medio de los zancudos.
La calamidad empeora cuando llueve debido a que sus casas se vuelven lagunas de agua sucia y lodo porque el río Goascorán se desborda con facilidad.
Y así, entre los charcos y el excremento del ganado, los pequeños asisten a la escuela mientras sus padres buscan entre los recursos naturales y las parcelas de zona ingresos para poder alimentarlos.
Muchos de los sectores de los exbolsones son lugares fríos, donde la población requiere de abrigos, colchonetas y frazadas.
Mientras que los estudiantes carecen de mochilas, útiles escolares, zapatos, tenis para educación física y en las escuelas no hay bibliotecas ni material didáctico.
También necesitan campañas de higiene personal y bucal para el cuidados de sus dientes, ya que de El Salvador hacen campañas, pero no en todas las escuelas.
Los niños más pequeños no tienen ropa ni zapatos y la mayoría no tiene con qué divertirse, ya que las posibilidades de que sus padres les compren un juguete son remotas.
EL HERALDO solicitó al Instituto Nacional de Estadísticas (INE) indicadores sobre los exbolsones, pero solo se proporcionó información de Nahuterique del censo del 2014. No existen mediciones de niveles de pobreza, educación, salud y acceso a servicios básicos de cada uno de los sectores que abarcó la sentencia.
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