Crímenes

Crímenes: Amor colegial

24.12.2016

SERIE 2/2

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres.

Resumen

Un hombre acusa a un profesor de haber abusado sexualmente de su hijo menor de edad. El niño confiesa el hecho un año después de haber sucedido y la Fiscalía del Menor lleva al maestro ante el juez. Este lo envía a prisión, donde languidece dos largos años antes del juicio. El profesor dice que es inocente y, en su desesperación, pide la ayuda de Denis Castro Bobadilla para que lo defienda. Cuando el fiscal pide para él la pena máxima, el profesor está a punto de desmayarse. Le esperan al menos treinta años en prisión.

Juez

“Tiene la palabra el equipo de la defensa”.

La voz del juez presidente sonó cansada, como si ya estuviera harto de todo aquello. El abogado defensor se puso de pie.

“Con la venia del honorable tribunal, esta defensa cede la palabra al perito, doctor Denis Armando Castro Bobadilla”.

El juez movió pesadamente la cabeza. Denis Castro, doctor en Medicina, especialista en Medicina Forense, criminólogo, abogado y criminalista, catedrático universitario y miembro de la Real Sociedad de Medicina Forense del Imperio Británico, se puso de pie.

“Honorable tribunal –dijo, haciendo una corta reverencia–, hemos oído la acusación de la Fiscalía y todos sabemos que se acusa a mi cliente de haber violado a un niño de dieciséis años de edad, el que era su alumno… Este niño, o sea, la víctima, le ha contado a su padre, un año después, que el profesor abusó de él, pero, ¿qué tan cierto es esto? ¿Sucedió realmente este acto? ¿Abusó el profesor de su alumno? ¿Basta la palabra del niño para que todos creamos que fue abusado sexualmente? Si esto es cierto, ¿por qué no denunció el hecho inmediatamente después de haber sucedido?

El doctor se interrumpió de pronto. El fiscal se había puesto de pie.

“¡Protesto, señor juez! –dijo–. La exposición del doctor Castro es impertinente”.

“Protesta denegada –dijo el juez–; continúe, doctor”.

“Hoy en día, cualquiera puede acusarnos de palabra de cualquier delito inventado, y engañar a la justicia”.

“¡Protesto, señor juez! La opinión del doctor es impertinente”.

“Ha lugar la protesta –dijo el juez, viendo con severidad al doctor Castro–; el perito de la defensa se limitará a dar su opinión profesional respecto al caso y se reservará sus opiniones personales”.

“Pido perdón humildemente, señor juez” –dijo el doctor Castro.

Forense

“Llamo al estrado de los testigos al doctor José Hernández, médico forense del Ministerio Público” –agregó el doctor Castro.

Un hombre joven y de aspecto sereno avanzó hacia el estrado y, saludando, se sentó.

“Doctor Hernández –le dijo el doctor Castro–, permítame preguntarle, ¿qué conocimientos tiene usted acerca de medicina forense?”

El hombre se acomodó en la silla.

“Los necesarios para realizar mi trabajo en el Ministerio Público, doctor” –contestó.

“Deseo recordarle que ha jurado usted decir la verdad y nada más que la verdad”.

“Así es”.

El doctor se volvió hacia los jueces.

“Deseo que sea tomada en cuenta la respuesta del doctor Hernández, su señoría”.

“Así será, doctor. Continúe”.

“Doctor –agregó Denis Castro–, ¿qué conocimientos tiene usted acerca de dermatología?”

“¡Protesto, señor juez!”

“Protesta denegada –dijo el juez–. Responda la pregunta, doctor Hernández”.

“Los conocimientos necesarios y que se adquieren estudiando la materia en la carrera de Medicina”.

“¿Podría decirle a este honorable tribunal dónde estudió usted la carrera de Medicina?”

“En la Escuela Latinoamericana de Medicina de Cuba” –gritó el doctor, levantando el pecho, henchido de orgullo.

El doctor Castro hizo una pausa, caminó majestuosamente hacia el escritorio que ocupaba como perito de la defensa y bebió un largo trago de agua, luego regresó hasta detenerse a dos pasos del forense de la Fiscalía.

“Doctor Hernández, usted examinó las partes íntimas del acusado, ¿cierto?”

“Cierto, doctor; es parte de mi trabajo y por eso estoy aquí”.

“¿Podría repetirnos cuál fue el resultado de su examen?”

Respuestas

“Yo examiné el recto del acusado, doctor”.

“¿Y qué encontró?”

“Qué el acusado sí ha tenido relaciones íntimas homosexuales”.

“¿Cómo confirmó usted eso que le está asegurando al tribunal?”

El forense tosió y levantó olímpicamente la cabeza.

“Porque al realizarle el palpado rectal, o sea, al introducirle el dedo, esta parte del cuerpo del acusado no hizo presión”.

“¡Ah! ¿Y eso es suficiente para saber que una persona ha tenido relaciones homosexuales?”.

“Sí, doctor”.

“¿En qué posición realizó usted el palpado rectal al acusado, doctor Hernández?”

“En la posición normal para estos casos”.

“¿Podría explicársela al honorable tribunal?”

El doctor esperó unos segundos.

“En posición mahometana, señores jueces” –dijo.

“Para ilustrar un poco al tribunal –agregó el doctor Castro–, conocemos como “posición mahometana” a la posición en que los creyentes musulmanes rezan a Alá”.

“Además –interrumpió el doctor Hernández–, al examinarle los pliegues, descubrí que le falta una arruga en su ano, lo que nos demuestra que ha sido…”

“Es suficiente, doctor” –lo interrumpió el doctor Castro, y se volvió hacia el tribunal.

Exposición

“Honorables señores jueces –dijo–, es inaceptable la posición del Ministerio Público en este aspecto de su acusación porque el que le falte una arruga, esto es, un pliegue en el ano a mi defendido, no prueba que tenga relaciones con hombres. A continuación, señores jueces, voy a demostrar, científicamente, que el que falte un pliegue en esta parte del cuerpo humano es algo natural y que no es producto de la penetración en esta área”.

Acto seguido, el doctor Castro encendió el data show e hizo desfilar, despacio y una tras otra, imágenes de anos humanos a los que les faltaban uno o varios de los pliegues naturales. Diez minutos después, dijo:

“Como hemos visto, es muy natural la ausencia de uno o más pliegues en esta parte del cuerpo, por lo tanto, el que falte una arruga en el de mi defendido, no demuestra que tenga sexo con hombres, y pido al honorable tribunal que desestime la opinión del forense del Ministerio Público por anticientífica e irracional”.

“¡Protesto, señor juez!”

“Protesta denegada”.

“Ahora bien, señores jueces –añadió el doctor, como si no lo hubieran interrumpido–, la “posición mahometana” en que el doctor Hernández realizó el palpado rectal a mi defendido tiene una característica especial: distiende, relaja los músculos del ano, por lo tanto, el doctor tiene razón al decir que el acusado no hizo presión sobre su dedo al momento de introducir este para el examen de rigor. Pero hay algo más. Señores jueces, pido al doctor Hernández que muestre al tribunal el dedo con el que realizó al examen”.

El doctor dudó.

“¡Protesto, señor juez! La petición del doctor Castro es impertinente”.

“Debo recordar al perito del Ministerio Público –dijo el juez, sin hacer caso del fiscal–, que está bajo juramento…”

El doctor levantó el índice derecho y el juez se interrumpió. Era un índice no muy largo y delgado en extremo.

“Debo recordarle al Ministerio Público y al honorable tribunal –dijo el doctor Castro, a continuación–, que un dedo no es instrumento legal para medir la presión que ejercen los músculos del ano humano y que si se utiliza un dedo en el palpado rectal es con fines médicos al realizar el examen de la próstata…”

El doctor se interrumpió a propósito.

“Pero, ¿qué nos demuestra si los músculos de un ano ejercen presión sobre un dedo? –preguntó unos segundos después, levantando la voz–. ¿Es esta una prueba científica de que se han tenido relaciones íntimas homosexuales? ¿Es esto creíble, señor juez?”

Batalla

Era una batalla que inundaba de adrenalina las venas del doctor Castro, quien parecía disfrutar lo que estaba haciendo.

“Ahora bien –añadió–, en su opinión, doctor, ¿qué demuestran sus análisis?”

“Ya se lo dije, doctor”.

“¡Protesto…!”

“Responda”.

La voz del juez fue suave, pero severa. El doctor dijo:

“Que el acusado sí tuvo relaciones sexuales con el niño abusado”.

“¡Ah! –exclamó el doctor Castro–. ¿Es esa su conclusión?”

El doctor Castro no esperó la respuesta, dio media vuelta y se encaró con los jueces:

“¿Han escuchado esa respuesta, señores jueces?”

Hubo un murmullo en la sala. El juez presidente lo apagó con una mirada. Denis Castro añadió:

“Usted nos dijo que tiene amplios conocimientos y capacidades para realizar exámenes forenses de este tipo, ¿verdad, doctor Hernández?”

“Así es”.

“Y nos dijo, además, que estudió las clases de medicina forense y dermatología en la Universidad de La Habana, ¿cierto?”

“En la Elam, doctor. Cierto”.

“Entonces, ¿podía usted explicarle al tribunal por qué usted estudió esas clases si en la Elam no se imparten y ni siquiera están incluidas en el pénsum académico de la carrera de Medicina que imparte esa universidad?”

El forense dio un salto.

“Aquí tengo, señores jueces –siguió diciendo el doctor Castro, después de un breve viaje a su escritorio, del que cogió una carpeta llena de papeles–, pruebas documentales de que el doctor Hernández jamás estudió esas clases porque, sencillamente, no forman parte de la carrera de Medicina que se estudia en la Escuela Latinoamericana de Medicina de Cuba, lo que nos demuestra que el doctor realizó pruebas forenses para las que no está capacitado ni tiene la formación académica ni científica necesarias…”

Un nuevo murmullo llenó la sala y de nuevo, la mirada severa del juez lo acalló, pero esta vez con cierta dificultad.

ROCA. “Llamo al estrado al señor Reginaldo Roca, perito del Ministerio Público”.

La voz del doctor Castro sonó triunfal, mientras el doctor lanzaba una mirada angustiada al fiscal y veía, de reojo, a la fiscal de la niñez que observaba desde una fila cercana.

“Usted dijo, doctor Roca –dijo el doctor Castro–, que mi defendido violó al niño, ¿cierto?”

“Así es”.

“¿Por qué asegura usted esto?”

“Porque el niño lo acusa y porque el acusado tiene algunos mates femeninos”.

“¡Ah!, ¿y el hecho de tener mates o ademanes femeninos es suficiente prueba de que se haya cometido ese delito?”

El señor Roca carraspeó.

“Eso significa que es homosexual” –gritó.

“Respetuosamente, pido al honorable tribunal que tome en cuenta esta respuesta”.

El doctor Castro hizo una pausa.

“Ahora, señor Roca –dijo, segundos después–, dígame: ¿qué es una violación?”

El señor abrió los ojos asombrado.

“Conteste” –dijo el juez.

“Una violación es el acceso carnal no consentido de un sujeto activo sobre uno pasivo, usando la intimidación, la amenaza o la violencia, o las tres al mismo tiempo”.

“De un sujeto activo a uno pasivo, ¿cierto?”

“Así es”.

El doctor Castro se volvió hacia los jueces. Había un sol en su rostro.

“Señores jueces –dijo–, en su declaración, el niño dice que él tuvo relaciones íntimas con el profesor, y nos describe el tipo de relaciones que, según él, tuvieron”.

“¡Protesto, señor juez!”

“¡Denegada! Continúe, doctor Castro”.

“De las declaraciones del niño podemos deducir que él fue el sujeto activo en esa relación –agregó el doctor Castro–, si es que esa relación se dio, y yo le pregunto al honorable tribunal: Si esa relación se dio, ¿quién es el violador en este caso?”

Hubo un instante de silencio, el que se rompió de pronto con un murmullo más fuerte que los anteriores.

“Debemos dejar claro que una violación es la penetración forzada de un sujeto activo, o sea, del violador, al sujeto pasivo, el violado. Y el mismo niño nos demuestra que él fue el sujeto activo en este caso, si es que el caso se dio, como debo repetir. Por lo tanto, señores jueces, debe quedar claro que no ha existido tal violación, y si esta relación se dio, el violado sería entonces mi cliente y el violador el niño, que a sus dieciséis años, sabe perfectamente lo que hace, responde naturalmente a los estímulos sexuales y, si fue así, actuó sabiendo lo que hacía al momento de convertirse en el sujeto activo de este hecho, violando al sujeto pasivo, que sería mi defendido”.

Hubo una nueva pausa.

“Hemos visto, señores jueces –dijo el doctor, luego de vaciar el agua de su vaso–, que las pruebas forense realizadas a mi defendido carecen de rigor científico porque el hecho de que los músculos de un ano no presionen un dedo delgado y corto no es prueba de que la persona es homosexual y sostiene este tipo de relaciones íntimas; además, el que falte un pliegue natural en un ano humano no demuestra que ese pliegue se ha perdido a causa de la penetración de algo, y el hecho de que alguien del sexo masculino tenga ademanes que a otra persona le parezcan femeninos no nos demuestra que sea homosexual y que por eso haya violado a alguien. Y, para finalizar, la ley nos dice claramente lo que es una violación, y si este caso se hubiera dado, el sujeto activo, o sea el niño, hoy de diecisiete años, sería el violador, ya que violación es el acceso carnal no consentido de un sujeto activo sobre uno pasivo, usando la fuerza…”

Varios pares de ojos miraban con ira al doctor Castro. Este, alta la frente, firme en su puesto y rodeado de ese halo de sabiduría que le precede, recogió la carpeta con sus documentos, que le había entregado un alguacil, luego de que los jueces los estudiaran, y haciendo una reverencia, dijo, dirigiéndose al tribunal:

“He terminado, señores jueces. Queda la justicia ilustrada científica y profesionalmente, y deseo que su fallo sea justo. Muchas gracias”.

Un griterío llenó la ala de pronto. Eran más de cincuenta estudiantes que habían ido a apoyar al profesor. El juez presidente lo acalló con un gesto.

Fallo

Los jueces no tardaron en regresar a la sala. Habían deliberado y su decisión sobre el caso estaba tomada:

“Este tribunal considera desestimar el caso por inconsistencia en la acusación y deja en libertad al acusado”.

Esta vez, el juez no acalló los gritos de euforia de los alumnos. Más allá, el profesor lloraba. Entre el público, un hombre hervía de ira, la fiscal de la Niñez se retiraba en silencio y los representantes de la OEA sonreían satisfechos. El sacerdote enviaba al cielo una oración. Denis Castro seguía tan serio como al inicio, pero estaba orgulloso de sí mismo