La picaresca hondureña
Exclusivo para Suscriptores
¿Ya tiene su suscripción? Únase a nuestra comunidad de lectores.
SuscríbaseGracias por informarse con
El Heraldo
Alcanzó su límite de artículos
Suscríbase y acceda a artículos, boletines, eventos y muchos más beneficios, sin límite.
SuscríbaseGracias por informarse con
El Heraldo
Artículo exclusivo bajo registro
Inicie sesión o regístrese para acceder al mejor contenido periodístico.
Iniciar SesiónGracias por informarse con
El Heraldo
A manera de introducción, quisiera aclarar lo que este artículo no es. Primeramente, no es un estudio ni un análisis literario sobre la novela picaresca o con rasgos picarescos en el país. Tampoco se trata de una metáfora de toda la picardía política y no política en Honduras. Aunque sí colindaré con ambos temas en los siguientes párrafos.
La picaresca fue una estética literaria narrativa que cuenta con representantes como el Lazarillo de Tormes. En América se escribió por su parte Periquillo Sarniento, pero para mí, el pícaro de pícaros de la literatura criolla es un personaje que conocí a través de mi abuela Francisca, quien era una extraordinaria narradora oral. Su nombre es Pedro Urdemales, cuyo apellido se puede encontrar en las formas Ardimales u Ordimales.
Este curioso personaje fue capaz de cargar al mismísimo diablo en sus espaldas y de burlar a los más astutos en más de una ocasión. Estos trepidantes episodios los pude revivir recientemente con la lectura de “Cuentos recogidos de la tradición oral”, de Luis Hernán Sevilla, autor danlidense cuya obra ha visto la luz hace poco, en un esfuerzo de la Academia Hondureña de la Lengua, a cuyo equipo aprovecho para felicitar, incitar y, muy cortésmente, exigir, que sigan recogiendo la literatura oral hondureña.
Los pícaros son aquellos personajes, generalmente marginales, que sortean las dificultades de la vida con bastante habilidad, a veces a costillas del engaño y del hurto. Y hay en sus historias algo en común. Las personas que se encuentran en la vida son, ya no pícaras, sino perversas. Así que los pícaros, generalmente son primero víctimas. Y esto van en consonancia con los contextos en los que surge la novela picaresca. La literatura es un espejo acaso empañado de la sociedad (como diría un buen amigo).
Estos elementos me han hecho reflexionar que las personas (ya en la vida real) muchas veces optan por el camino de la bribonería porque los contextos en los que nacen (algunas veces con personas verdaderamente groseras) los van poco a poco arrinconando. Por supuesto, no estoy justificando ningún comportamiento que esté fuera de la ley. Hace apenas una semana hablaba de los estafadores y los criticaba fuertemente, y no quisiera contradecirme, aunque si en algún momento lo hiciera tengo claro que el pensamiento del ser humano evoluciona, se perfecciona y se corrige. Aparte de que el pensamiento complejo siempre tiene algo de incertidumbre.
Tampoco se trata de traer aquí las antípodas planteadas por Thomas Hobbes, que decía que el hombre es naturalmente malo, y Rousseau, que al contrario decía que es bueno. Pero sí debo decir que pienso que tanta picardía en algunos contextos sería producto del sufrimiento de alguna maldad o del sufrimientos de las debilidades del otro, como el caso de Periquillo Sarniento, quien sufre la vanidad y el excesivo consentimiento de su madre, o Lazarillo, que sufre la avaricia de más de alguno de sus amos.
Por último, hay que tener presente que una sociedad no se descompone de un día para otro, y que algún antecedente habrá. Es decir que la actual descomposición social (que es casi una bomba) tiene que ser producto de una anterior, quizá menor o más asolapada, pero descomposición al final de cuentas. Y quizá hasta haya sido romantizada por el caleidoscopio de la memoria