CHOLUTECA, HONDURAS.- ¡Camerún!, ¡Camerún! El grito salió de una puerta café medio abierta. Un hombre de chaleco repitió el nombre del país africano e inmediatamente un par de personas de la raza negra se acercaron, recibieron un papel y se movilizaron. Nadie les dijo nada, la barrera del idioma no permite explicarles, pero ellos captaron el mensaje... quién sabe cómo pero captaron.
Acto seguido avanzaron rumbo a un banco, iban rápido, urgidos a realizar un pago, al rato volvieron para entregar el comprobante y, extendiendo los cinco dedos de la mano, el hombre del chaleco les hizo entender que debían esperar.
El pago es una multa, el equivalente que va desde un tercio del salario mínimo a tres salarios mínimos y se les aplica sin excepción de ningún tipo a todos los extranjeros que pasan por Honduras irregularmente, no importa si solo van a estar un día o dos, no hay pero que valga, el que no pague va de regreso para su lugar de origen.
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En el INM de Choluteca cobran la multa mínima, equivalente a 4,598.27 lempiras (unos 190 dólares) y está estipulada en el artículo 136 numeral 5 de la Ley de Migración en Honduras.
Esa ley se cumple, pero el respeto por la vida de los migrantes, protección a los asaltos, resguardo ante las violaciones sexuales, protección ante el abuso de autoridad, acciones contra la extorsión, esas no, incluso ni la oportunidad de un vaso con agua, nada, solo el pago de un tercio del salario mínimo es prioritario.
Según cifras oficiales del INM, al 4 de mayo del 2021 habían entrado de manera irregular 5,006 migrantes. Si cada uno pagó la multa como debió ser, dejaron un efectivo de 23 millones de lempiras, sin tomar en cuenta el reporte que falta por incluir de cinco mil haitianos que pagaron en Trojes, El Paraíso, lo que duplicaría la cifra.
El problema radica en que la mayoría de los migrantes -haitianos, cubanos, colombianos y de todas las partes del mundo que llegan al infierno de Choluteca- vienen de ser asaltados, extorsionados, violados, no traen ropa ni pertenencias, andan hambre, sueño, pero no tienen opción: o consiguen la plata o miran cómo se regresan.
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Así estuvo Frank Stewear Moreno (24), un colombiano de voz pausada, medio tartamudo que con una mueca disfrazada de sonrisa celebraba en la orilla de una banca que ya había ajustado el dinero de su multa, había pagado y al día siguiente iba rumbo para la frontera de Honduras y Guatemala.
Eso sí, el transporte es también un negocio disfrazado con el INM que vale 30 dólares más, porque Migración les coordina para que una vez paguen la multa un bus los lleve de un solo a la frontera.
A Moreno eso ya no le preocupa, salió desde Chocó, Colombia, unos seis meses atrás, cruzó la selva de Panamá, pidió refugio pero “los funcionarios ahí son duros, corruptos, los de ACNUR, y migración de Panamá -le pedían 2,500 dólares- es muy corrupto, Costa Rica y Nicaragua mucho más tranquilo”.
Con pesar recuerda que salió de su país por temas políticos, contó lo duro de su recorrido que definió como lo peor, al punto que no le recomendaría a ningún colombiano seguir sus pasos, a lo mucho tratar de buscar algo por la vía aérea.
Sobre su trayecto por Honduras relató que “yo pasé por debajo del río, ahí asaltan, un día antes de subir por acá, balearon a una cubana que cruzó, yo entré en caballo, mucho más para oriente por Guasaule, yo vengo solo desde mi país, pero me encontré personas cubanas, aquí en Choluteca me quitaron un celular, dinero, todo, me pusieron un cuchillo, era un grupo, aquí cerca de Migración”.
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Sin dinero fue al INM, pero le hablaron claro, sin pagar la multa no iba poder seguir. Ese día durmió en la calle, al otro amanecer se arrimó a una casa y una señora se apiadó, así que hicieron un trato, que él le iba a limpiar la casa y el patio todos los días del mundo a cambio que le diera donde dormir.
La comida era “un pisto aparte”, para eso su única alternativa fue pedir, pero como tenía la presión de recaudar la multa que impone Honduras, decidió solo comer una vez al día.
Al final después de casi un mes y la piel pegada a las costillas pudo pagarle al gobierno su mal llamado “salvoconducto” para seguir su camino, que por cierto “no voy a Estados Unidos, me gusta México, ahí viviré”.
A diferencia de otros que también recibieron asaltos y humillaciones, no se quejó, “Honduras es un cielo, ahora tengo salvoconducto, sigo vivo, dormí en casa, comí aunque sea una vez, pero comí y mañana iré en bus, gracias Honduras”.
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