Se han cambiado algunos nombres a petición de las fuentes.
Entrevista
El detective de la sección de delitos financieros de la Dirección Nacional de Investigación Criminal(, DNIC),, ahora Dirección Policial de Investigaciones, (DPI), saludó con una amplia sonrisa y se sentó al otro lado de la mesa. Su café todavía estaba caliente. Nos citamos allí para hablar de un caso especial, un caso que indignó a mucha gente y que, por esas equivocaciones de la ley, se ventiló en un juzgado de lo civil.
“Este es un delito como cualquier otro –dijo el detective–, y debe ser juzgado como un acto criminal, y los que hicieron esto con esa pobre señora deber ser tratados como lo que son: delincuentes sin escrúpulos…”
“Tengo entendido –le dije, después de esa introducción–, que el juez Allan García, del Juzgado de Letras de lo Civil de San Pedro Sula, dictó sentencia definitiva anulando el testamento y dejando a los supuestos herederos sin nada”.
“Así es –respondió el detective–; la sentencia se emitió el 19 diecinueve de septiembre de este año, y los picaritos se quedaron oliendo el dedo, pero dicen que van a apelar la sentencia del juez…”
El detective hizo una pausa, sorbió un trago de café, y dijo, con una sonrisa maliciosa en su rostro:
“Lo que no saben estos señores es que desde el Ministerio Público de Tegucigalpa nos ordenaron que le presentemos este caso al fiscal como lo que es, un delito asqueroso, porque aquí hay falsificación de documentos públicos y privados, falsificación de firma, fraude, estafa, malversación…”
El detective se detuvo por un momento, luego agregó:
“Ya el caso está listo para que el fiscal emita los requerimientos y pida las órdenes de captura… Por mientras, nosotros estamos vigilando a los sospechosos, para que no se nos escapen cuando nos entreguen la orden”.
“¿Qué ha dicho el fiscal?”
“Le gusta este caso y se indignó cuando supo lo que hicieron con la viejita…”.
Hechos
El detective pidió otro café, un budín y un vaso con agua.
“Mire –me dijo–, tenemos algunos testigos que dijeron lo que habían hecho los sospechosos, y uno de ellos como que se está arrepintiendo y quiere hablar con el fiscal para declarar en contra de los picaritos como testigo protegido”.
“¿Y los doctores y el abogado?”
“Van para adentro… El doctor va a perder su licencia para ejercer porque él firmó una Certificación médica en la que hizo constar que doña Blanca Esther Gómez Paredes estaba consciente, orientada y que podía tomar decisiones por sí misma, como escoger a la persona que la representara en todos sus actos legales, y nada de esto era cierto. Lo peor es que el doctor David Eleázar Cortés Padilla dijo que la señora, a pesar del derrame cerebral que sufrió, conservaba su lucidez mental y física y la percepción de todo lo que ocurría en su entorno”.
El agente mordió el último pedazo de pudín.
“Un testigo dice que un hermano de doña Blanca Esther y un hijo de este, llegaron una mañana al cuarto donde estaba la señora y que le dijeron unas cosas y que después la levantaron de la cama, la subieron en una silla de ruedas y la llevaron hasta una mesa donde estaba un papel “lleno”… Dice el testigo que uno de ellos le puso un lápiz en la mano a la señora, que le puso la mano con el lápiz sobre el papel, donde se supone que ella debía firmar, y que la tuvieron así por unos segundos, lo suficiente para que el muchacho le tomara varias fotografías”.
Aquellas eran las fotografías que la defensa presentó como prueba de que doña Blanca Esther firmó el testamento por su propia mano, pero la verdad es que este testigo, del que el detective no dijo si es hombre o mujer, le entregó a los investigadores dos hojas blancas tamaño oficio en la que “alguien” había practicado varias veces la firma de doña Blanca.
“Tenemos el dictamen del perito calígrafo que dice que la firma del testamento no es la de doña Blanca Esther Gómez Paredes, que esta fue falsificada y que la firma del testamento y las firmas que están en las hojas en blanco, fueron hechas por dos personas diferentes, y que la que mejor dibujaba la firma de la señora, fue la que firmó el protocolo del notario. Esto lo va a presentar el fiscal en el juzgado…”
El detective disfrutaba hablando de aquel caso. Cualquiera que lo escuchara hubiera dicho que estaba esperando las órdenes de captura para caerles como buitres a los sospechosos.
“De eso se trata esta profesión, Carmilla –me dijo–, de luchar contra el delito, contra los criminales, porque juramos proteger a la sociedad, perseguir a los sinvergüenzas y hundirlos en la cárcel por sus delitos”.
Fortuna
¿A cuánto ascendía la fortuna de doña Blanca? ¿Valía la pena arriesgarse a tanto por obtenerla?
“Es una fortuna considerable –dice el detective–; hay cuentas millonarias en los bancos, algunas en dólares; hay casas y muchas propiedades… Son muchos millones… Para ciertas gentes vale la pena arriesgar la libertad, el buen nombre y hasta la vida por dinero…”.
Era el 7 de mayo de 2015 cuando llegaron al Juzgado de Letras de lo Civil los señores Aparicio Gómez, José Pedro Sorto, Cándido, Quique y Roóger a presentar solicitud de herencia testamentaria que fue admitida al día siguiente. Se trataba de la herencia de doña Blanca.
“Fui requerido personalmente por la causante –escribió el abogado y notario, Mario Castellón en el protocolo del testamento–, y ella se encontraba en pleno goce de sus facultades físicas y mentales y con el habla expedita para testar, realizando el testamento en un solo acto sin interrupción alguna”.
Después de esto, se le leyó a doña Blanca el testamento “que acababa de dictar” y ella estuvo de acuerdo, tomó el lápiz y firmó, luego puso su huella digital.
“Nada de esto es cierto –dice el testigo protegido en su declaración al detective–, ni doña Blanca habló, ni firmó ni nada de eso que dicen… La llevaron hasta la mesa, le pusieron el papel ya impreso enfrente, le pusieron el lápiz en una mano, y le tomaron fotos… Yo estaba viendo todo y me sentí mal porque no podía hacer nada para evitarlo”.
Juzgado
El juez se movió inquieto en su silla. Macario Gómez Paredes y sus hermanos José, Cándido y Jerónimo se habían opuesto a la solicitud de herencia testamentaria de su hermana, y las partes no llegaron a conciliar en la audiencia inicial.
“Blanca firmó”.
“Ella no pudo haber firmado porque estaba como muerta en vida”.
“Hay dos médicos que dicen que estaba en perfecto estado, a pesar del derrame…”
“¡Eso es falso! Aquí está el doctor Denis Castro para demostrar que era prácticamente imposible que mi hermana firmara…”
El señor miró hacia el estrado con ojos húmedos y rostro cansado, respiraba con dificultad y la cólera podía leerse en su semblante.
“Señor juez –dijo, antes de sentarse–, no es posible que ellos le hagan esto a Blanca… Esto es una gran sinvergüenzada, y le pedimos a usted que haga justicia porque no es posible que se hayan aprovechado del estado tan grave de mi hermana para quitarle todo lo que ella hizo en su vida… Fue una mujer trabajadora que ahorró, invirtió su dinero y le fue bien, pero que nunca se casó y nunca tuvo hijos… Pregúntele, señor juez, al secretario del juzgado que fue a citar a mi hermana Blanca en la casa de San Marcos, en Santa Bárbara, para que vea usted en qué condiciones la encontró, y traiga a la enfermera que la cuidaba para que usted compruebe que mi hermana ni siquiera hablaba, no se movía y que si estaba viva era por la voluntad de Dios…”
El juez carraspeó con fuerza. Había escuchado suficiente, sin embargo, la otra parte tenía derecho hablar.
“Personas dignas de confianza, y hasta un notario dan fe de que doña Blanca dictó su testamento de acuerdo a su criterio y a su propia voluntad –dijo un hombre de aspecto grave y severo, poniéndose de pie–, y hay médicos que comprobaron mediante exámenes minuciosos que ella estaba en pleno goce de sus facultades… Entonces, ¿por qué estamos aquí? ¿Por qué estamos haciendo que la justicia pierda su tiempo cuando debe estar resolviendo asuntos más importantes? ¿Por qué ellos no quieren que se cumpla la última voluntad de Blanca Gómez? ¿Qué es lo que hay aquí?”
Definitivamente, nadie se iba a poner de acuerdo. Todo se aclararía en el juicio. El juez, cansado, dio por terminada la audiencia.
Males
“Raíz de todos los males es la ambición al dinero” –dijo el detective, hojeando una copia del expediente de su investigación–, y a esta gente le vienen muchos males porque si ya el juez Allan García Moya declaró la nulidad del testamento, lo que va a hacer el fiscal será más grave, y lo más seguro es que pasen algún tiempito en la cárcel…”
Hizo una pausa y agregó:
“Es increíble lo que puede hacer el ser humano por dinero… Unos dicen que la señora firmó por propia voluntad y el juez Allan García dictaminó que no fue así, basado en muchas pruebas; la otra parte, dice que jamás doña Blanca pudo firmar dado el estado casi vegetal en el que se encontraba después del derrame cerebral y por el cáncer que tenía en la tiroides, en el páncreas, en el hígado y quiéen sabe dóonde más, y ellos también están buscando una parte de esa herencia, porque, en opinión de ellos, les correspondería porque la señora era su hermana… Entonces, ¿por qué mejor no se pusieron de acuerdo y todos se declararon herederos de la hermana para no llegar a esto que les está dejando graves consecuencias a todos?”.
Preguntas
¿Cuál era la verdad detrás de todo esto? ¿Qué hizo que el juez del juzgado de lo civil les diera la razón a quienes se opusieron a la solicitud de herencia testamentaria? ¿Qué resultados tendría la apelación de la parte demandada, a parte quee asegura tener pruebas de que doña Blanca firmó el testamento que ella misma dictó por su propia voluntad? ¿Qué hará el Ministerio Público en este caso?