Cecot: Así viven los 20 mil pandilleros más peligrosos en la megacárcel de Bukele

EL HERALDO Plus ingresó al Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), la obra de Nayib Bukele donde purgan cadena perpetua los mareros

La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus ingresó al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador para evidenciar como pasan sus días 20 mil privados de libertad de tres pandillas cuscatlecas

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El Salvador

San Vicente, El Salvador.- Tiene tatuado 666 en la frente y en medio de las cejas el sello satánico de Baphomet —dios enigmático con cabeza de cabra—, representado con una estrella invertida de cinco picos.

En los párpados inferiores se marcó con tinta acrílica negra el maquillaje de un payaso —parchos— que complementó con un ligero delineado de una dulce sonrisa en el contorno inferior de su boca.

Se trata de un pandillero del Barrio 18 que está preso en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) —considerada la cárcel más grande del mundo— en El Salvador. Pero lejos de verse derrotado, se ve retador.

Está exhibido como un animal en una jaula, pero se mantiene de pie con la postura erguida, frente en alto, barbilla hacia adelante, brazos cruzados y mira directamente a los ojos con las pupilas contraídas.

Evoca poder y hostilidad en completo silencio, no parece sufrir la implícita condena perpetua que pesa sobre sus espaldas, tampoco parece interesarle causar lástima, cualquiera creería que vive bien.

No es el único con esa postura, en la celda que está hay más como él y en todo el Cecot suman 20 mil reos. Unos están en forma, no parecen humillados y tampoco arrepentidos. Se miran fríos y calculadores.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus ingresó al Cecot para evidenciar cómo pasan sus días los pandilleros —acusados de asesinato, violación, extorsión, entre otros delitos— más sádicos que alguna vez parieron en El Salvador, según lo denunciado por el gobierno de turno.

El 666 en la frente y la estrella invertida de cinco picos es la carta de presentación de este joven pandillero del Barrio 18 que purga una pena perpetua en el Cecot, la megacárcel de El Salvador.

A la vista del imponente volcán de Chichontepec en el municipio de Tecoluca en el departamento de San Vicente, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, hizo la cárcel más grande del mundo.

No le contó a nadie nunca cuánto dinero gastó para terminarla en un tiempo récord de siete meses —a lo largo de 2022—, solo aseguró lo que hasta el día de hoy se ha mantenido: el pandillero que entra ahí no vuelve a salir nunca.

Cecot, hogar de pandilleros, abrió sus portones, enlazados a muros de hasta once metros de altura y un cerco eléctrico de 2.1 kilómetros con al menos unas 19 torres de vigilancia, el 31 de enero del 2023.

Es la cereza de un pastel de una estrategia que comenzó en marzo del 2022 con la implementación del estado de excepción que permitió la captura hasta la fecha, según estimaciones, de unas 80 mil personas consideradas pandilleras o vinculadas a esas organizaciones.

Tiene capacidad para albergar a 40 mil privados de libertad en ocho módulos, pero actualmente encierra a 20 mil miembros de tres pandillas: las dos facciones del Barrio 18, Sureños y Revolucionarios, así como la Mara Salvatrucha (MS-13).

Entre sus particularidades, el Cecot presume un terreno de 116 hectáreas con ocho módulos para pandilleros, edificio de custodios, almacén de armas, casa para perros guardianes y una fábrica para 64 talleres.

Además de un edificio administrativo, área de control de acceso con modernos escáneres corporales y de paquetes, todo bajo control de 600 soldados de las Fuerzas Armadas y 250 elementos de la Policía Nacional Civil.

Para mantener su autonomía del mundo exterior se construyeron en el reclusorio dos pozos que brindan 600 metros cúbicos de agua, así como cuatro cisternas y ocho potentes subestaciones de energía eléctrica.

En el Cecot hay ocho módulos para internos de alta peligrosidad con una capacidad total para albergar a 40 mil pandilleros. Actualmente se estima que hay 20 mil recluidos.

En el Cecot hay al menos 19 torres de vigilancia con un cerco eléctrico que rodea 2.1 kilómetros en los muros y portones de hasta once metros de altura.

Los pandilleros recluidos en el Cecot están completamente aislados y tampoco salen a las audiencias judiciales, pues se realizan vía remoto desde las salas que tienen en cada uno de los módulos.

Esposados de manos y pies acuden a las audiencias internas los pandilleros.

Entrar a la cárcel más grande del mundo no es sencillo, la Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus esperó un año —primero visitó otras dos cárceles en El Salvador: Mariona y Santa Ana— para entrar al Centro de Confinamiento del Terrorismo.

El punto de partida fue la capital, San Salvador. El viaje duró poco menos de una hora antes de tomar el desvío al centro penitenciario y encontrarse con un anillo de seguridad conformado por las Fuerzas Armadas.

Los militares revisaron todo: vehículos, maletas y a las personas, antes de autorizar que se podía continuar rumbo a Cecot, que se mostraba imponente desde lejos con una fachada de obra gris.

A partir del retén toda la calle de al menos un kilómetro está rodeada por militares formados a los costados, atentos a cualquier movimiento.

El camino termina en un redondel, y frente a él se levanta un inmenso portón de once metros con un cerco eléctrico, con un muro perimetral con las mismas dimensiones en el que sobresale el rótulo en mayúscula de “CECOT”.

El portón se abrió, un apretón de manos con el director, Belarmino García. Se muestra como un tipo sencillo, directo al hablar, pero muy educado. Él acompañó a EL HERALDO Plus durante todo el recorrido en la megaprisión.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus viajó hasta El Salvador para ingresar a la considerada cárcel más grande de todo el mundo, un centro que alberga y aísla a pandilleros peligrosos.

Las literas donde duermen los pandilleros en el Centro de Confinamiento del Terrorismo no tienen colchones, tampoco sábanas o almohadas. Los reos descansan en el puro hierro, nada más.

Las medidas de seguridad para entrar al Cecot son extremas: son varios controles y al menos ser revisado por dos escáneres.

Escuchar la palabra de Dios es una de las pocas actividades a las que tienen derechos los pandilleros salvadoreños que viven en el Centro de Confinamiento del Terrorismo.

Lo primero es despojarse de todo accesorios y dispositivo, como un aeropuerto, así que a quitarse faja, objetos metálicos e incluso zapatos, las cosas pasan por un escáner y las personas pasan otro más grande.

No basta esa revisión, posteriormente se realiza otra, pero manual, en pequeños dormitorios donde también hay que quitarse el calzado.

Una vez revisado se pasa a otra sala, nuevamente otra revisión, esta vez con un potente escáner capaz incluso de observar a través de la piel, en los órganos, la boca... en fin, sin opción a pasar siquiera agujas.

Luego se abre otro inmenso portón, los anfitriones deciden llevar a la Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus a una sala de video donde se puede ver en tiempo real los movimientos de todos en el presidio.

Una parada más, esta vez para conocer el comedor, dormitorios, gimnasio de los elementos de las Fuerzas Armadas y la Policía Civil que resguardan las instalaciones 24/7 durante absolutamente todo el año.

Un breve vistazo en la cocina, apenas se pueden ver las tinas donde depositan la comida a los privados de libertad, poco que contar en esa área más allá que dijeron que el menú era arroz, frijoles y dos tortillas.

Se estaba a la espera de un bus, pues los módulos están al fondo y el recorrido a pie a la hora de la visita de este equipo periodístico —mediodía— coincidía con una temperatura fuerte y un inclemente sol que azotaba el departamento de San Vicente ese día.

A la vista sale el primero de ocho módulos que en total pueden albergar a 40 mil privados de libertad, pero por ahora está a la mitad de la capacidad, con 20 mil procesados y condenados.

Antes de entrar se ofrecen orientaciones: no hablarles, no salirse de la línea amarilla, evitar el contacto visual, recordar que son asesinos y que cumplen una condena por delitos contra la vida de salvadoreños.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus observó cómo se desarrolla un día de vida para los pandilleros en uno de los módulos del Cecot en El Salvador.

Cuatro doctores se encargan de realizar visitar periódicas al Cecot para evidenciar el estado de salud de los pandilleros. Aquí uno de los reclusos sometido a evaluación médica.

El Cecot, habilitado a principios de 2023, está ubicado en el departamento de San Vicente, a aproximadamente una hora de distancia de la capital salvadoreña.

Los pandilleros en Centro de Confinamiento del Terrorismo mantienen su postura retadora ante la presencia de personas extrañas, pocos demuestran debilidad en sus miradas.

Una enfermera toma la presión a un integrante de la peligrosa MS-13.

Afuera están los suministros de agua de donde salen las tuberías que les brindan líquido a los pandilleros y también las subestaciones de energía, todo el control está en manos de las autoridades.

Ahora sí, el último portón se abrió, frente a la Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus el primer módulo del Cecot con al menos 2,500 pandilleros de las organizaciones más fuertes (Barrio 18 y sus facciones de Sureños y Revolucionarios; y la MS-13).

El módulo tiene un pasillo de al menos 30 metros de ancho y en sus extremos hay celdas con capacidad cada una para 100 pandilleros o un poco más que se pueden ver a través de los gruesos barrotes de hierro.

Como animales en una jaula en una visita al zoológico, los pandilleros se comienzan a acercar a los barrotes para imponer su presencia, en las celdas se logran ver las literas de hierro de cuatro niveles.

Algunos de los pandilleros se ríen al ser fotografiados por los visitantes al Cecot, ubicado en el departamento de San Vicente, a una hora de la capital salvadoreña.

Estos espacios de descanso tienen la particularidad que no tienen colchones, sábanas o almohadas, por lo que los pandilleros duermen sobre el hierro puro sin importar si hace frío o calor.

Es imposible de ignorar las dos pilas que tienen cada una de las celdas que están en la parte frontal y a la par de ellas el baño y la taza donde se lanzan agua y hacen sus necesidades fisiológicas.

Uno de los reos se estaba bañando al momento del ingreso, acurrucado a la par de la pila, tomaba agua con una paila para mojarse su cuerpo semidesnudo, al ver las cámaras aceleró su limpieza.

En el inmenso módulo no todos los pandilleros están encerrados, a la mitad está un grupo de cuatro doctores que realiza revisiones médicas a unos presidiarios que están esposados de las manos y pies.

Otros cuatro más, en las mismas condiciones, con la cabeza baja y de pie frente a un muro, esperan a que sus compañeros sean atendidos para posteriormente pasar a ser revisados por los médicos.

Una buena parte de los mareros tienen tatuada la cabeza con los símbolos de pertenencia o alusivos a su pandilla u organización.

Un poco más al fondo hay un grupo de al menos cincuenta pandilleros realizando ejercicios, no tienen esposas y son guiados por un instructor en una ligera rutina.

Es el derecho de cada uno de ellos a realizar 30 minutos de ejercicios en el mismo módulo, en ese lugar sudan viendo el sol a través de un tejado color transparente que es lo más cercano que tienen a la ansiada libertad.

Los que hacen ejercicio, al igual que el resto, visten totalmente de blanco, con la cabeza rapada, cosa que no evita que se les miren sus tatuajes, pues muchos andan marcada la cara.

Entre sus diseños favoritos están los clásicos XVIII, 18, MS13, que adornan con payasos, espinas, demonios, lágrimas, muros, lápidas, flores, dragones, nombres, entre una variedad amplia y tenebrosa.

Se trata de una prédica realizada por otro privado de libertad de otra cárcel que les lleva la palabra de Dios en medio de su encierro para tratar de darles alivio en medio de las extensas jornadas.

El sujeto les habla suave, todos lo miran, algunos tienen la cabeza para abajo, les explica que Dios los ama independientemente de sus acciones, algunos aciertan con su cabeza, otros cierran los ojos.

Recibir la palabra de Dios es opcional en el Cecot, el pastor no está todos los días, llega esporádicamente, es decisión de cada privado si quiere escucharlo hablar o quedarse en la celda pasando el día.

De apenas 30 minutos de ejercicio al día para estirar las piernas disponen los pandilleros recluidos en la megacárcel salvadoreña.

La luz solar por medio de un techo transparente es el único contacto con el exterior para los privados de libertad que purgan la cadena perpetua en la megaprisión de El Salvador.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO Plus ha visitado al menos tres cárceles salvadoreñas en los últimos dos años para profundizar sobre su modelo penitenciario.

Al ver las cámaras, todos tanto los ejercitados como los que reciben la palabra de Dios se ponen atentos —las cámaras en su cara los hace adoptar inmediatamente una postura de hostilidad—, no pueden hablar.

Esa regla es de oro en el Cecot. “No hablar”, por lo que es común que para comunicarse los pandilleros se acerquen a las orejas de sus compañeros para decirles algo y evitar poder ser escuchados.

En lo que respecta a los encerrados no están precisamente tristes, algunos incluso ríen a la cámara, no se ocultan. En su lugar, ya sea por una disposición dada o decisión propia, estuvieron frente a las celdas.

Pocos están en las literas, subidos como gallinas, recostados, boca arriba o boca abajo, la mayoría sentados en el incómodo hierro, platican y al sentirse observados inmediatamente voltean a ver.

El director del centro en alguno momento llamó a un grupo que estaba en una celda, les ordenó a todos que se quitaran la camisa para demostrar al lente de EL HERALDO Plus que no están agrupados por pandillas ni celdas asignadas para una organización específica, todos están con todos.

Los pandilleros obedientes hicieron caso, sus cuerpos desnudos mostraron sus distintivitos, el 18 de revolucionarios a la par de sureños, considerados enemigos desde años, pese a pertenecer a la misma agrupación pandilleril.

Integrantes de la MS-13 también a la par de pandilleros de la 18, el director explicó que no andan contando si en una celda hay más de una mara o pandilla. Solo los ingresan a las celdas y están claros que deben respetarse.

Un grupo realiza ejercicios y el otro escucha la palabra de Dios. Así es el escaso tiempo afuera de las celdas que tienen los pandilleros de Cecot.

Mientras él habla, todos miran a los visitantes, están con la postura erguida, brazos cruzados o de pie, siempre con la barbilla arriba, en una especie de muestra que están firmes con sus grupos.

Poco a poco el relajamiento se apodera de los individuos que comienzan a actuar con más naturalidad, algunos van al baño, otros se aburren de las miradas para comenzar a subirse a sus literas.

Hay un espacio para audiencias. Se pudo observar a un muchacho con la cabeza rapada y un tatuaje de la 18 escuchar a un juez que le explicaba su rosario de delitos y que iba a continuar encerrado.

Una de las particularidades de Cecot es que no hay salidas de ningún tipo, la pandemia les enseñó a los salvadoreños que los criminales no tienen que salir para tener sus audiencias legales.

Ahí mismo, exactamente en el módulo que entraron, reciben sus audiencias, en una pantalla está su abogado y en otra el fiscal conectado con el juez. Los procesos y las condenas son rápidas.

Si las audiencias encerradas resultan difíciles, peor es saber que en este centro penal no existen las visitas de familiares, nadie los puede ver, los que están aquí quizás ya son un fantasma en la mente de sus seres queridos.

Incluso algunos que fueron capturados al inicio del régimen de excepción llevan tres años sin ver a nadie y, en general, en todas las cárceles de El Salvador las visitas están prohibidas.

La única manera tácitamente de saber que no han sido olvidados es a través de las provisiones de artículos de aseo —como papel higiénico o jabón—, pues son responsabilidad de los familiares, quienes hacen la entrega vía los oficiales carcelarios.

En la megacárcel hay vigilancia constante de personal y por medio de cámaras. Hay alrededor de 850 elementos entre militares y policías.

El director del Cecot solicitó a los pandilleros que se quitaran la camisa para demostrar, a través de sus tatuajes alusivos a sus respectivas pandillas, que están revueltos en las celdas.

En uno de los costados, en el centro del módulo, frente a donde están los reos recibiendo atención médica, hay otro pasillo, más estrecho y con un portón de hierro y candados.

Es el hoyo de castigo, un espacio con tres celdas destinadas a los pandilleros que no cumplan las normas del Cecot, el espacio es sumamente tétrico, no tiene luz ni solar ni eléctrica, solo oscuridad.

Al entrar y alumbrar con una linterna se observó que apenas hay una plancha de cemento para dormir, una taza para defecar y un balde con una paila para los que deseen refrescarse o bañarse durante su estancia.

Un pandillero al momento de echarse un poco de agua en el cuerpo a la vista de todos.

No tiene aire acondicionado y para recibir la alimentación apenas hay una pequeña ranura en el portón por donde cabe exactamente un plato, por el agua, pues seguramente le tocará tomar de la llave.

Al principio, explicaron las autoridades del centro penal, cuando ingresaban por decenas al Cecot, algunos se ponían rebeldes y eran metidos en la celda de castigo por periodos de entre una semana y un mes, dependiendo la falta.

A medida pasaron las semanas los inquilinos del hoyo iban disminuyendo, la voz se regó de lo terrible que era el espacio y los pandilleros prefirieron evitar las visitas a espacio.

Actualmente, las celdas de castigo en los ocho módulos son espacios vacíos que no se usa, pues los mareros están tan controlados que no volvieron al confinamiento más extremo.

Nuevamente en los pasillos se pudo observar que la vigilancia no solo es a nivel de suelo, en los corredores superiores hay uniformados armados con una vista privilegiada a las celdas para poder disparar en caso de emergencia o ameritarlo.

En Cecot la luz nunca se apaga y, si bien es cierto, las láminas transparentes ayudan a saber si es de día o de noche, la luz golpea en los rostros de los pandilleros por las noches para su molestia.

Este pandillero salió de su celda para recibir atención médica de rutina. En ese instante se medía su peso.

Agresivos se muestran los pandilleros que viven en el Centro de Confinamiento del Terrorismo. Las autoridades, por su parte, aseguran que están bajo control.

Los privados de libertad llevan al menos dos años de no ver a sus familiares. Están prohibidas las visitas de toda índole. La única certeza de aún son recordados o conexión es si les llega provisión del exterior.

El pandillero no tiene ningún bien en la megaprisión, no existe la foto de la mamá, la carta del hijo, el detalle de la esposa. Nada. Todos los recuerdos deben vivir en su mente.

Las autoridades, por su parte, no consideran que estén actuando mal, los ven como desechos, culpables o basuras, por lo que al escucharlos hablar se entiende que mantienen su postura, que están en lo correcto.

Los pandilleros, en cambio, en una especie de rebeldía tampoco se muestran precisamente humillados, les sirven arroz y frijoles, pero parece que en buenas porciones se ven delgados pero no desnutridos.

Sobre su postura es imposible no evidenciar que mantiene la forma retadora e imponente que les ayudó a sembrar el terror en las calles de El Salvador, pero en Cecot las autoridades se ríen de esa actitud.

Hay que hacer un apartado a casos individuales de pandilleros que se ven destrozados, sus miradas reflejan profundo dolor y arrepentimiento con expresiones que causan bastante lástima.

Tienen sus miradas pérdidas, los ojos hundidos, con tremendas ojeras, sin expresiones de enojo, pero tampoco de alegría, una especie de vacío que contagia, ellos son pocos, pero viven una realidad diferente.

El tiempo se comienza agotar, no ha pasado ni media hora, pero es momento de salir del módulo, los que estaban escuchando la palabra de Dios van al momento de oración, así que bajan la cabeza.

Atentos a escuchar la palabra de Dios están estos pandilleros. No es obligatorio que participen de la prédica, pero es de las pocas actividades desarrolladas en el presidio de ocho módulos.

Las sonrisas maliciosas son comunes entre los pandilleros internos en la megacárcel de El Salvador.

Ya es hora que los que se ejercitan regresen a la celda y salga otro grupo a estirar las piernas, los doctores siguen atendiendo a unos cuantos y las audiencias virtuales van una tras otra.

Se caminó a la salida, el portón del módulo se cerró, solo los participantes saben si lo que se observó es lo que pasan todos los días o las condiciones son mejor o peor de lo que las autoridades revelan.

Lo que sí es una realidad es que el Cecot es un monstruo en infraestructura, diseñado para hospedar a los peores criminales y sacarlos con el paso de los años de la memoria de los salvadoreños.

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