TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Los primeros días sintió miedo al caminar por las calles de la colonia Abraham Lincoln, un año después estigma y casi dos años más tarde solo trata de pasar desapercibida, aunque resulte imposible.
Hace un año iba caminando cerca de una carpintería cuando alguien en forma de mofa gritó: “¡Uy, chiva, covid!”. Renata, hija de la paciente cero, solo miró de reojo y siguió caminando de forma apresurada.
“La gente siempre nos mira mal, aunque haya pasado el tiempo siempre le dicen cosas a uno”, lamentó. Esa historia apenas es una de tantas. En el primer año de pandemia, cuando la colonia ya había sido desmilitariazada la gente del patronato llegó a regalar agua, pero a ellos no les dieron porque pidieron no firmar una hoja y que no les tomaran fotografías.
“Ya nos habían expuesto un montón y que nos tomaran fotos ya era demasiado”, relató.
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La joven de 26 años todavía es víctima de lo que ocurrió ese 11 de marzo de 2020. Recuerda que ella iba a trabajar cuando miró la noticia en televisión, “eran las descripciones de mi mamá”, contó.
Consultó con su papá qué hacer, pero la necesidad lo orilló a responder que fuera, que estando allá hablara con su jefe. No lo hizo por miedo.
Cuando la noticia llegó a oídos de su superior, el distanciamiento social fue lo mínimo que vivió, ya que la suspendieron por tres meses. Pasado ese tiempo la llamaron para trabajar otros meses, pero luego no le renovaron el contrato.
Con excepción de unas semanas en un salón de belleza que apenas le daba para el pasaje del bus, no ha tenido otro empleo. “Tengo bastante experiencia”, dijo al enumerar todo lo que sabe hacer. “Aquí quien nos sostiene es mi papá y mi hermano, nosotros necesitamos trabajar”, solicitó.
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