La quema del muñeco de año viejo quizá es la oportunidad más cercana que tienen los hondureños para sacar sus frustaciones por los problemas del país y contra los políticos.
Sin embargo, en el municipio de Ojojona, a 33 kilómetros al sur de la capital de Honduras, el año viejo es una tradición convertida en arte, talento e ingenio
En los barrios de este colonial poblado se alzan enormes figuras que alcanzan la categoría de obras de arte y de terror, aunque escondidas con recelo por sus humildes autores.
De esta forma, en el barrio Yucanteca acecha un tenebroso drácula de dos metros de alto, pero que compite con un enorme dragón de cinco cabezas y una cola de serpiente de cuatro metros de El Carrizal.
Tampoco se quedan atrás las pesadillas que desatará un Fredy Krueger en el barrio Españita.
Un esqueleto de madera forrado de papel periódico y zacate le dan cuerpo a las obras, mientras que con las palmas del árbol de suyate, pegado con engrudo, se le da forma a las terroríficas figuras.
Los humildes artesanos elaboran los monigotes por iniciativa propia y de sus bolsillos pagan los gastos, que en una estructura normal ronda los 2,000 lempiras, pero en una más elaborada alcanza los 12,000 lempiras.
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Sin embargo, la tradición abre las puertas para que los hondureños envíen al fuego a los políticos de mala fama y no en vano figura el expresidente Rafael Leonardo Callejas entre los más elaborados, debido a sus problemas con la justicia de Estados Unidos.
En Tegucigalpa se decomisarán los muñecos cargados de explosivos, de acuerdo a una ordenanza vigente de Cero Pólvora.