Los trapos sucios e indómitos de la justicia
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La semana más memorable del siglo parece ser la que acaba de pasar, pues tuvimos siete días agitados por los hechos, por la historia y por todos los despliegues policiales alrededor de un hombre con un poder omnímodo que recién salido de su casa presidencial, aún tenía la sombra indómita en la dinastía política de este país.
Pero la media mañana en que abrió la puerta de su residencia, cruzada con cinco anillos de seguridad para entregarse a la Policía, el señor indómito agachó la cabeza, se dejó acomodar el chaleco antibalas y quizá, por última vez, un hombre se puso de rodillas frente a él y le colocó las esposas sujetas a una cadena larguísima —símbolo de algo inminente— que unía las manos inmovilizadas.
Luego, con pasos cortos, avanzó como un penitente hacia el desfile policial para conducirlo finalmente a un cuartel, donde sentado en una tarima, como antes en los escenarios de concentraciones políticas donde él discursaba, fue presentado a la prensa y pasó revista a todos los periodistas sin una mueca de quiebre ante un destino borrascoso por las circunstancias que le toca enfrentar.
De acuerdo con los protocolos legales, por una reforma de ley aprobada precisamente durante su gobierno, permitió que la detención fuera milimétricamente perfecta, con fines de extradición a petición de Estados Unidos (EE. UU.) que lo acusa de haber introducido miles de kilos de cocaína en ese país, donde los fiscales estadounidenses resumieron el caso como «narcotráfico patrocinado por el Estado», debido a que Hernández formaba parte de «una violenta conspiración de narcotráfico» que traficaba unos 500,000 kilos de cocaína a través de Honduras hacia EE. UU.
Pero más allá de ese rastro de sangre y droga, hay un oscuro camino de corrupción, chantaje y extorsión con su grupo cercano de exfuncionarios, y desde todo el organigrama escrupulosamente investigado, el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) de Honduras pidió a la fiscalía general del país emprender acciones legales contra los familiares cercanos de Hernández, que por medio de fantasmas organizaciones no gubernamentales, sustrajeron más de 2,000 millones de lempiras para ejecutar proyectos que no se realizaron nunca.
Toda una plataforma podrida de corrupción montada durante doce años, donde la institucionalidad y el Estado de derecho fueron debilitados por causa de las ambiciones personales y políticas para mantenerse en el poder, con los andamios sombríos de los fondos provenientes del narcotráfico y la corrupción, sostenida por sus cómplices silenciosos y doctos en la justicia, como teoría legal y práctica criminal.
Tantas huellas que arrastra el indómito señor y se ubica bajo el escritorio de la intriga, para abrirle fuego a la gobernabilidad del nuevo gobierno, y monta un Congreso paralelo, desde su mansión, y endosa toda la estructura para mantener con vida una fiscalía desahuciada y una Corte suprema diseñada para su impunidad.
Gastó su energía y su tiempo haciendo cálculos mafiosos, en lugar de constituir la defensa legal y acercarse a Nueva York para colaborar con sus evidencias.
Pero claro, él siguió pensando que en Honduras todo se arregla, que ningún escándalo pasa más de tres días, y que los tentáculos de su poder aún están vigentes entre los colaboradores que en la traición y el contrabando son actores estelares.
Ahora, allí lo vemos, sentado en un trono destartalado, con cadenas arrastradas por el ruido de las armas, redobladas por el polvo y la ambición.
Allí está, en una bartolina policial, solo ante el mundo y frente a cuatro paredes, donde en las noches aciagas lava su ropa interior y pensando que los trapitos sucios también se lavan en casa.Acá no hay ni agua, ni jabón para eso. Otros fiscales y jueces de otras cortes tienen que hacer la justicia.