Literatura: Caer en las fauces de un libro

Los libros abren el conocimiento, el conocimiento expande la visión del mundoy esa visión del mundo da el contexto para entender el pasado y el presente. Leer un libro es leer la vida

De un libro de Carlos Fuentes al descubrimiento del Siglo de Oro español más allá de la literatura.

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Libros

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En “Lecciones de los maestros”, George Steiner distingue tres estructuras de relaciones entre maestros y alumnos. Hay maestros que destruyen psicológicamente a los alumnos y quebrantan su espíritu.

Como contrapunto, ha habido alumnos que han tergiversado y destruido a sus maestros. La tercera categoría es la del intercambio que ocurre cuando se borran las líneas que separan al maestro y alumno. Esta última relación es la que me une con el profesor Carlos Lanza. Él ha sido inmensamente generoso conmigo, nos ha recibido en su casa y nos ha compartido algunos libros.

Quizá él no recuerde este episodio y menos aún sus consecuencias. Siendo alumno de la Escuela Nacional de Bellas Artes nos quejábamos de que las celebraciones del Día del Idioma languidecían ante la falta de impulso institucional y renegábamos de las posturas populacheras que ensuciaban la oportunidad histórica de reivindicar la herencia hispana.

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Como medida de consuelo, Lanza puso en nuestras manos un libro: “El espejo enterrado”, de Carlos Fuentes. La lectura me sirvió para hacerme una idea aproximada del peso de la presencia de España en este continente.

En la bibliografía el escritor mexicano recuerda las obras que consultó para escribir la suya. Una de ellas es “España del Siglo de Oro”, de Bartolomé Benassar, uno de los mejores estudios que se haya escrito acerca de este período crucial de la historia de España. Conocer a Benassar nos amplió la imagen que teníamos del Siglo de Oro español, hasta ese momento reservada únicamente a la literatura, al genio de Cervantes, de Lope de Vega y de Calderón de la Barca.

El autor demuestra que en aquel siglo España no solamente tuvo un papel dominante en la literatura, sino también en la pintura.

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Convencidos de lo anterior, incursionamos en la biblioteca para consultar los catálogos de los grandes museos europeos y comprobamos que, en efecto, el Siglo de Oro español es también el siglo del Greco, de Murillo, de Zurbarán y de Velázquez.

El primero realizó obras maestras que nos transmiten el espíritu de la España barroca. Su programa iconográfico tiene un sentido funerario con temas como la Asunción, la Resurrección o la Trinidad.

De Murillo recordamos la “Magdalena penitente”. La santa aparece en un interior sumido en la penumbra y del que destaca su figura intensamente iluminada. En su expresión se refleja un profundo arrepentimiento de sus pecados, mostrando una belleza condolida por sus culpas.

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La obra tiene un carácter erótico: el pintor insinúa a través de un hombro o un pecho ligeramente descubiertos el esplendor corporal femenino.

Del universo pictórico de Zurbarán destacamos “Jacob y sus hijos”, compuesta por trece representaciones, a tamaño natural, de los fundadores de las doce tribus de Israel, un conjunto inspirado en el libro del Génesis del Antiguo Testamento. Su temática estaba preferentemente destinada al Nuevo Mundo, pues se creía que los indios eran descendientes de una de las doce tribus de Israel.

Por último, Velázquez. Su pintura es muy distinta a la de Murillo y Zurbarán. No nos introduce en el ambiente místico, sino en los pasillos de los palacios reales. En “Las Meninas” muestra a la infanta Margarita rodeada de sus meninas en el escenario de un salón palaciego.

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Velázquez está pintado y, pincel en mano, parece interrogar con su mirada al espectador. En el fondo se reflejan las efigies del rey y de la reina. Son ellos los verdaderos protagonistas de la composición. Lo grandioso en Velázquez es que con esta enigmática pintura logró sustituir la realidad por el reflejo.

Del gesto generoso de un profesor a Carlos Fuentes. De Fuentes a Benassar y de este a los grandes maestros de la pintura barroca española, todas ellas lecturas enlazadas una a otra con amor filial. De esa manera se me asomó el Siglo de Oro español.

Me gusta relatar esta experiencia personal un poco para insistir en lo determinante que puede ser en la vida de alguien caer, durante los años de adolescencia, en las fauces de un libro.

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