CRIMEN. Roy aceleró después de rebasar la fila de carros que entraba a Prados Universitarios, pasó por la gasolinera como una flecha y empezó a reducir la velocidad frente a Ferrecasa, para tomar la curva a la derecha que lo llevaría a la Villa Olímpica. Era una mañana alegre, el pasaje era bueno y Roy estaba lleno de vida. Le encantaba aquel trabajo y soñaba con ser dueño de un rapidito algún día. Mientras tanto, manejaba y cantaba, tabaleando con los dedos en el timón, siguiendo el ritmo de la pegajosa canción de Pitbull:
“¡Trae tu amiguita!”
Detuvo el busito Hiace frente al portón para que bajaran dos pasajeros, y reemprendió la marcha, aplastando con el pie el acelerador. Hizo sonar el pito dos veces para apurar al pick-up blanco que iba enfrente y siguió tarareando la canción:
“¡Mami, tú estás bien rica!”
En ese momento vio algo que debió helarle la sangre en las venas, porque abrió los ojos asombrado y el siguiente verso se apagó en su garganta, a pesar de que tenía la boca abierta.
El pick-up blanco casi se detuvo, el hombre que iba en la paila levantó un brazo y apuntó una pistola hacia él. No tuvo tiempo de reaccionar. Tres disparos rompieron el silencio de la calle solitaria y se estrellaron en su rostro, traspasando el vidrio y quitándole la vida en el acto. El busito se estremeció por un instante, giró hacia la mediana y se detuvo de pronto. Los pasajeros empezaron a gritar y salieron por la puerta y las ventanas en el colmo del terror. Ahora, el rostro de Roy era una máscara sanguinolenta a la que le faltaba un ojo y que tenía un orificio en el pómulo derecho y una herida en la frente, sobre la base de la nariz, por la que empezaba a salirse el cerebro, mezclado con sangre espumosa. El pick-up desapareció, dejando tras de sí una escena grotesca.
EL H-3. “Está claro que es un crimen por encargo –decía, analizando la escena del crimen–, y el tirador es un experto”.
“¿Impuesto de guerra?”
“No creo. El cobrador dice que pagaban puntualmente los viernes”.
“¿Lío de faldas?”
“Su mujer dice que era un hombre dedicado al trabajo, que no salía nunca de su casa en su tiempo libre y que estaba ahorrando para comprar su propio bus”...
“¿Competencia?”
“Tampoco, porque los territorios están bien definidos, hay paz entre los transportistas y aun los pandilleros que tienen rapiditos respetan las reglas del negocio”.
“¿Entonces?”
El H-3 se quedó pensativo por largos segundos; al final, dijo:
“Creo que estamos ante una venganza… No encuentro otra razón. Está claro que lo venían siguiendo, que conocían la ruta, las estaciones y el lugar, poco transitado a esta hora. Fue un crimen bien planificado”.
“¿Por qué?”
“Ese es nuestro trabajo, averiguar por qué”.
EN LA DNIC. “¿Qué tenemos?”
“Dos cosas”.
“A ver”.
El detective puso una carpeta abierta sobre el escritorio del H-3.
“Los testigos anotaron la placa del pick-up de los asesinos. Este es el reporte de robo, denunciado ayer en la mañana por el dueño. Dice que se lo robaron en la calle, cuando él andaba haciendo unas diligencias en el Mayoreo de Belén. El dueño se llama Antonio Manuel Izaguirre Ponce”.
“Bien. ¿Y la segunda cosa?”
“Entrevistamos a algunos vecinos y amigos de Roy y dicen que este tuvo un problema serio hace más o menos un año”.
“¿Qué problema?”
“Nadie lo supo, pero aseguran que estuvo detenido, que la Policía lo capturó… Dicen que cuando salió en libertad se perdió del barrio por casi un mes”.
“¿Encontraron los antecedentes en el Archivo?”
“No hay nada sobre él”.
“Bien. Hay que buscar en otro lado. Si los vecinos dicen que estuvo preso, es porque estuvo preso. Nadie le lleva mejor la vida a uno que el vecino. No olviden eso”.
“Entendido, señor.”
El H-3 sonrió, encendió un cigarro, y preguntó:
“¿Entrevistaron a la esposa?”
“Sí, pero no dice nada en concreto”.
“¿Le mencionaron lo que dicen los vecinos?”
“Sí, pero como que no es con ella. Dice que no sabe por qué dicen eso si su esposo nunca tuvo problemas con nadie”.
“Entonces, es que la mujer sabe más de lo que dice, y porque sabe quién mató a su marido es que tiene miedo de hablar. Tráiganla. Yo la voy a interrogar”.
“Pero está en la Morgue, retirando el cadáver…”
“¡Dejad que los muertos entierren a sus muertos! ¡Tráiganla! Recuerden que tiempo que pasa, verdad que huye”.
EL CARRO. A las once de la mañana, en la salida vieja a Olancho, dos motorizados respondieron a la denuncia de que cerca de la vieja casona de los Soto se estaba quemando un carro, a la orilla de la calle. Cuando llegaron, los restos del vehículo estaban calientes y el humo se elevaba al cielo en una columna gris y apestosa. La voz que les respondió por radio sonó clara y fuerte:
“¿Tienen el número de placas?”
“Sí”.
Pasaron casi dos minutos. La voz se escuchó de nuevo:
“Ese carro tiene reporte de robo. Pick-up Toyota, rojo, cabina y media, 4X4, robado en la zona de Belén ayer en la mañana al señor Antonio Manuel Izaguirre Ponce”.
“Es el mismo, aunque no se le ve el color”.
“Bueno, vamos a avisar a la DNIC”.
El hombre cortó. El motorizado volvió a llamarlo:
“¡Hey, paisa!”
“¿Qué pepsi?”
“A nosotros nos pasaron el guacho para que rastreáramos un pick-up alto, 4X4, rojo, cabina y media, desde el que mataron a un motorista de rapidito en la mañana, ahí por la Villa Olímpica… ¿Será este?”
“Puede ser. ¿Tiene el número de placas? ¿Ya confirmaron si es el mismo?”
“No lo tenemos”.
“Q a P.”
Media hora más tarde, se confirmaba que aquel era el carro de los asesinos.
“Bueno –dijo el H-3–, por lo menos, don Antonio Manuel podrá decir que ya encontró su carro. En este caso, Nery Ordóñez no tendrá mucho trabajo. ¿Alguien sabe cómo localizar al dueño?”
“Ese es trabajo de mi subcomisario Nery. Allí están los niños de Robo de Vehículos”.
DON ANTONIO. Nery Ordóñez es un policía que le ha entregado su vida a la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) desde que este proyecto nació como la gran esperanza contra el crimen en Honduras. Su dedicación al trabajo ha dejado una huella positiva que debe retomarse para bien de la sociedad que ha jurado servir y proteger, y, a pesar de sus detractores y de los defectos naturales en el ser humano, Nery es un buen policía, y nunca dejará de serlo. Consciente de que las cosas cuestan y que a don Antonio Manuel le gustaría saber qué había sido de su carro, envió a dos muchachos a darle la mala nueva. La sorpresa fue que los muchachos regresaron con una buena nueva.
“Jefe, los vecinos dicen que don Antonio salió de viaje esta mañana…”
“¿Ah, sí?”
“Y, ¿a que no adivina en qué se fue de viaje?”
“A menos que yo sea la bruja Cleo, no adivino. A ver”.
“Se fue en su carro.”
Nery mostró sorpresa.
“¿En el que le robaron ayer?”
“En ese mismo”.
“¿Están seguros?”
“Los vecinos no se equivocan”.
“¿Lo habrá recuperado y se le olvidó informarle a la Policía?”
“O no se lo robaron nunca, jefe…”
“¿Entonces?”
“Creo que don Antonio es un poco misterioso… Los vecinos dicen que vive solo desde que murió la esposa, que no se relaciona con nadie y que los viernes y sábados bebe Yuscarán hasta ahogarse, y llora…”
“¡Vaya! Si que les importa la vida privada de la gente a ustedes… Pero esa es virtud de un buen policía… ¿Por qué don Antonio no reportó que había encontrado el carro? Eso me da mala espina”.
“A nosotros también, jefe, y más porque se le advirtió que si lo encontraba debía informarnos de inmediato para que la Policía no lo detuviera si lo encontraba circulando y se sospechara de él…”
“Bueno, la gente es así…”
“¿Qué hacemos?”
“¿Qué tenemos sobre don Antonio?”
“Nosotros nada…”
“Bien. Entonces entréguenle esos datos a Homicidios… En ese carro iban los asesinos del chofer del rapidito y a ellos puede servirles de algo. Hasta aquí llegamos nosotros”.
DATOS. El H-3 sonrió al recibir la información.
“Vamos a ir a la casa de don Antonio –dijo–. Este es un misterio que bien vale la pena desenredar. Que Nery nos preste a los muchachos. Ellos conocen la casa”.
A las siete de la noche regresaron de la zona de La Laguna.
Los vecinos dijeron que don Antonio estuvo todo el día anterior en su casa, que no vieron salir el carro y que hasta la mañana siguiente fue que lo sacó. Para más detalles, abrió el portón de malla ciclón, retrocedió hasta estacionarse frente a la pulpería “Almita” y cerró el portón, después de regalarle unos trozos de madera a doña “Chunga”, la tortillera de enfrente, que los ocupaba como leña. La señora vio que llevaba un maletín negro en el asiento de adelante, pero no le preguntó nada porque don Antonio “es muy serio”, y a ella no le gusta meterse en lo que no le importa; le dio las gracias, se despidió de él y lo vio irse, despacio, por la calle de tierra. No lo había vuelto a ver.
“¿Más o menos qué hora era cuando lo vio salir?”
“Pues eran como las ocho porque Eduardo Maldonado dijo que se iba a la pausa, y yo aproveché para pedirle la leña a don Antonio. Porque yo no me pierdo a Eduardo Maldonado, ¿sabe?”
“Nosotros tampoco, señora. Dígame, ¿usted sabe por qué vive solo don Antonio?”
“¡Ay, señor! ¡Una tragedia!”
“¿Qué tragedia?”
“Se le murieron la esposa y su hijito… Eso me dijo una hermana suya, pero no me dijo ni cuándo ni cómo… Y esas cosas uno debe saberlas para poder comprender a la gente… Yo creo que por eso don Antonio es huraño…”
“¿Por qué le dice don Antonio? ¿Es viejo?”
“Por respeto, señor. Es un muchacho bien galán, de unos treinta años… Yo le decía a mi hija que se fijara en él porque ya tiene casa, y está solo, pero no, ella prefirió meterse con ese greñudo que solo le puso la queresa y la dejó… Y viera qué bonita es mi hija, señor, zarquita y blanquitilla, pero sabe Dios por qué me salió bruta…”
Dice el H-3 que si no deja a la señora con la palabra en la boca, todavía la estuviera escuchando.
TESIS. “Antonio denuncia el robo de su vehículo, la mañana de ayer, y ya sabemos que lo tuvo en su garaje todo el día. ¿Por qué hacer la denuncia? ¿Qué pretendía con eso?”
Alrededor del detective todo quedó en silencio.
“Sale de su casa hoy a las ocho de la mañana, confirmado por los vecinos, especialmente por doña Chunga. A las nueve y media, el carro está frente a la Villa Olímpica, desde donde le disparan a Roy. Al medio día, el carro está en llamas. A las siete de la noche, don Antonio no ha aparecido por su casa, lo que a muchos vecinos les parece raro porque es un hombre de costumbres y nunca salía de noche…”
“¿Dónde podrá estar?”
“Recuerden que la señora dijo que vio un maletín en el asiento del pasajero”.
“¿Se preparaba para un viaje?”
“Podría ser. Lo que más me intriga es por qué denuncia el robo del carro, por qué sale en él esta mañana y por qué aparece quemado después de que mataron al chofer…”
“¿Y por qué no ha regresado a estas horas a su casa?”
“¿Tiene algo que ver don Antonio en el asesinato?”
“Creo que mañana lo sabremos. Vos vas mañana a Tránsito, a primera hora. Quiero ver el expediente de Roy…, ya que aquí no tenemos nada sobre él… Vos vas a la morgue, temprano, con este nombre. Es la esposa de don Antonio. Creo que servirá de algo saber de qué murió la señora. Y que alguien localice a la hermana de don Antonio; aquí está el nombre completo. De algo nos va a servir hablar con ella”.
TRABAJO. La mañana era fresca, pero el H-3 estaba agitado. Los datos que tenía sobre su escritorio se estaban armando en su cerebro como un rompecabezas, y eso lo ponía tenso y de mal humor. En ese momento su cerebro era una máquina de pensar.
Pasaron largos minutos. A eso de las nueve y media, dio un salto en su silla.
“¡Ya está! Preparen una patrulla. Vamos a la Sultana ahorita mismo… ¡Qué alguien me comunique con Interpol!”
Dos días después, Antonio Manuel llegó a San Pedro Sula, sentado en el asiento de atrás de un Honda Civic negro, sin placas, entre dos agentes de Interpol y con las manos esposadas. Vio el viejo puente de hierro sobre el río Chamelecón, con cierta nostalgia en los ojos, y suspiró. Luego trató de dormir. Lo habían detenido en la aduana El Carmen, justo cuando estaba por cruzar a Talismán, Chiapas, y no resistió el arresto cuando dos agentes, cubiertas las cabezas con gorras de Interpol, lo requirieron. Tardaron dos minutos en subirlo a una camioneta y seis horas en entregarlo a Interpol de Honduras en la frontera de Agua Caliente. Ahora iba para Tegucigalpa. ¿Qué había pasado? ¿Podría despertarse de semejante sueño?
ENTREGA. El H-3 dejó que Antonio tragara el último bocado de su cena y que vaciara la botella de Coca-Cola. Se veía cansado pero había en sus ojos un algo de tranquilidad y resignación.
“¿Sabe por qué está aquí, verdad?”
Don Antonio sonrió. Estaba pálido y demacrado, pero se notaba seguridad en su rostro.
“Matar al chofer le va a costar treinta años de su vida, señor”.
“No me importa. Lo hecho, hecho está…”
“¿Por qué lo mató?”
“Si usted hizo que me detuvieran, usted debe saberlo”.
“Ahora sabe que no hay crimen perfecto…”
Antonio sonrió. Dos lágrimas asomaron en sus ojos.
“¿Por qué llora? ¿Por su esposa y su hijito?”
La sonrisa de Antonio se convirtió en una mueca de tristeza.
“Sabemos que Roy los atropelló, frente a la colonia San Ángel, hace un año. Él se entregó a la Policía de Tránsito, estuvo detenido, lo acusaron de lesiones culposas y salió en libertad esa misma tarde pagando poco menos de cuatro mil lempiras”.
“Así fue. Y mi niño murió esa misma noche, cuando él ya estaba en su casa, feliz, mientras yo me deshacía por dentro… Mi esposa murió dos semanas después, sin recuperar la consciencia… Casi la desnucó del golpe… ¿Y todo por qué? ¡Porque iba peleando línea con otro desgraciado!”
“Entonces usted esperó un año, fingió que le robaron su carro, desde su mismo carro le disparó a Roy, lo quemó, para despistar a la Policía, se subió a un bus que iba para Ocotepeque, y creyó que podría llegar a Estados Unidos, y no pagar nunca su crimen”.
“Así es. Lo que me gustaría saber es cómo dieron conmigo…”
“Lo planificó todo muy bien, ¿no es cierto?”
Antonio se rascó detrás de la oreja.
“Al menos es lo que yo creía… Y esto que dicen que la DIC no sirve para nada”.
FINAL. Antonio se sienta despacio, con la Biblia en la mano y una sonrisa amigable en los ojos.
“Tómese su fresco, se le va a calentar. Y no se preocupe, aquí nadie nos va a molestar”.
“¿Está seguro de que quiere que escriba su historia?”
“Sí. Solo que no mencione nombres, y no me pregunte el de mi esposa”.
“¿Qué tan cierto es que usted le envía dinero cada mes a la esposa de Roy?”
Antonio sonríe.
“Estábamos recién casados, y el bebé solo tenía tres meses. Prácticamente solo les dije: ‘Hola y adiós’.”
Guardó silencio, apretó los dientes, como si así pudiera menguar el dolor y detener el llanto, y luego, agregó:
“La cólera es mala consejera, y el deseo de venganza es peor que la serpiente del paraíso… Debí dejarle las cosas a Dios”.
“¿Ella sabe que quien le manda el dinero es usted?”
“A mi madre le costó convencerla de que lo aceptara… Es por los niños… ¡Termínese su fresco!”
Dos lágrimas gruesas y brillantes corrieron por las mejillas descoloridas de Antonio. Su sonrisa era como una súplica, y su suspiro como un lamento.