Tegucigalpa, Honduras
La Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA) es una de las instituciones culturales más cargadas de historia, de arte y de riqueza patrimonial, material e inmaterial, en el país. Ese tesoro se encuentra hoy doblemente amenazado. Por un lado, la indiferencia gubernamental cuya única política es dejar que la humedad se coma este tipo de instituciones; por otro, la mediocridad de su personal directivo y de buena parte del personal docente, con todos sus efectos insalubres.
Como medida de salvación, el crítico de arte Carlos Lanza propone repasar la trayectoria de la ENBA, desde su fundación hasta su consolidación (1940-80), convencido de que hurgando en el pasado quizá encontremos claves de regeneración. Así nos lo hace ver en esta entrevista realizada en vísperas de la publicación de su nuevo libro consagrado a la ENBA, un acariciado proyecto que inició hace 15 años.
¿Por qué escribir un libro sobre la ENBA?
Este libro surge como parte de un proyecto de investigación en la asignatura de Estudio Dirigido, materia que lastimosamente desapareció del plan de estudios y que era esencial para fomentar la investigación en los estudiantes. Allí detecté que la ENBA tenía una historia maravillosa, fue tan impactante su presencia en la cultura nacional que, al empezar a escribir sobre la institución en sí, me di cuenta de que era posible intentar reconstruir el andamiaje cultural de la época, o por lo menos de los 40 años (1940-1980) en los que delimité el tiempo y espacio de esta investigación. La escuela fue fundada en 1940 con Arturo López Rodezno a la cabeza, surge precisamente en el momento de consolidación de la dictadura de Tiburcio Carías Andino, pero 40 años después, en la década de los años ochenta, tuvo un contrapunto totalmente diferente y su acción estética y política se orientó a negar toda forma de dictadura, incorporándose desde su cuerpo directivo, docentes y alumnos a la lucha por la libertad y democracia en Honduras y Centroamérica. Todo esto me pareció intelectualmente apasionante y durante 15 años me dediqué a darle forma a este trabajo que hoy se edita en la Editorial Universitaria, con el apoyo de Evaristo López Rojas y Carlos Ordóñez.
La Escuela fue fundada en el marco de la dictadura cariísta, ¿cómo se explica un hecho tan singular?
El surgimiento de Bellas Artes no fue un hecho casual, desde el punto de vista pedagógico se inscribe dentro de la necesidad de forjar una escuela de artes aplicadas que satisficiera la demanda social de artesanos que exigían una formación especializada, pero desde el punto de vista político, la dictadura necesitaba una institución que mostrara su cara sensible dentro de un régimen bárbaro, intolerante y represivo; durante la dictadura, la ENBA fue visita obligada para todo funcionario o diplomático que llegaba al país. Por otro lado, el surgimiento de la ENBA tuvo una coincidencia histórica: empalmó perfectamente con la política del “buen vecino” impulsada por Franklin D. Roosevelt, que tenía como uno de sus componentes el apoyo a los procesos culturales en América Latina como contraparte de su política guerrerista, por esa razón, las relaciones entre la ENBA y la Embajada Americana fueron muy estrechas en ese período. Por su importancia, esta parte aparece desarrollada en el libro como un capítulo especial.
Cuando usted analiza la naturaleza de los primeros planes de estudio deja ver que la Escuela se movió en una ambigüedad: por un lado, quería formar artesanos, pero por otro, sentía la necesidad de forjar la carrera de artistas. ¿Cuál de esos modelos resultó imperante? ¿A qué modelo de enseñanza se aferra hoy en día la ENBA?
Desde sus inicios la Escuela se propuso sustituir la importación de productos manufacturados, su misión y su visión lo dejan claro, con un propósito de esta naturaleza era normal que el plan de estudios hiciera énfasis en la formación de tipo artesanal, pero Arturo López Rodezno había pasado un período en Francia antes de ser nombrado director y trajo la idea de formar una academia con una función más elevada como es la de formar artistas, por eso introduce en el plan de estudios asignaturas que despertaran la sensibilidad por producir obras de naturaleza artístico-plástica. Este dilema ha cruzado la historia de los planes de estudio de la ENBA; al final, con la última reforma educativa propiciada en el gobierno de Porfirio Lobo Sosa, el proyecto se decantó hacia una formación de tipo artesanal. Bellas Artes, hoy en día, es una escuela de artesanos con la diferencia de que los artesanos de los años cuarenta eran envidiables.
Llama la atención que durante mucho tiempo la Escuela haya sido considerada la “rectora de la cultura en el país”. ¿Cómo ocurrió ese proceso y en qué momento la ENBA perdió ese escalafón?
La historia de esta Escuela es impactante, al ser única en su género, al ser la “perla” de la dictadura y estratégica para la política del “buen vecino” de los EE UU, la ENBA recibió un gran apoyo nacional e internacional, el libro establece el grado de influencia que tuvo Bellas Artes en esa coyuntura, es impresionante como alrededor de esta Escuela se nucleó todo el mundo cultural de la época; lo mismo sucedió en los años ochenta, convirtiéndose en un gran referente de la cultura alternativa en la plástica, la música, el teatro y la literatura, por esta razón se le llamó “la rectora de la cultura nacional”. A mi juicio, este proceso se desnaturaliza a partir de los años 90 cuando cambia el contexto político-cultural y el modelo neoliberal se impone por encima de la formación humanista.
Recientemente, el fuego consumió el Museo Nacional de Brasil. Antes las llamas habían reducido a cenizas la biblioteca de Sarajevo. “El nombre la rosa”, la célebre novela de Umberto Eco, acaba con el incendio de una gigantesca biblioteca quemada por el fanatismo que prefiere las llamas al conocimiento. El Museo del Hombre también fue devorado por el fuego. ¿Qué incendio consume hoy en día a la ENBA?
El incendio que consume a Bellas Artes es la mediocridad, es una escuela sin visión y sin pasión a pesar de que aún hay docentes muy buenos, hace tiempos definí a la ENBA como una escuela de trazo muerto y lo sigo sosteniendo. Por la gran historia de que está revestida, la ENBA no merece consumirse en este fuego de desidia que hoy la devora; sobre las cenizas de lo que ha quedado habrá que refundar la gran Escuela con la que soñó Pablo Zelaya Sierra. El cuerpo docente tiene la gran responsabilidad de generar un gran proyecto reformador y luchar por él, la comunidad de la ENBA necesita abrirse paso ante una Secretaría de Educación que hasta ahora ha demostrado que no comprende ni le interesa comprender la naturaleza académica de una de las instituciones que más prestigio le ha dado a Honduras, por eso este libro busca recuperar la memoria perdida, para que las nuevas generaciones se den cuenta de la grandeza de la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Queda pendiente la sistematización de todas las reformas académicas que se dieron en la ENBA desde 1993 hasta la fecha, esa investigación es urgente y necesaria porque de la lectura crítica de esas reformas se puede formular el verdadero plan de estudios que necesita la ENBA y, a partir de allí, redefinir su nuevo perfil administrativo. En este momento solo hay una persona que puede conducir esa investigación, me refiero a la profesora Lucy Ondina Martínez, ella tiene la lucidez y la capacidad de emprender este trabajo, ella, en el campo pedagógico, es la imagen de lo que debe ser un buen docente en la ENBA, hay otros docentes comprometidos, pero no hay un liderazgo que los cohesione, esperemos que el incendio no los consuma.
Carlos Lanza nos abre las puertas de la ENBA
Bellas Artes tiene una historia que habla de un pasado glorioso, pero algo pasó, sus columnas sostienen algo que ya no existe; la próxima obra literaria del crítico de arte abordará este legado
29.09.2018
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