Crímenes

Grandes Crímenes: La despedida

24.09.2016

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

SERIE 1/2

Nidia
¿Por qué mataron a Nidia? ¿Quién la odiaba tanto como para darle aquella muerte tan inesperada como terrible e inmerecida? ¿A quién le hizo daño? ¿Quién fue la persona que la vio por última vez? ¿Tenía enemigos aquella muchacha alegre y bonita que estaba a escasos días de casarse?

Estas y otras preguntas se las hacían los detectives luego de que personal de Medicina Forense levantó el cadáver de Nidia, cinco horas después de que lo encontraron, pero las preguntas no tenían respuesta, al menos no en aquel momento en que la familia de la muchacha lloraba, gritaba y se desmayaba en la escena del crimen.

Hallazgo
La pareja que la encontró recogía botes para reciclar a una orilla del anillo periférico, cerca de la colonia Ulloa. Era una zona solitaria en la que se acumulaban la basura, los desperdicios de construcción y animales muertos, el tránsito era escaso, sobre todo en la noche, y por eso nadie se fijó en el bulto que estaba detrás de un basurero, a pocos metros de la calle a medio construir.

Estaba desnuda y tenía señales de haber sido golpeada. Tenía los labios hinchados y una herida larga y oblicua le llegaba hasta la base de la nariz, un ojo estaba cerrado por la inflamación producida por un golpe violento, y estaba morado, había cardenales en el cuello y moretones en los brazos y en el pecho. En la parte de atrás de la cabeza tenía una herida grande, hecha tal vez con un objeto pesado y contuso, alrededor de la cual se había secado la sangre formando una costra gruesa e informe que se había llenado de moscas y hormigas.

Un detalle
“¿Cuándo la vio por última vez?” le preguntó el detective de homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) a la madre de la muchacha.

“Ayer en la mañana –dijo la señora–, después del desayuno. Me dijo que iba a verse con unas amigas porque le ayudarían con los últimos detalles de la boda”.

“?Sabe si recibió alguna llamada sospechosa?”

“No, no sé… Ella siempre estaba alegre y si hubiera tenido algún problema me lo hubiera dicho, o a su papá…”

“¿Tenía algún enamorado al que ella rechazó?”

“No, nada de eso. Desde que conoció a Raúl, cuando estaban en el colegio, se enamoraron… De eso hace seis años…”

“¿Conoce a alguien que tuviera motivos para odiar a su hija?”

“No, señor –contestó el padre, un abogado que había envejecido de pronto y que mostraba en su rostro su enorme sufrimiento–?”

En aquel momento sonó el teléfono del detective. Contestó de inmediato.

“Tenemos un detalle –le dijo una voz fuerte–, algo que nos va a ayudar a identificar al asesino”.

“¿Qué es?”

“Tenés que verlo vos mismo –le contestaron–; es mejor que vengás”.

El detective se disculpó, dejó a los padres de Nidia afuera de la morgue, y entró. Sobre la camilla de disección estaba el cuerpo de Nidia, limpio ya, y extremadamente pálido.

“¿Qué es?” –preguntó el detective.

“¿Ves esto?” –le preguntó, a su vez, su compañero, al tiempo que hacía un círculo con un índice sobre el seno derecho.

“¡Una mordida!”

“Eso es”.

“Una mordida perfecta –agregó el médico autopsiante–. Parece que este hombre, porque tiene que ser un hombre, tiene una dentadura perfecta…”

Hizo una pausa y añadió, señalando con un lápiz sobre la mordida mientras enumeraba:

“Centrales, superiores e inferiores; laterales, caninos y premolares… Verticales… Parece que no le falta ni una pieza y que se ha cuidado mucho los dientes desde niño”.

“Eso podría ser de gran ayuda” –dijo el detective.

“Exacto” –contestó el médico–. El cuidado casi perfecto de los dientes es una cultura que se da más que todo en ciertas clases sociales…”

“Esto quiere decir que el dueño de estos dientes tiene cierto nivel…”

“Podría decirse que sí”.

“Igual o casi igual al de la víctima”.

“Es posible”.

“Y también es posible que la víctima y su asesino se conocieran”.

Siguió a esto un momento de silencio.

“Hay otro detalle –dijo el médico, levantando con su guante sucio la mano derecha de Nidia.

“¿Y es?”

“Uñas quebradas. Tres. Índice, pulgar y dedo del corazón. Quebradas, como si se hubiera aferrado a algo con fuerza”.

“A algo o a alguien, doctor”.

“Parece que la muchacha se defendió de su agresor”.

“Así parece”.

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Cita
Las amigas con las que Nidia quedó de verse dijeron que la esperaron en vano. La última llamada que recibieron de ella fue cuando les dijo que iba saliendo de su casa. Cuando se tardó demasiado, empezaron a llamarla, pero no contestó las llamadas. Una hora después es teléfono estaba apagado. Cuando le preguntaron a la madre por ella, esta dijo que había salido y que tampoco a ella le contestaba el teléfono.

Lo raro era que el carro de Nidia, una camioneta Ford Explorer, uno de los regalos de bodas de su padre, seguía estacionada frente a la casa.

“No se fue en su carro –dijo el detective–, lo que significa que alguien fue por ella”.

Era posible, pero ¿quién? No tenía cita con nadie más que con sus amigas, y daba la casualidad que las tres muchachas eran vecinas o al menos vivían cerca una de la otra, pero a varios kilómetros de Nidia. Y nadie fue por ella. ¿Entonces?

“Mire, señor –les dijo a los policías uno de los guardias de seguridad de la colonia–, yo hice mi ronda en la mañana y vi una camioneta roja, de esas nuevas, parqueada cerca de la casa de la señorita; estaba con el motor encendido”.

“¿Vio a alguien adentro de la camioneta?”

“No; tenía los vidrios oscuros”.

“Recuerda la placa o algo que nos ayude en la investigación?”

“No, señor. Aquí vienen muchos carros y a las personas de esta colonia no les gusta que uno les ande averiguando la vida… Nosotros nos limitamos a cuidar, nada más…”

“¿Qué hora era, más o menos, cuando usted hizo su ronda?”

“Las ocho y pico, señor”.

El detective consultó su libreta de notas.

“La muchacha salió de su casa a eso de las ocho… A las ocho y media recogería a sus amigas…”

Cuando hablaron con la modista esta les dijo que se quedó esperando a Nidia porque esa mañana se iba a probar el vestido. Nadie dijo algo más.

La mordida
La madre se limpiaba las lágrimas, apoyada en el hombro de su esposo, que estaba a punto de caer. Los amigos y amigas de Nidia hacían una rueda en torno a ellos. Dos hermanos de la muchacha esperaban en silencio que el cuerpo saliera de la morgue.

Cuando el detective salió a la calle, la madre lo abordó de inmediato.

“¿Qué fue lo que pasó, señor?” –le preguntó, directamente–.

“No la entiendo, señora”.

“La llamada, señor; la llamada que recibió usted… ¿Por qué entró a la morgue después de que lo llamaron? ¿Encontraron algo que pueda ayudarnos a saber quién mató a mi hija?”

“Sí, señora, encontramos algo”.

“¿Qué es? Puede decírmelo con confianza… Lo que más quiero es saber quién mató a mi hija”.

“Por ahora no puedo decírselo, señora, pero ya lo notará usted cuando la esté vistiendo…”

“¡Deje los misterios! –gritó la mujer–. ¿Es qué cree que no puedo soportar otra noticia después de recibirla, pero que he tenido en mi vida…?”

“Una mordida, señora”.

“¿Mordida?”

“Sí; una mordida a la altura del seno derecho, una mordida perfecta, si cabe el término”.

La señora guardó silencio. El detective añadió:

“Perdone, señora, pero desde que encontramos el cuerpo no he visto al novio…”

“Estaba de viaje –respondió la mujer–, un viaje de negocios en Costa Rica. Viene hoy. Cuando supo la noticia estuvo a punto de morirse también… Se querían tanto”.

“¿Cuándo supo cuál de las dos noticias, señora?”

El detective había arrugado la frente.

“No le entiendo”.

“Bueno, sabemos que la muchacha desapareció ayer en la mañana… Y la encontraron hoy, muerta… Son dos noticias, señora”.

“Mire, yo misma le avisé a la madre de mi yerno lo que le había pasado a Nidia, pero fue hasta esta mañana, y ella le avisó a Raúl…”

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“A ver, señora; creo que no le estoy entendiendo bien… Su hija desapareció desde ayer, las amigas con las que se iba a ver la esperaron y no llegó, no volvió a casa en todo el día y en toda la noche, no contestó llamadas, no fue donde la modista que la esperaba, no se fue en su carro, aunque sí se llevó las llaves, y usted no notó nada raro en esta ausencia”.

La mujer esperó un momento antes de contestar.

“Bueno, yo no me preocupé mucho porque Nidia ya era mayorcita y sabía bien lo que hacía, además, me imaginé que estaba con las amigas y que estas le habían hecho otra fiesta de despedida de soltera… Usted sabe como son las muchachas”.

El detective se quedó callado, miró a la mujer, que se limpió las lágrimas una vez más, y dijo:

“¿Despedida de soltera?”

“Sí, así es”.

“¿Usted creyó que su hija estaba en una despedida de soltera?”

“Sí, en otra despedida de soltera”.

“¡Ah! Entonces, ya le habían hecho una…”

“Sí; como le dije, ya usted sabe como son las muchachas”.

“Bien. Dígame una cosa: ¿cuándo fue la primera fiesta?”

“Hace seis o siete días… Fue una de esas fiestas de muchachas, usted sabe”.

“No, señora, no sé… Dígame, ¿quiénes estuvieron en esa fiesta?”

“Las amigas de Nidia… Las mismas que están aquí con nosotros”.

El detective llamó a algunos de sus compañeros.

“Vamos a hablar con esas muchachas –les dijo–; quiero que averigüemos todo lo que podamos de una fiesta de despedida”.

“¿Qué tiene que ver eso con el caso?”

“No sé, pero por algún lado vamos a empezar”.

“No veo que tenga relación una despedida de soltera con el crimen…”

El detective que decía esto hablaba en voz alta, mostrando su desacuerdo en la forma en que se estaba conduciendo la investigación.

“Quiero saber quién la organizó y qué fue lo que pasó allí… Si hubo bebida, droga, baile, estríperes, etcétera… Todo”.

“¿Para qué todo eso?”

“Ya te dije que no sé, pero por algo tenemos que empezar”.

“¿Por qué mejor no les abrimos la boca a todos los que están aquí para saber quién tiene la dentadura perfecta y así tal vez averiguamos quién mordió a la muchacha en la chiche?”

“Una estupidez más y hago que te suspendan… o que te trasladen… Ya estuviste con mi subcomisario Galdámez en la Mosquitia, ¿verdad?”

El hombre no dijo nada, pero abrió los ojos como platos.

“¿Te gustaría pasarte otro año en Puerto Lempira?”

El hombre siguió en silencio.

“Quiero que sepan que el director me llamó para decirme que pongamos todo lo que tenemos en este caso… ¿Están entendiendo? Bueno, entonces, quiero que hablen con las muchachas y que entrevisten también a los muchachos, por si saben algo; quiero un grupo en el aeropuerto. Se supone que el novio de la víctima llega hoy de Costa Rica. Pues, quiero que vean con sus propios ojos si es cierto, y necesito los números de teléfono de la víctima, de la persona que organizó la despedida de soltera, del novio y que alguien averigüe si hay cámaras de vigilancia en la colonia donde vivía la muchacha… ¿Entendido?

Continuará la próxima semana...