Carta abierta a Pablo Zelaya Sierra
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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Estimado maestro, hace 89 años que usted nos dejó. Es ingrato decir esto, pero aunque ahora se le conoce más, sigue siendo, en términos generales, un hombre desconocido.
Aquí se valora más a un político corrupto que a un artista de su nivel. Hablando de actos de corrupción, cuénteme usted, que todo lo ve desde el hermoso cielo de Ojojona, ¿dónde están todas las obras que trajo cuando desembarcó en Puerto Cortés en octubre de 1932? Le pregunto esto porque en el año 1954, su esposa acompañada de Pablito, su hijo, vinieron a Honduras, y en enero de ese año le propusieron al Congreso Nacional que comprara toda su colección, le cuento que no querían, pero después de varios cabildeos, al final accedieron.
Parte de la obra fue consignada a la pinacoteca del Banco Central de Honduras y a la colección de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), pero otra parte, que es la mayoría, no se sabe qué camino tomó, sólo sé que algunas obras terminaron en las casas privadas de los diputados de aquel entonces y, con el tiempo, fueron vendidas para enriquecimiento personal, pero hay otras de las cuales no se sabe nada. Si usted ha visto algo desde allá arriba, nos avisa para ver cómo recuperamos esas obras en beneficio del patrimonio nacional.
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Usted me pregunta sobre el estado del arte hondureño, pues le diré que desde que usted murió ha pasado de todo; hubo una época de realce que duró hasta los años setenta, luego en los ochenta, por la presión de la coyuntura histórica, muchos terminaron confundiendo el discurso estético con el discurso político; de los noventa para acá se fue jodiendo la cosa, maestro, los grandes artistas de la revolución se volvieron comerciales y apareció un nuevo arte que se definió como “arte contemporáneo”, estos artistas empezaron haciendo buenas cosas, pero con el tiempo, perdieron el camino y muchos de sus seguidores terminaron haciendo mamarrachos que dan pena.
Lo curioso es que estos artistas todo lo defienden bajo la categoría de posmodernidad sin saber con qué se come eso, maestro. Aun así, debo decirle que algunos artistas que vienen desde los años sesentas y otros jóvenes que aparecieron en estas últimas dos décadas, han propuesto un buen arte, muy digno y coherente.
Maestro, en “Apuntes a lápiz” dejó escrito que habían artistas “medalleros, incompletos y académicos” que solo se preocupaban por buscar premios, pues bueno, eso se degeneró, compa Zelaya, aquí hay artistas que llegaron al extremo de investigar el gusto temático y visual del jurado para sorprenderlo y ganar el premio; pero lo más lamentable es que después de presentarse al certamen no volvieron a hacer nada y sólo reaparecieron cuando nuevamente se anunció otro evento.
Estos artistas no tienen historia, la única historia que tienen es la del billete que se ganaron, a partir de allí no han aportado nada al arte nacional, son simples cazapremios, como usted lo dijo un año antes de que la muerte lo sorprendiera.
Don Pablo, recuerdo que para referirse al estilo de ciertos pintores usted nos enseñó lo siguiente: “En pintura, les agradará el tema, mientras más anecdótico mejor... con un concepto fotográfico del arte, creen que la pintura debe imitar a la naturaleza. Para algunos, el ideal pictórico es conseguir el aspecto superficial de las cosas, los brillos de los objetos metálicos, los rasos, sedas, las cualidades de las cosas. En vez de interesarse por la cualidad de la obra, se afanan por dar ambiente a las figuras, esto es, intentan pintar el aire, olvidando las formas”.
Por decir lo mismo me han insultado, me han dicho de todo, he insistido en este tema y aún no se entiende. Usted sabrá que el arte hondureño es esencialmente figurativo, el problema de fondo es que se han perdido las herramientas técnicas para encarar este arte con calidad, las últimas generaciones, salvo rarísimas excepciones, no saben dibujar ni pintar aunque me duela decírselo, usted no dejó las cosas así pero a este punto hemos llegado, para qué mentirle.
Lo más terrible es que si uno se los dice ponen el grito en el cielo, ojalá lo lean a usted, tal vez así se ponen vivos. Si usted viera las cosas que pintan en algunas paredes, le aseguro que decepcionado se iría donde “Tito Aguacate” a echarse unos vergazos para relajarse.
Me pregunta que cómo está la Escuela de Bellas Artes, pues se fundó siete años después de su muerte y ha tenido momentos de esplendor y decadencia. Recuerdo que fue usted quien le dijo a don Samuel Salgado (subdirector de la ENBA en 1940) que era necesario fundar una Escuela Nacional de Bellas Artes, pues bien, la escuela allí está y le cuento que gracias a la historiadora Yesenia Martínez descubrimos que usted propuso la primera malla curricular de la escuela, bien calladito se lo tenía.
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Mal o bien, maestro, esta escuela ha formado a los mejores artistas de la plástica nacional, estos con mucho orgullo han enaltecido el nombre de Honduras. Ahora la ENBA vive una crisis que ya dura varias décadas y urge que la institución tenga una gran revolución académica como la que inició Arturo López Rodezno hace 82 años.
Fíjese que aquí se ha puesto de moda la palabra “refundación”, no sé si se refundará la escuela que usted pensó desde los años veinte, aquí la refundación se entiende como gritar en las calles para enchambarse después.
Bueno, maestro, lo dejo, le prometo que iremos con mis alumnos a pegarle una chapeadita a su lápida abandonada, ya le dije que aquí pocos se acuerdan de usted, pero quiero decirle que su legado vive en la memoria del buen arte que se ha hecho en este país, lo quiero mucho por su coraje y calidad de artista, tengo confianza en que las generaciones futuras hablarán con el reconocimiento y respeto que usted se merece. La historia lo proyectará con la luz dorada de la memoria.