San Pedro Sula, Honduras
Desolado. Así luce el interior de la peligrosa Penitenciaría Nacional de San Pedro Sula. Sus últimos 941 inquilinos ahora son solo parte de su pasado oscuro.
La Operación Arpía se encargó del traslado de los presos y, con eso, se cerró un capítulo más de impunidad, comodidades, lujos, dinero, armas, drogas y muertes. Todo eso solo serán recuerdos efímeros en la mente de más de cuatro mil criminales que deambularon por el recinto.
Atrás de cada celda, una historia empuñada en un barrote de hierro. Eran más de cuatro mil. A sus anchas, crimen y poder, mantenían de rodillas la ciudad de San Pedro Sula.
Tres muertes y 33 heridos en un amotinamiento dentro del penal marcaron su destino el pasado 11 de marzo de 2015.
Apenas 15 días después y luego de un decomiso en el recinto de 13 AR-15 como punta de lanza de un arsenal, el presidente Juan Orlando Hernández ordenó el primer traslado de reos a otra cárcel.
Ahí el temor invadió las mentes en guerra de los delincuentes que despidieron a 13 de sus jefes más peligrosos. La realidad los condenó cuando se giró la orden del Ejecutivo de trasladar a todos los cabecillas a las temibles celdas del Pozo I y II.
FOTOS: Lo que no se vio del traslado de reos del penal sampedrano
El segundo golpe llegó sin aviso, un despliegue militar impresionante, cierre de calles, convoyes, anillos de seguridad, interrupción de la electricidad en la que fue considerada la operación más riesgosa de traslados de reos de alta peligrosidad en América Latina: Arpía I, la cual resultó un éxito rotundo.
En ese traslado 755 integrantes de las pandillas 18 y MS abandonaron la Penitenciaría Nacional de San Pedro Sula, bajo llanto, miedo, horror de saber que su nueva celda estaba en Ilama, Santa Bárbara. El Pozo I los recibió y su fama como el infierno en la tierra inundó la mente de los que aún quedaban en la ciudad industrial.
Las madres, esposas, hijos de estos delincuentes clamaron piedad, pero el fruto del mal que cosecharon los pandilleros no dejó cabida a ninguna consideración. Cabe mencionar que la Fuerza de Seguridad Interinstitucional Nacional de Honduras (Fusina) fue la responsable del dispositivo que recayó en mayor escala en la Policía Militar.
Apenas un mes después, en abril de este año, Arpía II arrancaba de la gloria y una vida de reyes a 384 delincuentes que sufrieron el mismo destino de sus camaradas y fueron trasladados al Pozo I.En ese momento, el Presidente determinó que la Penitenciaría Nacional de San Pedro Sula sería cerrada antes que finalizara el 2017.
Los operativos de Arpía continuaron, esta vez el turno fue para las mujeres. Fueron 77 las que partieron de la ciudad industrial, en su mayoría integrantes de maras y pandillas, sicarias, extorsionadoras, ladronas que mostraron durante su traslado sus mejores vestuarios como las “muñecas del crimen”. Este grupo de mujeres se acomodó en celdas acondicionadas previamente dentro de la Penitenciaría Nacional Femenina de Adaptación Social (PNFAS).
Tres operativos más se desarrollaron entre los meses de agosto y septiembre, en estos trasladados las sedes de destino comenzaron a varias, incluyendo La Tolva, en Morocelí, y el Centro Penal de El Paraíso como nuevos destinos.
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Poco a poco la penitenciaría de San Pedro Sula quedó habitada con reclusos de mediana y baja peligrosidad, que a la larga correrían el mismo destino de sus compañeros. Apenas este miércoles regresó el terror para los delincuentes que se resistían a creer con una leve esperanza que el penal donde estaban seguiría activo un poco más.
En ese traslado, 500 reclusos de San Pedro Sula y 380 de la Penitenciaría Francisco Morazán, en Támara, fueron llevados a la cárcel de El Porvenir, que mejoró su infraestructura para la llegada de los delincuentes.
La lápida al penal de San Pedro Sula ya se colocó con la salida de los últimos 941 privados de libertad que quedaban en su interior. De este grupo se trasladaron 380 a la Penitenciaría Nacional de Támara, Francisco Morazán, 82 fueron llevados a El Progreso y 479 a la cárcel de El Porvenir.
El penal está vacío, queda el recuerdo de la impunidad que ahí se vivió y en las manos de los sampedranos está el destino de ese terreno.
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