En 1996, Honduras vivía un cambio generacional. Los jóvenes deambulaban por las calles bajo la sombra del rock -música con gran apogeo en ese entonces-, burros, jeans, camisetas negras, pañuelos y perforaciones en las orejas.
Una moda parcialmente aceptado por la sociedad de la época, debido a que estas costumbres no entraba en los códigos o la cultura de la delincuencia.
Todo cambio. La migración hacia de las suyas, llegar al norte (Estados Unidos) era más fácil y miles de hondureños iban y venían.
Antes de que las deportaciones en masa comenzaran, pensar, conocer o hablar de un marero o pandillero era imposible. Es sencillo, en Honduras aún no se establecían y los que habían no tenían un motor que los impulsara, pero el fenómeno silenciosamente se hizo fuerte.
Sangre por sangre
Sin internet, ni televisión por cable, esperar la premier del domingo en un canal local era una tradición en las familias, en los amigos, era una cadena nacional donde todos focalizaban su atención a los televisores. En una de esas noches, la gala perteneció a la película americomexicana Sangre por sangre (Vatos locos por siempre) y los ojos de los jóvenes destellaron.
Damian Chapa “Miklo”, Jesse Borrego “Cruzito” y Benjamin Bratt “Paco” demostraban que la sangre une a las familias ante cualquier circunstancia y que las maras o pandillas eran esa familia donde “matar o morir” por ella era un honor que solo un verdadero “Vato Loco” podía hacer.
Enseñaban que una extensión de tierra dentro de la ciudad, barrio o colonia era el territorio de la pandilla, que las paredes debían ser rayadas o “plaqueadas” en alusión a la banda, que los enemigos debían ser destruidos a “desmadre” y la venganza por atentar contra un miembro de la banda era la muerte, mejor dicho el “sacrificio”.
En la trama de la cinta los apodos eran sinónimo de grandeza y no de burla, las drogas eran un consumo normal y entrar a una banda era un rito con tinta que se plasmaba en el cuerpo para toda la vida (tatuajes) y que solo los verdaderos pandilleros podían llevar y mostrar a quienes estuvieran en frente, con señas y juegos de manos para “rifar el barrio”.
'La onda'La película comenzaba con el retorno de “Miklo” a la ciudad de Los Ángeles, donde su mamá lo recibía después de que el joven rebelde de 17 años le recetará una paliza a su papá.
Ahora en su nuevo hogar, tendría que vivir en casa de su tía en compañía de sus dos primos del alma, “Paco” y “Cruzito”, con quienes debía defender su calle del temible grupo rival de los Tres Puntos.
La transición de la película es rápida y luego de que el problemático “Miklo” asesinara a “Spider”, líder de la banda contraria, es condenado a purgar su pena en la prisión de San Quintín, donde se da cuenta que todo gira alrededor de algo conocido como “la onda”.
Esa frase en la película se define como el propósito final y supremo de las pandillas y luego fue adaptado como un saludo en las calles de las ciudades más importantes de Honduras.
“Miklo” conoce a “Montana”, líder de los Vatos Locos en el presidio, con quien toman el control absoluto luego de perpetrar un par de crímenes en ese lugar, mientras en la calle “Paco” se regenera convirtiéndose en policía y “Cruzito” se ahoga en las drogas.
De película a cultoTraiciones, asesinatos y una guerra entre pandillas se desarrolla durante toda la película.
En Honduras comienza una riña entre los conocidos “Cholos”, a semejanza de los Vatos Locos, y los rockeros (jóvenes contrarios), convirtiéndose al final en un aporte negativo de la cinta para la débil sociedad que no entendía el largometraje.
Luego de la muerte de ”Montana” (el mero, mero) y en un afán por detener “la onda”, las autoridades americanas dispersan a los líderes de las pandillas por diferentes cárceles del país, sin visualizar que con esta determinación expandían al grupo a sectores donde aún no conocían de esta nueva iniciativa conocida como maras.
Situación similar ocurrió en el país: Jóvenes de todos los barrios y colonias fueron reclutados, sin un fin claro, con más ganas de divertirse que de delinquir, aunque a los pocos años todo se salió de control y, como en la película, “la onda” se apoderó de toda Honduras.
El filme fue un éxito en el país, los jóvenes la rentaban en VHS y los grupos comenzaron a surgir.
Las deportaciones traían de los Estados Unidos a adolescentes que en esa tierra ya pertenecían a la mara MS-13 y que se encontraron con la moda de su ropa, su manera de hablar, su música pero sobre todo la falsa idea de que la familia es la mara y que por ella vale la pena vivir y morir.
En la retina de muchos jóvenes perdurará las malas enseñanzas de los tres Vatos Locos que quizá cambiaron la forma de pensar de una juventud entera y con los problemas sociales se convirtieron en la fórmula explosiva para pasar de una moda a un estilo de vida que hoy es sinónimo de muerte.