David Jiménez: “El ‘vaya pues‘ y el ‘cheque‘ me los llevo a México”
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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El “Flaco” Jiménez, aquel palo largo y delgado que capitanea a su equipo de la preparatoria, sale jugando desde su campo con las mañas de un mago y mientras salpica ese delicioso menudo estilo Jalisco con el mejor chile de la región de Morelos, súbitamente aparece sentado en la silla de la Embajada de México en Honduras, país al que no le disgustaría recordar como “mi segunda patria”, tras dos años y monedas de haber comenzado a cumplir el llamado de Andrés Manuel López Obrador.
Hay muchas historias enrolladas en ese denso bigote negro disfrazado de blanco hueso, que da licencia a la melancolía para atrapar en el aire caliente de la capital el pentagrama mental donde empezarán a bailar los corchetes y las fusas que hacen sonar “María Bonita”, la obra maestra del “Flaco de Oro” Agustín Lara, acaso la escalera perfecta para llegar hasta el corazón de María Luisa Gómez, la esposa mucho menor que don David Jiménez, el abogado que dirige las políticas de hermandad entre México y Honduras.
- ¡Epa! ¿Y cómo la enamoró a su esposa, don David?
- ¡No, ella me enamoró a mí!... ja, ja, ja. Es hija de españoles y la conocí en Cuernavaca cuando ella tenía 17 años y yo fungía como secretario general del Estado. Le llevo 22 años, ¿cómo lo ve?
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- Es un viejo zorro, usted. Bueno, me contaba antes de iniciar la plática que su papá, don Florencio, fue un militar que desde chico luchó en la revolución mexicana. ¿Cómo era vivir en la casa de un uniformado?
Como todos los militares, mi papá se levantaba muy temprano y como a todos los generales, hay que obedecerlos porque si no nos arrestan. Mis cuatro hermanos y yo nos acostumbramos a llamarle “mi general” porque desde que nacimos escuchamos esa frase en la casa. La única que le decía papá era nuestra hermana, la menor de todos.
Ya me imagino cómo la cuidaban, ¿eh?
La cuidábamos y se cuidaba. ¿Si la acompañábamos a los bailes? No íbamos tanto por la obligación de cuidarla sino porque también sus amigas eran muy guapas... y, claro, le echamos el ojo a algunas como sucede en la juventud, ¿no?
Claro. A propósito de la disciplina, no me imagino lo que pasaba cuando llegaban con un rojo de la escuela
Pues no me acuerdo de haberlos tenido... ja, ja, ja. No sé si era de los que me sentaba adelante en el salón, pero en el tema escolar nunca le causé disgustos a mis padres.
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¿Qué clase le gustaba?
Me encantaba mucho conocer cómo era mi país, por eso me iba bien en la geografía; la historia de México y el civismo.
¿Y jugaba fútbol?
Por supuesto. Desde niño y hasta la preparatoria jugaba como defensa central y mi hermano Jesús me decía el “Flaco” porque era muy delgado. Siempre le he ido a las “Chivas Rayadas” del Guadalajara y acá voy con el Marathón, porque tiene los colores de la bandera mexicana.
¿Lloraba por las “Chivas Rayadas”?
Pues no recuerdo, siempre estaba contento... je, je, je... al América siempre le ganábamos. Crecí en la época del campeonísimo entre 1956 y 1965, cuando las “Chivas” ganaron todo: siete ligas, seis Campeón de Campeones, una Copa México y una Concacaf. Mis jugadores favoritos eran Jaime el “Tubo” Gómez, Guillermo el “Tigre” Sepúlveda, Raúl la “Pina” Arellano, Sabás Ponce Labastida. Grandes futbolistas que le dieron prestigio al club y a la selección.
Un precioso sable del Heroico Colegio Militar de México brilla como el oro en la sala de la familia Jiménez González que, aunque se enoje el destino, no tendrá más descendencia moteada. “Ninguno de mis hermanos cogió la carrera militar y en mi caso ya en la preparatoria me fui dando cuenta que me apasionaba el orden jurídico de México; también en ese momento me empezó a interesar mucho la vida de Centroamérica, que formaba parte de México”.
Deja los lentes sobre el escritorio y frunce la boca, casi con desprecio pero sin perder la ironía, cuando le pedimos recordar el momento en que su cuerpo y su alma entran al mundo de la política: “Desde que estaba en la Facultad de Derecho y me acuerdo que mi primera elección para ser presidente de nuestra generación la perdí por 19 votos... je, je”.
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¿Cómo llega al país?
Después de una amena charla que tuve con el canciller Marcelo Ebrard. Comentamos el caso de Centroamérica, el problema de la migración y la situación comercial y económica que hay entre los dos países y me interesó mucho. El Canciller, que dicho sea de paso está casado con la hondureña Rosalinda Bueso, me dice que va a proponerme ante el Presidente Andrés Manuel López Obrador como embajador de México en Honduras y el Presidente AMLO aceptó.
¿Qué pensó el primer día que pisó suelo catracho?
Pues primero pisé El Salvador y ahí me quedé como ocho horas... ja, ja, ja. No, fíjese que Tegucigalpa me hizo recordar a Cuernavaca, el clima es similar aunque acá es más montañoso, y me sentí en casa.
¿Maneja solo ya?
Sí, claro. Y no me pierdo porque voy acompañado de mis asistentes que me va orientando para donde voy... ja, ja, ja. En serio, tomamos rutas que ya conocemos y de Honduras creo que conozco unas dos terceras partes o quizá más.
¿Qué es lo que más le ha gustado de esta tierra?
Que tiene sus contrastes bien marcados. No es lo mismo el Golfo de Fonseca que Roatán, por ejemplo. Nos hemos ido a meter a muchas aldeas.
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¿Alguna anécdota que recuerde de esos viajes?
Tuve una experiencia muy grata en Puerto Cortés, recorriendo las instalaciones portuarias junto a un grupo de empresarios. Nuestro guía era un garífuna de apellido Ballesteros y cuando le digo que me iba a ir en su carro me dice que no, porque andaba en una pailita toda modesta, hasta con los asientos rotos.
“No importa, no tengas pena, me voy contigo”, le dije. “Y que nos sigan los demás”. Nos dilatamos casi tres horas y media en un almuerzo con los empresarios y a la vuelta ahí estaba Ballesteros, a pesar de que ya se podía haber ido. Y me dice: “¿Me acepta un regalo, señor embajador?” Mi sorpresa es que era un libro que él mismo escribió sobre su vida cuando estaba la United Fruit y la Standard Fruit. Por cierto, muy bien escrito. Fue un episodio que recuerdo con cariño y el libro aún lo tengo en casa.
Ya que dijo almuerzo: ¿Con chile o sin chile?
Con chile. Desde niño comemos con mucho picante, a todo le echamos chile allá. No he conocido un mexicano que no se coma un chile picante, mujeres y hombres.
¿Entre chilaquiles y baleada con qué se queda?
Políticamente diría que con la baleada pero me gustan mucho los chilaquiles... ja, ja, ja ¿Mi comida favorita? El menudo de Jalisco, el pozole guerrerense, la cecina, el mole poblano o la comida yucateca.
¿Y cuál es el hondureñismo que más se le ha quedado?
El “vaya pues”. El “cheque” también. Esos me los llevo a México... ja, ja, ja...
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