La alegría que por muchos años se vivió en el hogar de la familia Pineda Rodríguez se apagó para siempre con el asesinato de Carlos David Pineda y Rafael Alejandro Vargas Castellanos.
A un año del asesinato de los dos estudiantes universitarios, Aurora Rodríguez de Pineda, madre de Carlos David, aún no concibe que miembros de la Policía hayan cometido el abominable hecho.
“A nosotros nos destruyeron la vida, esto ha sido bien difícil”, dijo doña Aurora Rodríguez.
Para mí ha sido un año de calvario porque yo tengo dos hijos más que son jóvenes y ellos no pueden estar encerrados en la casa cuando los delincuentes andan en la calle libremente, prosiguió.
“La alegría se acabó, al igual que los incentivos de vivir, porque ahora tengo que hacerme la fuerte, porque tengo un hijo de 19 años y Carlos era su guía”, aseguró.
Para mí ese es otro dolor, ver a mi hijo casi huérfano y yo también me siento abandonada porque Carlos era la fuerza que teníamos para seguir adelante y ahora en la casa nos sentimos tristes totalmente.
Con su voz entrecortada, la acongojada madre dijo: “me quitaron lo que yo más quería en la vida”.
Debido a la muerte de Carlos David, quien dormía en el mismo cuarto con su hermano menor Alejandro Pineda, a un año del lamentable acontecimiento, sus cosas permanecen como él las dejó.
“Sus cosas están como si el todavía vive o como que si algún día va a llegar y eso a nosotros nos ayuda, de ver que parece que él se fue de viaje y que algún día va a regresar”.
“Nos destruyeron la vida porque ha sido un golpe muy duro y exagerado. Yo sinceramente no concibo la vida sin mi hijo Carlos, pero me ha tocado vivir este dolor y lo tendré que seguir soportando hasta el fin de mi vida”.
Ante la pérdida irreparable, Aurora aseguró que “jamás pensé que podía pasarle una cosa así a mi hijo Carlos David”.
Lo frecuente
Los recuerdos en el seno de la familia sin duda serán imperecederos por las palabras que Carlos David acostumbraba decir.
“Él siempre me llamaba y me decía: ‘madre, te amo’, y él me preguntaba: ‘¿me quieres, mami?’, y yo le decía: ‘sos muy vago’”.
Esas eran las frases que casi siempre se cruzaban con la persona que lo trajo a este mundo.
En la residencia de esta familia, que estaba compuesta por cinco miembros, antes el bullicio era frecuente porque Carlos David tocaba la batería y había formado un grupo musical con sus amigos.
Todos los días en horas de la noche era frecuente verlos practicar, sin embargo, ahora en la casa no se oye bulla.
El cuarto está igual. Hace algunos días miré su mochila y encontré exámenes que había hecho en la universidad y una nota que le escribió una amiga donde le decía: “te amo”.
“Ahora todo ha cambiado y es otra vida a la que tengo que adaptarme, pero me está
costando mucho. Es bien difícil que le quiten un hijo a una madre, creo que es la peor tragedia que se puede vivir”, dijo.
Quitarle un hijo a una madre es lo peor que puede pasar. “Yo hubiese preferido que me mataran a mí en vez de asesinar a mi hijo Carlos David”, aseguró doña Aurora Rodríguez.
Dramático
Recordó que el día en que ocurrió la tragedia, a unas cuatro cuadras de su casa se escucharon las ráfagas de las armas que utilizaron los policías para quitarles la vida.
“En el sector donde vivimos se escuchan disparos de todo tipo, pero el día de la tragedia ese tipo de disparos jamás los había escuchado”.
Cuando le avisaron que a Carlos David lo habían encontrado muerto fue el momento más difícil para doña Aurora.
“Yo me desmayé, sentí que ya no pertenecía a esta vida, era un dolor que no podía soportar, era una pesadilla, creía que no estaba en este mundo. A veces me siento como un fantasma, que ya no soy de esta vida”.
Además de eso explicó que el día del sepelio quería que la enterraran con su hijo y cuando llegó a la casa dijo a sus dos vástagos y a su esposo que se iba a acostar en la cama “hasta que me muera”.
Ha pasado un año y doña Aurora le pregunta a Dios: ¿dónde estabas tú y por qué pasó esto?
El día de la muerte de Rafael Alejandro y Carlos David, todos los familiares salieron a buscarlos.
Una prima de Carlos se encontró con varios policías en una patrulla a inmediaciones de la posta policial ubicada en la colonia Loarque, en la salida al sur.
Uno de ellos le preguntó a quién buscaban y otro le mostró su celular, donde andaba fotografías de dos jóvenes que habían sido encontrados asesinados en Villa Real, en la salida al sur del país.
Los policías les dijeron que los dos cuerpos estaban en la morgue, por lo que de inmediato se trasladaron al lugar y reconocieron los cuerpos sin vida.
Uno de los empleados de Medicina Forense explicó a los familiares de Carlos David que los dos jóvenes habían sido asesinados por policías.
Con frecuencia, al hijo querido le gustaba abrazar a su madre.
La perseguía y casi siempre jugaban, gestos que ahora le hacen mucha falta a doña Aurora Rodríguez de Pineda.
“Mis otros hijos no son iguales a él, ninguno de ellos, y a veces yo siento que no hay nadie en la casa, aunque estén los dos hijos y mi esposo. Es terrible”, dijo.
Recuerdos
En medio del dolor, los comentarios entre la familia se dan casi a diario.
“Mi esposo Carlos dice que alguien que está sintiendo tanto la falta de Carlos David es Aurora, por la forma en que nos llevábamos y por la forma de ser de mi hijo, que ya no está con nosotros”.
Todos los miembros de la familia lloramos. Los primeros dos meses yo lloraba todas las noches y no dormía porque el despertarse es más doloroso, recordar y saber que se está viviendo esa tragedia es demasiado triste.
“A veces yo he escuchado la voz de él en la casa, pero ahora ya no lo escucho”.
“Escuchaba que me decía: ‘mamá, estoy aquí’. Yo sentía que él estaba allí y mi esposo también. Eso era en horas de la noche”.
Carlos David era estudiante de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), donde pasaba el mayor tiempo.
Salía de su casa a las 6:00 de la mañana y regresaba hasta en horas de la noche, pero siempre se comunicaba con su familia.
Era amigo inseparable de Rafael Alejandro Vargas Castellanos, hijo de la rectora de la UNAH, Julieta Castellanos, con quien compartió y cultivó una buena amistad hasta el último momento de su vida.
“Yo le pido a Dios en mis oraciones que me lo tenga bien, que me lo cuide y eso lo hago todo el día y todos los días de mi vida”, concluyó doña Aurora Rodríguez de Pineda.