SERIE 4/5
El cielo se hizo infierno y la muerte reclamó hace 71 años la vida de miles en Hiroshima.
Ese 6 de agosto de 1945, fecha en que Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre Japón, se siente tan lejana, pero estando en el perímetro del estallido es imposible evocar el dolor y sufrimiento.
La ciudad japonesa mantiene vivo este negro recordatorio con apenas un vestigio en pie -la Cúpula Genbaku- y muchos monumentos conmemorativos a las víctimas inocentes de la explosión mortal.
Aunque torciendo la sed de venganza, los japoneses han convertido este espacio, objetivo del capítulo más perverso de la guerra, en un llamado a la paz y una bandera para vivir en un mundo sin armas nucleares.
La muerte cae del cielo
Dirigidos por guías y frente a la Cúpula Genbaku, conocida como el Domo de la Bomba Atómica por los japoneses, el recuerdo del ataque nuclear pierde ese crisol de historia pesada y comienza a volverse más humano.
Ya no se siente tan ajeno pensar en esa arma mortal que cayó del cielo a las 8:15 AM y que sin tocar tierra -explotó a 600 metros sobre la ciudad- arrasó con todo a su paso.
Los pilotos estadounidenses esperaron que el día estuviera despejado. El blanco original era un puente en forma de “T” cerca del Domo, pero se desvió 160 metros y estalló sobre un hospital; el resultado siempre fue devastador.
Cerramos los ojos un momento y parafraseamos los relatos de los testigos: Desde arriba, se ve ascender una columna de humo con un corazón rojo y cientos de incendios reventar de forma simultánea en Hiroshima.
Abajo, la sorpresa y la destrucción marcan el compás de una sinfonía de terror. La gente estuvo refugiándose más temprano por temor a un bombardeo, pero confiados en los reportes de sus fuerzas armadas, volvieron a sus rutinas normales.
De pronto, los relojes y miles de vidas se pararon a las 8:15 AM. Los edificios se redujeron a cenizas y los vidrios de las ventanas estallaron. Hasta las estructuras de hierro fueron dobladas por la onda explosiva.
“Estaba en mi casa escribiéndole a un amigo, pero vi una luz, al voltear la cabeza, solo miré oscuridad”, relató Takashi Teramoto, un sobreviviente a la tragedia y quien tenía 10 años para esa fecha.
La gente arde por dentro y fuera. Algunos corren a lanzarse al río más cercano para sofocar la temperatura. Pero es muy tarde. Lo fue para unas 80 mil personas que murieron al instante, mientras otros 70 mil heridos cargan en sus cuerpos las marcas de la destrucción.
Unos minutos después, los cielos se derraman en un llanto negro; es una lluvia negra producto de la radiación.
Todos estos detalles se pueden conocer gracias al Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima, donde el ataque nuclear cobra vida con la recopilación de objetos, testimonios y material histórico, donde algunas víctimas también tienen rostro y no son solo número.
El camino de la paz
El 9 de agosto, otra bomba cayó sobre Nagasaki y era el fin de la Segunda Guerra Mundial. Otros dirán que el principio del fin de la humanidad.
Los efectos de la bomba atómica se sienten a largo plazo, pues al registro de víctimas se suman las otras fallecidas años después que desarrollaron problemas de salud por la radioactividad.
Se estima que 300 mil personas han fallecido por el ataque nuclear. Su recuerdo se mantiene vivo -en algunos casos, intacto- en un aproximado de 60 monumentos que componen el parque de la paz de Hiroshima.
Teramoto no desarrolló problemas mayores de salud, pero la pérdida de su madre por la explosión eleva las secuelas de la bomba a un nivel doloroso en su vida. Por eso, decidió convertir su historia en un testimonio de paz.
“No puedo decir que no tengo ningún sentimiento de odio, porque le quitaron la vida a mi madre, pero espero y deseo que sirva de experiencia que no le ocurra a nuestros hijos”, expresó uno de los pocos sobrevivientes que quedan a la tragedia.
Así como Teramoto, Japón trata que la memoria del ataque nuclear conduzca al sendero de la paz y no alimente los motivos de otra guerra.
No en vano, ni la incipiente lluvia de nuestra visita ha podido extinguir el fuego de uno de los monumentos más especiales de la plaza, ya que la llama se apagará hasta que dejen de existir las armas nucleares. Que no se repitan los mismos errores