CHOLUTECA,HONDURAS.- Entre el fuego apagado y una vieja mesa de madera, una gallina está echada en su nido.
Cuando el bondadoso animal llega a ese lugar, nadie le molesta, pues saben que les dará el huevo para acompañar la tortilla de la cena.
Magda Corrales, madre del pequeño Joan Noé Nivarrez, de cuatro añitos, aplasta con una piedra de moler la masa del poco maíz que les queda.
Su esposo, un joven agricultor que guardaba la esperanza de cosechar el alimento para el resto del año, trabaja haciendo un plantel en el que gana 100 lempiras al día.
Aunque las oportunidades de trabajo solo salen una o dos veces a la semana, con ese dinero ajustan para comprar maíz, frijoles y sal y así darle gusto a la comida.
“No sé cómo vamos hacer, todo el maíz se perdió y los frijoles aquí no dan, no crecen las matas”, exclama la mujer preocupada en la comunidad de El Puerco, en los más alto de Orocuina, Choluteca.
El cacarequereo y correteo de la gallina negra alegra al pequeño, Joan Noé, y por inercia va a recoger el huevo todavía calentito del nido y con una gran sonrisa se lo entrega a su madre.
“Él sabe que ese huevito es lo mejor que puede comer porque los tres tiempos son frijoles y tortillas, arroz cuando hay”, expresa la mujer.
Los días pasan y la comida cada vez es más escasa, ella sabe que están a las puertas de una hambruna, las praderas está áridas y las milpas tostadas, todo se perdió.
Esta es la cruda realidad que envuelve a los municipios del corredor seco, ubicados al sur de Honduras, entre los departamentos de Francisco Morazán, Choluteca, Valle, El Paraíso y parte de La Paz.
EL HERALDO se desplazó a estos alejados y olvidados territorios donde una crisis alimentaria está por explotar debido al extenso veranillo o canícula. En Orocuina, alrededor del 80 por ciento de la población vive de la agricultura, otra pequeña cantidad del comercio, en las empresas que cultivan ocra y algunas de la remesas que envían sus familias desde Estados Unidos.
Angustia
Después de dos horas y media de camino, el equipo de EL HERALDO estaba ingresando a este municipio a las 6:30 de la mañana.
El cálido aire penetra en la piel, el sol nace ardiente como todos los días, sin dar esperanzas de lluvia y al costado de la carretera las milpas están amarillas, totalmente perdidas.
Protegido con un viejo sombrero de tela, su camisa de botones y un gastado pantalón jean, cargando la cuma (machete con curva) en la mano, don Francisco Aguilera se dirige hacia su milpa.
En su rostro desencajado muestra la preocupación que los embarga, “este año hubo una gran peste, todo lo perdimos, con lo poquito que podíamos abonamos, fumigamos, pero de nada sirvió porque la lluvia no llegó”.
'Nosotros solo decimos, si Dios no quiso qué vamos hacer, solo Dios sabe”, manifiesta el humilde labriego.
Augura que se vienen momentos duros de hambruna porque la cosecha de primera no dio ni para los elotes.
“Uno quisiera tener su maicito porque uno ya con el maicito aunque sea con salita come, pero aquí con esta situación se sufre”, narra el señor de 65 años, de piel quemada por el sol.
Detalla que había sembrado tres medidas de maíz y cuando la cosecha es buena, saca siete cargas, es decir, 14 quintales, pero este año solo logró dos cargas, desgranando lo poquito que crecieron la mazorcas.
Crisis
La pérdida del cultivo de primera en Orocuina supera el 80 por ciento, alguna gente está cortando las matas y otras mejor metieron ganado para que se las coma.
El padecer de la población es generalizado, algunos acuden a las autoridades locales en busca de ayuda pues están desesperados y ya casi es tiempo de la siembra de postrera, donde se espera que el clima sea bondadoso.
“Esto es una quemazón, estamos muertos en vida, no sacamos ni para darle de comer a las gallinas”, se quejó el agricultor José Osorto.
EL HERALDO recorrió parte de las aldeas y caseríos de Orocuina, constatando la triste realidad. En las extensas lomas las milpas han muerto y la gente está temerosa sobre qué va a comer por el resto del año.
Los mismo pasa en el municipio de Luire, El Paraíso, ubicado a unos 14 kilómetros de Orocuina, allí las milpas no lograron desarrollar y no se vieron los elotes.
A cinco minutos de Orocuina se ubica Apacilagua, un municipio bendecido porque el inmenso río Choluteca lo cruza, pero de nada sirve, no existen sistemas de riego para la población más necesitada.
Aquí el sol arde y azota sin piedad los sambradíos de cientos de familias, sobre todo en las aldeas como Guayabillas, Las Tablas, Las Cañas y Pueblo Nuevo, ubicado en la zona montañosa, aquí se perdieron las cosechas.
“Todas las milpas se perdieron y no es porque la gente no trabaje, el problema es que el agua fue incapaz para hacer crecer las milpas”, asegura el agricultor Santos Emilio Baquedano.
Los pobladores de estos municipios cada año sufren del mismo problema, pero los gobiernos los mantienen en el olvido, la famosa bolsa solidaria en algunos sectores no la conocen y donde ha llegado es selectiva o politizada.
El Bono Diez Mil solo lo dan dos veces al año a ciertas personas, recibiendo en total alrededor de 3,800 lempiras en 12 meses y no lo que corresponde.
“En abril nos dieron 1,600, tal vez para el Día del Niño nos dan otra parte”, dijo una de las madres beneficiadas.
En todo el corredor seco urge la atención de las autoridades en alimento y semilla para poder sembrar a finales se este mes, donde esperan que el cultivo de postrera les deje el alimento para sobrevivir en el 2019.