Se dispara la cifra de mujeres en las cárceles de Honduras: “Estaba en el lugar y hora equivocada”

EL HERALDO Plus ingresa a Cefas para constatar cómo es la vida de las féminas tras las rejas. A partir de 2017 se duplicaron los números de duplican los números de nuevas reclusas

En el último reporte, el INP reportaba que 1,187 mujeres guardaban prisión en las cárceles de Honduras.

Foto: Álex Perez/EL HERALDO

Las reclusas tienen la opción de aprender a costurar y hacer bordados.

Foto: Álex Perez/EL HERALDO

Angie Anariba, de 22 años, es una privada de libertad por del delito de extorsión desde 2017. En su estadía en Cefas aprendió el arte de la panadería, la elaboración de piñatas y el idioma inglés.

Foto: Álex Perez/EL HERALDO

El sistema penitenciario tiene a disposición de las privadas la asistencia dental para cuando lo necesiten.

Foto: Álex Perez/EL HERALDO

Las reclusas mamás pueden llevar a sus hijos a atención médica en el llamado “hospitalito”, en donde está un pediatra.

Foto: Álex Pérez/EL HERALDO

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Alarmante

Tienen tatuajes que simbolizan un pasado criminal, aunque quisieran omitir lo que vivieron. Sus perforaciones en la piel, pese a que no tienen joyería en los agujeros, demuestran que son extravagantes. Y sus cabellos teñidos con colores prominentes, las hacen singulares.

Pero no visten ropas anchas, como se les imagina. Todas se identifican con camisetas blancas, unas un poco holgadas y otras ajustadas, con y sin mangas, ya sea que pertenezcan o no a una mara.

La mayoría son jóvenes, aunque hay algunas que, como los pasaportes, los sellos en su piel delatan que han transitado un largo camino en sus vidas.

Tampoco se expresan soezmente. Es más, muchas de ellas leen libros, entre culturales y políticos, y otras están en la búsqueda de paz espiritual con Dios.

Ya tratándolas cara a cara, es todo lo contrario a lo que se piensa de ellas. Las mujeres reclusas se expresan respetuosamente, son agradables y hasta sensibles.

La Unidad de Investigación EL HERALDO Plus visitó el Centro Femenino de Adaptación Social (Cefas), a 20 kilómetros al norte de Tegucigalpa, la capital hondureña, para conocer cómo viven las privadas de libertad.

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El edificio tiene ya más de 900 internas, a pesar de que fue construido para 400, una situación ya tradicional en Honduras.

En los últimos 13 años (2009 a 2021), en el sistema penitenciario hondureño han ingresado 4,991 mujeres, diseminadas en 20 cárceles, una estadística preocupante para los colectivos feministas.

Dos horas con ellas

“¿Para dónde van?”, preguntó un agente de la Policía Nacional que custodiaba, desde la tranca de seguridad, la entrada y salida del recinto, ubicado en Támara.

“Venimos a visitar a las muchachas”, respondió Digna Aguilar, la jefa de comunicaciones del Instituto Nacional Penitenciario (INP), quien acompañó a EL HERALDO Plus en el recorrido.

Una llamada para confirmar el ingreso, una revisión individual, el decomiso de los celulares (a excepción del fotógrafo Alex Pérez) fue necesario para entrar a Cefas, una prisión que parece estar olvidada.

Se recorrieron unos 20 metros dentro de la cárcel en el carro. Allí, una policía, entre la advertencia y sorpresa por la presencia de EL HERALDO Plus, recomendó no llevar billeteras ni nada de valor.

Pero cruzado el deteriorado portón negro, que divide el encierro de la libertad para las reclusas, la percepción cambió.

Mujeres jóvenes y mayores. Altas y bajas. Claras y trigueñas. Con y sin hijos. Todas estaban congregadas: unas en el hospitalito buscando atención médica, como le dicen, otras en el largo corredor y algunas en los hogares (así conocen a los módulos).

Intimidación de unas pocas reclusas, otras ni se inmutaron, pero hubo cierta reverencia de algunas. Quizá fue por la presencia de la directora de Cefas, Erika Rodríguez, que acompañó a EL HERALDO Plus durante la visita.

Interactuar con ellas no fue difícil. Al saber el motivo de la presencia de EL HERALDO Plus en Cefas, la confianza, como si fuese añeja, comenzó.

Caminando por el largo corredor, mientras la directora de Cefas explicaba la situación de las reclusas, Angie Anariba se acercó y ofreció donas recién salidas del horno que llevaba en su charola cubierta por una manta de cocina.

Angie, que tiene 22 años, pero que parece de 15, es encantadora y cautivante, sin tener un cuerpo prominente o una cara que la asemeje a una muñeca.

Pero su amabilidad, su dulzura, su disposición y su sonrisa quedó grabada en la cámara de la videógrafa Jessy López como la prueba latente que el físico no es el principal atributo en una persona.

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Con casi cinco años en prisión, por el delito de extorsión, se prepara para recuperar su libertad, pese a que su condena fue de 15 años.

Un beneficio por haber cumplido un tercio de su pena le permitirá a Angie, el próximo 2 de julio, salir de Cefas, por un delito que ella se declaró, ante EL HERALDO Plus, no culpable, pero que sí lo atribuye a la mala suerte.

“Por estar en el lugar equivocado a la hora equivocada”, recordó, con una sonrisa, el día que cambió su vida mientras el equipo de EL HERALDO Plus tomaban las olorosas donas.

Sorpresivamente capturada en 2017, cuando iba a recibir un curso al Instituto Nacional de Formación Profesional (Infop), en Tegucigalpa, perdió su libertad.

Su defensor le recomendó declararse culpable de un delito que, según ella, no cometió para que su sentencia fuera mínima, porque pudo ser de hasta 30 años.

“Mis abogados no supieron cómo ayudarme, entonces me fui a procedimiento abreviado en el que me declaré culpable”, detalló, con un semblante de molestia.

Pero, para Angie, estar casi cinco años en prisión no ha sido del todo malo: terminó sus estudios secundarios, aprendió el arte de la panadería, puede hacer piñatas y ya habla inglés.

“Este lugar a uno lo forma de una manera fuerte. Lo fortalece como ser humano y también lo hace más sensible”, contó, casi con la voz quebrada.

Consciente de que su vida comenzará una nueva etapa cuando salga de prisión, tiene clara su estrategia.

“Estudiaré Psicología en la Universidad Nacional y quizá pondré una repostería” porque “mi familia es de escasos recursos, entonces me toca sacarlos adelante”, explicó, quien antes de ser capturada no sabía hornear.

Angie, que tuvo que seguir con sus actividades, como seguir horneando, se despidió de EL HERALDO Plus dejando una sensación de esperanza.

2017, la inflexión en los ingresos

Así como Angie, que formó parte de la población femenina del sistema penitenciario de Honduras, otras 4,991 mujeres también lo hicieron entre 2009 y 2021.

La Unidad de Datos de EL HERALDO Plus analizó por medio de la petición de información pública SOL-133-2022 los ingresos de mujeres a las 24 cárceles que conforman la red penal de la nación.

De 2009 a 2016, los ingresos siempre fueron en ascenso, pero desde 2017 la situación cambió: las cifras crecieron en más del doble.

Por ejemplo, en 2016 ingresaron al sistema 350 mujeres, mientras que al año siguiente fueron 791, una diferencia de 441.

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A excepción de los módulos de las pandilleras, donde EL HERALDO Plus no pudo ingresar, en el resto de Cefas se respira tranquilidad.

En 2014 se creó la Fuerza Nacional Antiextorsión (FNA) y en 2016 la Fuerza Nacional Anti Maras y Pandilla (FNAMP).

Esa fue la fórmula por la que más mujeres ingresaron al sistema penitenciario hondureño desde 2017, aunque no fue el año con la cifra más elevada, según fuentes de la INP.

De las 4,991 mujeres que ingresaron, fue obviamente en Cefas en donde se asentaron más, con el 51%, que equivale a 2,540 privadas de libertad.

Y la condición jurídica de las 4,991 reclusas se parte en dos: condenadas, que son las que tienen una sentencia firme, y las procesadas, que son las consideran altamente probable que haya participado en la comisión de un delito.

Resulta que son más las procesadas, que representan el 73%, mientras que el 27% restante son condenadas.

Algunos analistas consultados por este equipo consideran que son dos los factores que han propiciado el cúmulo de procesadas. Uno es por el rezago en el sistema judicial y, el segundo, por la cantidad de casos.

Por ejemplo, la exprimera dama de Honduras, Rosa Elena Bonilla (2010-2014), fue encarcelada a fines de febrero de 2018 sin tener una sentencia.

Y casos como la esposa de Porfirio Lobo Sosa, expresidente de Honduras, también lo viven otras mujeres, con la diferencia que algunas pasan temporadas más largas en prisión sin ser condenadas.

Como Karla Núñez, que tiene de estar recluida en Cefas un año y cuatro meses, mientras enfrenta su juicio por extorsión.

“Estamos a la voluntad de Dios. Ni abogado tengo”, dijo con una voz quebrada por el llanto de la desesperanza, pese a que se declara no culpable de lo que se le imputa.

Karla espera la derrota ante el sistema judicial, no lo dijo literalmente, pero su mirada lo refleja, aunque en el fondo de su mente espera que la absuelvan.

El ambiente, tras la entrevista con Karla, de 28 años, también es de derrota porque al final, como dijeron las autoridades de Cefas, son muchachas sin oportunidades, rendidas a la desesperanza.

Y las preguntas aparecen: ¿en el encierro qué futuro les espera?, ¿cumplirán con las metas que se trazaron cuando salgan de la cárcel?, ¿volverán a caer en las garras de la ilegalidad?

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