La década del 50 y el decenio subsiguiente marcaron un hito en la literatura hondureña.
Pero no menos prolífica es la producción literaria de mediados del 70, escritores como Julio Escoto, Eduardo Bähr, Marco Carías Zapata, Rigoberto Paredes, Roberto Castillo y José Luis Quesada hicieron un notable aporte que abrió paso a una nueva generación de escritores que hoy bregan en el campo de las letras intentando plasmar su propio legado.
Eso no significa que las obras de los ya establecidos escritores como Roberto Sosa, Pompeyo del Valle, Óscar Acosta y Mimí de Lozano, entre otros, hayan perdido vigencia, todo lo contrario, su influencia marca la nueva literatura nacional; y a decir de Eduardo Bähr, esto sucede “porque las condiciones sociales son distintas”.
Y precisamente él junto a Marco Carías Zapata, Julio Escoto y José Funes nos guían en un recorrido por las obras y escritores más importantes de la década del 70 hasta nuestros días.
La generación de la guerra
En relación a la literatura hondureña del 70, Marco Carías Zapata dijo que “nos estamos refiriendo a lo que en aquel momento se llamó la literatura joven en Honduras, la ruptura con ciertas formas de expresión que venían desde las décadas anteriores, me parece a mí, que como en Honduras muchos fenómenos artísticos y literarios se dan con cierto retraso, son movimientos que están relacionados con las vanguardias del siglo XX que vienen desde la época entre guerras, años 20, y que en Honduras no se habían asentado”.
Carías explicó que esta generación inició con una literatura diferente, dejando atrás los lineamientos costumbristas porque ya no es una literatura rural.
Esta llamada “generación de la guerra” recibió ese apelativo por el conflicto que hubo entre Honduras y El Salvador, que según Funes, a pesar de haber marcado la conciencia nacional, produjo una literatura muy escasa, eso sí, de muy buena calidad.
Es ahí que tienen gran connotación obras como “El cuento de la guerra” de Eduardo Bähr, “El árbol de los pañuelos” de Julio Escoto y “La ternura que esperaba” de Marco Carías Zapata.
Bähr expresó que antes de 1969 era la poesía la que dominaba el espacio literario, pero señala que después entran con mayor fuerza la narrativa, el teatro y el ensayo.
La diferencia que marcan estos autores es cualitativa porque “escriben con una gran calidad, son maestros, entonces sus temas están tratados con un gran dominio del lenguaje, son grandes escritores”.
¿Qué encierran sus obras?
Carías considera que Julio Escoto “tiene una manera más arquitectural, más elaborada de preparar sus trabajos, junto con una prosa muy fina, entonces todo eso le da a lo que escribe un contexto con mucha personalidad propia, y también fácil de leer y de degustar”, el autor muestra un gran dominio del lenguaje en su obra.
Por otra parte, Eduardo Bähr tiene un componente diferente, ya que sus obras “son hasta cierto punto irreverentes, él es fresco y divertido. Eduardo siempre tuvo ese elemento sorpresa, y de que las cosas se pueden decir de una forma muy humana, pero al mismo tiempo socarronas”, dijo Marco Carías; mientras que Escoto resalta su intensa capacidad de innovación.
“Carías Zapata tiene en su obra la influencia del boom latinoamericano y establece nuevas propuestas estéticas en la escasa producción narrativa hondureña”, apuntó Funes.
Estos escritores exploran nuevos caminos en las letras nacionales y abarcan las décadas siguientes.
Una de la obras clave de Carías es el libro “Una función con móbiles y tentetiesos”, con la que rompe con todos los esquemas de la escritura y la lectura en la narrativa del país, esta ya corresponde al 80.
En esa lista se anota Rigoberto Paredes, quien consolida su estilo con el libro “En el lugar de los hechos”, y como se detalla en el libro “La palabra iluminada” de Helen Umaña, muestra un ritmo reposado y aparente facilismo, con el inteligente manipuleo de frases cotidianas y con una realidad frecuentemente sesgada por la ironía.
Estos escritores pasan al ochenta como “iconoclastas, que no le tenemos miedo a nada”, dijo Bähr.
La nueva generación
A finales del ochenta, en la década del 90 y el inicio del siglo XXI muchos escritores vienen a impregnar con su estilo la literatura hondureña.
Helen Umaña, María Eugenia Ramos, Galel Cárdenas, José Luis Oviedo, Juana Pavón, José Adán Castelar, Leticia de Oyuela y José Antonio Funes, entre muchos otros, son parte de la generación anterior al dos mil.
Y los escritores actuales como Marta Susana Prieto, Fabricio Estrada, Giovanni Rodríguez, Lety Elvir, Mayra Oyuela, Salvador Madrid, Samuel Trigueros, César Indiano, entre muchos otros, ya forman parte de una generación más globalizada, con sangre joven, con ganas de dar la batalla.
En estos años la literatura femenina comienza a cobrar fuerza y se sacude el machismo que ha imperado en nuestra sociedad.
Los escritos son modernos y contemporáneos, “de allí que en alguna forma reflejen las preocupaciones del hombre del siglo XXI, entre ellas la búsqueda de independencia política y social, la opción de libertad sexual, así como el misterio de la relación humana”, expresó Julio Escoto.
Es así que los poetas actuales buscan un rumbo profundamente personal y auténtico, a decir de Escoto, pues “el manejo técnico ya no es problema para ellos, pero sí captar sintonías con el universo, el mundo y el hombre de hoy, no solo vibrar con ellos, sino hacer vibrar a ellos”, apuntó.
A diferencia de la literatura del siglo pasado, “hoy un escritor que se llame tal debe saber manejar el instrumento de creación, que es la palabra, con dominio total, o mejor busca otro oficio ya que el lector es cada vez más observador y exigente. No se le puede engañar más”.
Los temas abordados en la literatura hondureña son la violencia, la búsqueda de la identidad personal y nacional, la relación humana “y poco a poco va entrando en la narrativa y la poesía la sexualidad y el urbanismo o cosmopolitismo confuso y a la vez creador”, enfatizó Escoto.
A juicio del escritor, en Honduras no hay censura en la literatura, salvo por el buen o mal gusto de los lectores, ya que a veces los autores de limitada calidad son alabados, pero son más bien una “especie de francotiradores de las letras, mercenarios de la palabra que lo que buscan es solamente vender libros, no aportar calidad. Y por veces, muchas, la gente reconoce un buen libro y lo adopta y consume. También está la iglesia anticuada que ante todo lo que ella no domina amaga el ceño y arruga la boca. Pero es una viejita a la que ya el tiempo perdonó”.
La literatura hondureña es basta y con un enorme y variado poder creativo que solo puede palparse sumergiéndose en ella, entendiéndola, aceptándola y amándola.
Dos entregas son muy pocas para reconocer a tantos escritores que con sus letras han logrado llegar a muchos y forman parte de un legado que perdura en sus obras.