TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hace 26 años Carlos Lanza dio su primer paso en la crítica de arte, desde entonces ha recorrido un enorme trayecto que lo ha llevado a buen puerto: la publicación de dos libros en un año.
El primero fue “El gran vidrio: memoria de la imagen y la palabra” (Editorial Efímera), ahora es “La mirada otra” (Editorial Mimalapalabra).
Si el primero fue un compendio de los artículos publicados en la sección El Gran Vidrio que tuvo en EL HERALDO, el segundo es una selección de 27 textos escritos durante estas más de tres décadas en donde aborda temas como la identidad, la libertad creativa, el rigor conceptual, el riesgo en la creación y la calidad.
“La mirada otra” trae de nuevo al crítico de arte a estas páginas para compartir algunas de sus impresiones.
¿Cuáles son los principales retos de la libertad creativa?
En mi caso intento escribir bien, es decir, intento trabajar el lenguaje con propiedad y elegancia.
El dominio del lenguaje es mi principal reto, eso me propuse, por ejemplo, en el texto de presentación de este libro, es prosa poética; esta decisión no es casual, obedece a un principio que he definido en torno a mi trabajo crítico: si el artista hace arte, la crítica debe construir un pensamiento tocado por la magia de la palabra, debe ser un ejercicio lo más cercano al acto creativo. Intento que el lector disfrute del texto crítico, detesto esos ladrillos teóricos que no humanizan a nadie, no me siento a gusto con la ramplonería.
¿Es difusa la línea entre libertad y libertinaje en la creación?
El libertinaje es charlatanería de medio pelo, hay quienes pretenden ser irreverentes en el acto creativo, pero en el fondo son espíritus vulgares, cretinos sin oficio; la irreverencia en la creación está sustentada en una ironía lúcida capaz de derretir los barrotes del encierro moral y cultural con el fuego de una tan sola palabra y, precisamente allí, encontramos la libertad de creación.
La libertad de crear no es solo el derecho que tengo para decidir qué hacer y qué no hacer, es también un acto de rebeldía contra todo aquello que impide la creación, hace mucho tiempo dije que un escritor “no puede vivir con una aldaba en la conciencia”.
El rigor conceptual es un asunto que se logra en una combinación de sensibilidad y conocimiento. En el caso del arte, ¿podemos separar estas dos nociones?
Siempre he creído que el acto de escribir es un acto sensible, lo mismo pienso de la creación artística, pero esta sensibilidad no es la burda inspiración en la que muchos creen.
Pablo Zelaya Sierra hablaba de la necesidad de dominar las “leyes de la construcción” para referirse al hecho de que toda obra de arte debe ser producto del conocimiento y del espíritu.
La obra de arte debe fundarse en la idea y la sensibilidad, si por sensibilidad se entiende el acto humano de crear, digo esto porque el mundo de las ideas también es el mundo de las formas sensibles, como postuló Hegel.
¿Cuáles son los principales riesgos en la creación?
El acto de crear, en sí mismo, es un acto cuestionador, porque se enfrenta a un sistema político que impide la creación, entonces, el primer riesgo para quienes detentan el poder es perder el control porque el arte crítico cuestiona lo mecanismos de control; el arte auténtico tira a la mierda la falsa higiene del mundo porque desnuda la podredumbre moral de una sociedad que se escandaliza por una obra de arte, pero guarda silencio ante las guerras de rapiña y las injusticias sociales.
En un mundo tan atroz, el acto de crear es un acto subversivo, un antídoto contra el veneno cultural que emana del capital y el poder.
Después vienen otros riesgos como el de dinamitar tradiciones, crear nuevos paradigmas, sofocar la calma de las almas almidonadas, pero todos estos riesgos forman parte de este poder demoledor que tiene el arte.
En nuestro contexto artístico se habla de la falta de calidad del arte plástico hondureño, pero nuestra historia muestra que hubo momentos de alta calidad, ¿cuál es el punto de inflexión de esta realidad?
Estoy convencido de que este fenómeno de la falta calidad se ha dado en las dos últimas décadas, aunque debo aclarar que aún en este período se han realizado grandes obras y han aparecido dignos actores, pero la tendencia general es la falta de calidad técnica y conceptual de las obras.
En otros espacios me he referido a las causas, una de ellas es que la academia se vino abajo, la otra es la falta de investigación y estudio por parte de las nuevas generaciones: hoy te pintan una buena obra y mañana salen pintando un racimo de flores y lo presentan como la gran novedad; otra razón más es el escaso encausamiento del arte contemporáneo, es por ello que nuestro arte plástico sigue concibiendo la pintura desde los códigos del arte clásico sin el menor intento de renovarlos o indagar los lenguajes del arte contemporáneo; salvo raras excepciones, nuestro arte plástico es muy conservador en sus recursos y en su visión.
Hemos tenido grandes momentos, pero yo diría que lo mejor se dio entre finales de la década del veinte del siglo pasado y los años setenta de ese mismo siglo, fue tan interesante que creó los fundamentos modernos del arte plástico hondureño.
Luego a finales de los ochenta y la década de los noventa tuvimos algunos herederos interesantes de esa tradición moderna.
¿Qué reflexiones le deja el ejercicio crítico que contiene este libro?
Este libro contiene ensayos de finales de los años noventa, de la primera década del siglo XXI y otros más recientes, es una antología de ensayos que si no fuera por la Editorial Mimalapalabra, que dirige Giovanni Rodríguez, hubiesen quedado en el olvido.
Cuando releí estos trabajos me di cuenta que desde un inicio he intentado trabajar con responsabilidad y disciplina.
He visto mi evolución y a su vez una constante que me ha caracterizado siempre: la libertad de decir lo que pienso a costa de cualquier precio, en eso he sido intratable.
He sido riguroso en toda mi producción, he sido exigente con mi propio esfuerzo, claro que he cometido errores, me he emocionado y he apostado por artistas que después no hicieron nada trascendente, ahora soy más cauteloso pero solidario.
Cierra el año con la publicación de dos libros, ¿cómo valora esto?
“El gran vidrio: memoria de la imagen y la palabra” publicado por la Editorial Efímera, que dirige Salvador Madrid, y “La mirada otra”, son dos triunfos de la crítica, más allá de mi mérito personal, quiero verlos como dos textos que se han abierto camino en medio de una hostilidad histórica contra la crítica, contra la reflexión y el pensamiento.
En el mismo sentido, valoro el texto “Escribir poesía en el país de los imbéciles”, de Mario Gallardo, que hace un recorrido crítico por la literatura hondureña.
Algo está pasando en el país, pero hay un sector que empieza a valorar la crítica porque además de lo dicho, los libros se están vendiendo, buen signo, porque eso indica que la gente empezó a leer crítica de arte.
“Escribir bien es una lucha, pero es algo que debe intentarse siempre, sobre todo cuando se ama la palabra, la palabra es el verbo del mundo”.
“La crítica es un puente entre la obra y el receptor de la misma, parece una premisa sencilla pero no lo es; todo puente implica un tránsito”.
“La crítica debe ser provocadora, formadora y transformadora; debe crear nuevas rutas de acerca-miento a la obra”.