Crímenes

La dimensión humana de 'Los días y los muertos”

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04.03.2017

Tegucigalpa, Honduras
Un papelote surcando el cielo mientras la sangre surca la tierra. Una visión de inocencia y muerte conjugadas en un mismo territorio: Honduras, y que se establece como el punto de partida de “Los días y los muertos”, la novela de Giovanni Rodríguez ganadora de la primera edición del Premio Centroamericano y del Caribe de Novela Roberto Castillo, organizado por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).

Si en la realidad el papelote volaba mientras abajo, en un campo de fútbol, yacían siete personas muertas, en la novela el papelote volaba mientras abajo, en el área de juegos de un restaurante, yacían niños y adultos muertos producto de lo mismo: una masacre.

Quizá algunos piensen que el libro de Rodríguez no aporta nada a una sociedad violenta, pero en realidad la literatura no está para dar lecciones de moral y consejos de cómo ser un buen ciudadano; la literatura se permite reflejar lo mejor del ser humano, como también sus acciones más viles.

En su obra el escritor aborda la vida de dos personajes, uno de ellos decide renunciar a esta sociedad, el otro decide luchar, quedarse, seguir adelante y replantearse sus posibilidades en un panorama sombrío; este último bien podría ser el hondureño común que se enfrenta a esta sociedad con una esperanza que lucha por interponerse a la desesperanza.

En el marco de la presentación del libro, realizada en la UNAH, conversamos con el autor para hablar de este tema que provoca escozor, de sus personajes y la construcción de su historia.

¿Cómo concibió la trama de esta novela?

Cuando me lo preguntan suelo decir que, quizá, todo parte de una imagen, y es la de un niño elevando un papelote el día que asesinaron a 14 hombres en un campo de fútbol en la colonia Felipe Zelaya en San Pedro Sula, en esos días estaba trabajando como periodista de la crónica policial en diario Tiempo, y recuerdo perfectamente que en el campo quedaban siete cadáveres, los otros fueron trasladados heridos a los hospitales, donde murieron.

Me pareció bastante sorprendente el contraste entre un niño elevando un papelote en el campo de fútbol y a pocos metros los cuerpos tirados y rodeados por la cinta amarilla, me quedé pensando en el asunto de cómo pueden convivir la inocencia con la violencia en un espacio tan reducido.

Y la verdad es que en Honduras eso es lo que sucede, estamos tan acostumbrados a la violencia que los niños se asoman frecuentemente a ella sin ningún tipo de asombro, es lo más peligroso del tema de la violencia en Honduras.

¿Ha considerado que quizá la gente puede decir que esta historia es más de lo mismo que ya vivimos?

Quizá la gente pueda decirlo. Pero, a pesar de que el personaje principal es un periodista, a pesar de que la trama gira en torno al periodismo, mi objetivo no era ofrecer un punto de vista periodístico del tema, porque eso ya lo conocemos, lo vemos todos los días en el periódico y la televisión.

Pero la literatura no debe enfocarse solamente en contar historias o en un tema específico, debe crear personajes que sean suficientemente cercanos a los lectores para que puedan identificarse con ellos. Mi intención ha sido crear personajes que tengan una dimensión humana con la que cualquiera pueda identificarse.

El asunto es que se pueda observar el tema de la violencia ya no como nos asomamos a las portadas de los periódicos, sino como nos asomamos, probablemente, al alma del ser humano que está involucrado en el asunto.

¿Cuál es el riesgo de hablar de un tema tan común como la violencia sin que suene trillado?

Yo me hice esa pregunta: ¿en qué momento esto va a diferenciarse de lo que ya todo el mundo consume a diario? Eso para mí fue un reto mucho mayor, dotar a los personajes de ciertas características que pudieran establecer esa comunión con el lector, para que se interesara en leerlos, porque la perspectiva es distinta, es más humana, y con el tratamiento literario se aleja de lo meramente periodístico y se convierte en algo más expresivo.

Lo que quise es que fuera una expresión de la condición humana del hondureño común que vive en medio de toda esta violencia.

En la novela hay dos personajes, López, el periodista, y Rodríguez Estrada, el escritor, ¿cómo fue la construcción de ambos?

Originalmente la novela que empecé a escribir desde hace muchos años giraba en torno a Rodríguez Estrada, el escritor joven; de algún modo era un tanto autobiográfico, pero sentía que no tenía suficiente consistencia, partía del asesinato de Rodríguez a su mejor amigo (Walter Laínez), quería abordar el tema de la violencia a partir de ellos, y sentía que no era lo suficientemente fuerte, entonces se me ocurrió incorporar un poco de mi experiencia como periodista de policiales para crear un personaje que pudiera observar ese asunto del crimen desde afuera, ya no desde la perspectiva del asesino, sino desde la perspectiva de alguien que pueda criticar, reflexionar en torno a eso y que por lo tanto pueda servir de mediador entre la novela y el lector, y ese personaje es López.

Ambos personajes tienen mucha fuerza dentro de la historia, ¿cuál fue el riesgo de plantearlos sin que uno le quitara protagonismo al otro?

De hecho en la escritura de la novela sucedió que López le arrebató el protagonismo a Rodríguez Estrada, no me lo propuse, pero empecé a notar que la historia se encaminaba mejor si la enfocaba más en López, el hecho de que él puede analizar desde afuera me permitía hacer algunas observaciones no solamente sobre lo que López veía, sino también sobre lo que López vivía, cosa que no me resultaba posible con la perspectiva del personaje de Rodríguez Estrada, que es narrado en primera persona en forma de diálogo y su visión era mucho más reducida, íntima y personal.

Eso es lo que traté de separar, la visión íntima del homicida y la visión que tiene alguien viendo los acontecimientos de una forma un tanto alejada, aunque no es en realidad nada alejado. Eso es lo que me propuse, diferenciar entre esos dos ámbitos, el ámbito personal del escritor y el ámbito profesional, crítico o social en el que se ve involucrado el periodista.

¿En su novela busca despojar al escritor y al periodista de determinadas visiones tradicionales o prefirió reforzarlas?

En algún momento Rodríguez Estrada refuerza la teoría de los clichés, es un escritor bohemio, tirado a la melancolía y solitario, y aunque no comparto esos clichés, el personaje sí tiene algo de eso; pero creo que es porque el personaje es un escritor joven, en formación, que aún busca su razón de ser en el mundo intentando escribir sus primeras cosas.

En el caso de López decidí incorporarle más de lo que normalmente se concibe del periodista, se habla mucho de que el periodista tiene un mar de conocimientos con un centímetro de profundidad, y eso suena bastante despectivo, aunque en muchos casos sí se aplica, en el sentido de que el periodista cubre de todo y no tiene tiempo para cubrir a profundidad algo.

Pero en este caso resulta que López tiene ambiciones literarias e inquietudes, es un periodista que se sale del molde.

Las mujeres marcan la vida de los protagonistas de la historia, ¿así las percibió desde el inicio?

Es algo recurrente. En una novela que estoy escribiendo y otra que tengo escrita, los personajes femeninos determinan los acontecimientos, sucede también en una primera novela que publiqué hace siete años, donde los personajes femeninos son bastante fuertes y aunque no sean protagónicos, inciden en las decisiones de los hombres.

Tuve la intención de retratar las condiciones en que viven algunas mujeres en Honduras, en este caso las prostitutas, que por estar en ese mundo se convierten en víctimas.

Eso quise reflejarlo, ya no aparecen estos personajes femeninos de manera festiva como en la primera novela que publiqué, en este caso se trata de una cuestión trágica, las mujeres se ven involucradas en algunos problemas que las llevan a la muerte.

Quise contar un poco de ese mundo que está ahí y al que nadie le da demasiada importancia.

¿Hay mucho de usted en esta historia?

En el caso del periodista hay un poco de mis visiones durante el tiempo que trabajé como periodista, en cuanto a su personalidad no hay nada que tenga que ver conmigo, es una elaboración nueva. En cuanto al escritor hay algo de mí, de lo que era a mis veinte y pico de años, además lo escribí en ese tiempo, pensando en ese personaje como si estuviera pensando en mí de algún modo, obviamente todo eso ha sido transformado, pero si algo de mí puse en esa novela probablemente puedan encontrarlo en el personaje de Rodríguez Estrada.

¿Qué posibilidades le miraba usted a esta historia dentro del concurso?

En realidad envié la novela con bastante desconfianza, porque nunca he confiado en los premios en Honduras; además, un premio depende del jurado calificador que esté ahí para seleccionar las obras, un premio tiene mucho componente de suerte, no necesariamente ganan los mejores libros, a veces ganan libros que al jurado le parecen los mejores en ese momento, en esas circunstancias, si uno envía un libro a concurso es porque cree en sus posibilidades, pero yo también cuando lo hice creía en la posibilidad de que no ganara nada. Pero siempre hay una esperanza, un resquicio donde uno se cuela al final.