La leyenda de una Ciudad Blanca ha sobrevivido al paso de los siglos, alimentada por los relatos de voz en voz, menciones escritas y la abundante riqueza arqueológica de La Mosquitia hondureña.
El arqueólogo Christopher Begley ha visitado unos 200 sitios arqueológicos de esta región del este de Honduras, cuya considerable dimensión hace que la gente nativa, o aquella que no tiene un conocimiento especializado en arqueología, los llame Ciudad Blanca.
Entre estos sitios están los yacimientos de Chilmeca, Cuyamel y río Claro en Colón; Pisijire, Wankibila, río Pao, Las Crucitas de Aner y La Cooperativa en Olancho. También están Wampusirpi, Walpaulbantara y Walpaulbansirpe en Gracias a Dios.
Para los pobladores, estos asentamientos son ciudades perdidas en el extenso laberinto arqueológico de La Mosquitia. Y Begley no difiere con ellos. Se trata, en efecto, sostiene, de asentamientos perdidos con una historia por descubrir.
Rasgos materiales
Desde el punto de vista de la edificación material, las estructuras halladas en La Mosquitia no fueron elaboradas con piedra tallada, como en el caso de la ciudad maya de Copán, sino con materiales propios de la cultura chibcha, como el canto rodado en una matriz de barro para las plataformas, y con edificaciones de materiales perecederos sobre ellas, como bahareque y palma.
Algunos de los montículos de estos grandes sitios, como Las Crucitas de Aner, miden hasta 12 metros de altura, según la arqueóloga hondureña Carmen Julia Fajardo, quien acompañó al doctor George Hasemann -arqueólogo norteamericano que trabajó más de 20 años con el Instituto Hondureño de Antropología e Historia- en el levantamiento arqueológico del sitio hace dos décadas.
Los montículos son el resultado del deterioro de las plataformas que colapsan y toman esa forma redondeada que se puede ver en el paisaje.
“Ahora crece vegetación encima y son pequeños túmulos que uno no puede explicar como formaciones naturales del paisaje. Imagínese un proceso parecido a lo largo de cientos de años”, explica la profesora de arqueología en la UNAH.
Las Crucitas del río Aner
EL HERALDO visitó, entre otros vestigios, la zona arqueológica de la aldea de Las Crucitas del río Aner en compañía del Dr. Begley, quien explicó la arquitectura monumental de este sitio llamado en su día por los pobladores locales Ciudad Blanca. “La organización de las estructuras públicas de Las Crucitas guarda similitud con la de otros sitios grandes de La Mosquitia. En ellos se puede encontrar una marcada asimilación de conceptos mesoamericanos, como la cancha de juego de pelota, pirámides y otras estructuras públicas, con una función política, religiosa o cultural”.
De acuerdo con Begley, “una organización sociopolítica compleja surgió en La Mosquitia en algún momento entre los años 250 y 600 después de Cristo, en la que queda evidente la adopción de algunos elementos de la arquitectura mesoamericana a causa de la interacción cultural que hubo en la región.
Sin embargo, los pobladores de La Mosquitia utilizaban estos elementos a su propia manera, incorporándolos en su forma de entender la vida y mantener el balance en sus relaciones de poder”, explica el arqueólogo. “Los rituales en las canchas de pelota tuvieron que haber sido efectuados y entendidos como negociaciones entre grupos de poder que competían entre sí. Tuvieron que albergar un significado tanto en la cosmología como en el ordenamiento sociopolítico de los antiguos pobladores”.
Influencia y diferencia cultural
Las grandes estructuras de barro y guijarros de los emplazamientos de mayor tamaño en La Mosquitia distinguen la arquitectura de sus pobladores del resto de habitantes, tanto de las tierras hacia el norte, en Mesoamérica, como hacia el sur, en el Área Intermedia, en la que se extendió la cultura chibcha. Visto de otra forma, el Dr. Begley explica que el este de Honduras es la región más próxima al sur de la frontera mesoamericana, “y las culturas de los pueblos que la habitaban estaban más orientadas hacia el sur que hacia el norte.
Sin embargo, tuvo lugar una interacción entre ambos grupos”. Este cruce intercultural llevó a que La Mosquitia fuese un “punto de encuentro complejo y dinámico entre las culturas prehispánicas, con comercio y adopción de elementos culturales entre unos y otros como resultados naturales de este contacto”.
De acuerdo con Begley, esto llevó a la adopción de algunas formas arquitectónicas mesoamericanas por parte de los pobladores de La Mosquitia, como pirámides y canchas de juego de pelota. A pesar de no compartir lenguaje y cultura con los pueblos de ascendencia mesoamericana, usaban estos símbolos, los adaptaban a sus creencias y cultura, y los utilizaron como elementos de representación e imposición del poder por parte de las élites. “Los pueblos de La Mosquitia se distinguen por eso del resto de pueblos ubicados más hacia el sur, puesto que con ellos tienen mayor afinidad cultural. Sus edificios monumentales de corte mesoamericano se deben a que estuvieron ubicados en esta zona fronteriza”.
Hipótesis nahua
Algunos autores ven evidencia de que alguna lengua nahua proveniente del actual México fue hablada por ciertos grupos étnicos en algunas partes del este de Honduras entre los años 1000 y 1500 después de Cristo. Esta teoría es defendida por varios expertos, entre ellos el geógrafo norteamericano William Davidson. Otras hipótesis sugieren que algunas poblaciones mexicanas llegaron a Centroamérica en época prehispánica y se establecieron en amplios territorios de El Salvador y Honduras, de acuerdo al etnohistoriador William Fowler.
Según la Dra. Gloria Lara Pinto, “las poblaciones originarias de Honduras (lencas, tolupanes, pech, misquitos y tawahkas) son muy antiguas y ocuparon el territorio miles de años antes de la llegada de los pueblos propiamente mesoamericanos”, que son todas aquellas culturas que se extienden desde el centro de México hasta el occidente de Honduras y El Salvador, y que comparten patrones comunes de creencias.
El Dr. Begley agrega que los elementos mesoamericanos fueron incorporados por los pobladores de La Mosquitia a causa del contacto que existió con esos pueblos.
Aunque la existencia de elementos mesoamericanos en un territorio chibcha pueda sugerir que hubo una intrusión cultural en el este de Honduras, la evidencia refleja otra realidad.
Los vestigios arqueológicos hallados hasta la fecha muestran que no hubo en La Mosquitia un ordenamiento de poder que refleje que sus antiguos habitantes hayan sido subyugados por una cultura externa o más avanzada, explica el Dr. Christopher Begley.
“Sugiero que no existió una población intrusiva responsable de la presencia de elementos mesoamericanos en los sitios arqueológicos del oriente de Honduras”, agrega.
La teoría que queda mejor sentada es que estas poblaciones actuaban recíprocamente con algunas culturas mesoamericanas desde los períodos más tempranos de los que se tiene información, aproximadamente en el año 250 después de Cristo.
El grado en el que se manifestó esta conexión con Mesoamérica varió con el tiempo, pero siempre había una diferencia muy evidente entre las poblaciones orientales y las consideradas como mesoamericanas.
Begley señala que en algún momento entre el año 250 y el 650 después de Cristo se desarrollaron sociedades complejas en el oriente de Honduras y la población empezó a establecerse en asentamientos más nucleados y a construir por primera vez en una forma monumental.
Esto se toma como evidencia de que el poder se había centralizado y había surgido una élite. Los individuos o grupos que diseñaron y organizaron estas construcciones monumentales claramente emularon o copiaron los modelos de las sociedades al norte, posiblemente el único ejemplo disponible, señala el experto.
Falta investigación
Para el arqueólogo mexicano Erick Valles Pérez, empleado hace algunos años por el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH) existe una fuerte necesidad de conocer más acerca de la historia arqueológica en el este de Honduras.
Desde el siglo XIX hasta la fecha se han hecho numerosas investigaciones “y puede afirmarse que en un 90% han estado enfocadas” en Copán y su esfera de influencia en el occidente del territorio hondureño. Ante este enfoque “copaneco” de la arqueología hondureña, la población en general no puede concebir que existan otros vestigios además de la famosa ciudad maya.