En la historia negra de la democracia nacional, al menos cuatro presidentes de Honduras fueron víctimas de atentados confirmados por las autoridades, en los cuales uno perdió la vida.
Los anales históricos reseñan tres intentos de asesinato contra mandatarios hondureños.
El primero se registró contra Vicente Mejía Colindres, candidato del Partido Liberal que venció al nacionalista Tiburcio Carías Andino en las elecciones de 1928.
Su mandato se extendió del 1 de febrero de 1929 al 1 de febrero de 1933, pero fue el día de su toma de posesión cuando fue atacado y logró salir con vida.
Según el historiador hondureño Rubén Darío Paz, el general Carías Andino también fue víctima de un atentado que tenía como objeto acabar con su vida.
La versión fue confirmada por el también historiador y escritor, Mario Argueta; sin embargo, indicó que el atentado contra Carías que tuvo lugar en 1944, pretendía derrocarlo.
El plan habría sido creado y ejecutado por un grupo de tenientes formados en academias militares extranjeras, entre ellos Mario Sosa, quien años después se sumó al Partido Comunista Hondureño.
Entonces se afirmó que los conspiradores fueron delatados y gracias a ello, Carías continuó en el poder.
Un tercer ataque contra un presidente fue reportado en 1994, en la inauguración de las obras de construcción de un prestigioso hotel de San Pedro Sula, en la zona norte de Honduras.
El objetivo del acto criminal era el entonces presidente liberal Carlos Roberto Reina Idiáquez, quien asumió el poder ese año.
De forma extraoficial se informó que Reina sufrió otros dos atentados durante su mandato; pero ninguno fue confirmado por las autoridades.
Luego de que un artefacto explosivo de tipo casero fuera lanzado contra la vivienda de Reina en 1996, uno de sus cercanos colaboradores señaló a exfuncionarios que estaban siendo investigados por actos de corrupción. Desde entonces, la seguridad del expresidente extinto fue redoblada.
Un magnicidio
De los tres atentados contra mandatarios, uno logró su objetivo. En 1862, en Comayagua, que entonces era la capital de Honduras, se perpetró el único magnicidio registrado en el país.
El 10 de enero de ese año, el salvadoreño Cesareo Aparicio acribilló al jefe de la Guardia Presidencial, el coronel Hipólito Zafra.
Minutos después del crimen, Zafra es sustituido por el mayor de plaza Pablo Agurcia, quien ordenó una investigación para librarse de sospechas y sustituye a los guardias de turno por hombres que formaban parte de su planificación.
Aunque la costurera presidencial Aniceta Lemus expresó su desconfianza por el cambio de personal, nadie advirtió que se trataba de un plan para ejecutar al general José Santos Guardiola.
Al siguiente día, a las 5:00 AM, un grupo de hombres tocó las puertas de la Casa Presidencial y al escuchar desde su cuarto los ruidos del exterior, el presidente salió para cerciorarse de lo que acontecía. Fue ahí donde Cesareo Aparicio disparó el arma tipo carabina contra el abdomen del gobernante.
La historia relata que el asesino intentó rematar con un segundo disparo al mandatario, pero este dijo: 'Basta ya, no es necesario'.
Los responsables del hecho fueron capturados y presentados antes el presidente provisional general José María Medina, el cual ordenó que un tribunal conociera del caso.
Finalmente, fueron condenados a la pena capital, que entonces consistía en el fusilamiento. La sentencia se cumplió en la plaza de Comayagua, en febrero de 1862.