TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Carlos Villagrán es un fenómeno en sí mismo, con su entrañable Kiko dio un giro radical a la comedia blanca. Su fórmula se alimenta de los ecos de los 70, el surrealismo cotidiano y el humor más básico, pero satírico. Es un comediante “como los de antes”.
Y en esta conversación surreal habla del pasado, sus añoranzas y sobre una vida, la suya, que gira entorno a la familia, su público y el arte de la hilaridad. Si algo nos queda claro, es que junto a él sobran los motivos para reír.
Desde 1973 usted es el eterno niño de la cultura popular, ¿cómo ha logrado mantener ese espíritu?
Esa es una gran verdad y, claro, todos llevamos a un niño dentro. Te puedes topar con gente que le molesta que abras o no la ventana o que si hace frío o calor, a ese tipo de personas todo les molesta, y en realidad, no tienen un niño adentro. En cambio nosotros nos vamos a acoplar a todo y el niño te puede ayudar a todo. Es más te puedo poner un ejemplo, aunque seas adulto tú vas y compras una videocasetera o bien un teléfono y eso sigue siendo un juguete para ti; tiene miles de botones y cosas y estás alimentando el niño que traes adentro.
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¿Siente nostalgia por la época dorada de “El Chavo del 8”?
Sí y no. La disfruté muchísimo, por su puesto, pero hay una canción de Juan Gabriel que dice: ‘Dios perdona, pero el tiempo no’. Entonces, tenemos que estar conscientes del tiempo y que tenemos que seguir adelante, y con lo que me siguen regalando pues estoy muy conforme. Prefiero ver el lado positivo y no el negativo. La vida te va moldeando.
En su momento, ¿qué significó para usted el veto de Emilio Azcárraga?, ¿consideró una caída en picada?
Kiko se les fue arriba en popularidad y eso bastó para que las envidias, el egoísmo, el celo artístico y profesional hicieran trizas al grupo. Pero yo tenía que seguir trabajando y lo hice. Dios es muy grande, siempre tuve trabajo. Bueno, te cuento una anécdota... una vez, estando el elenco en los vestuarios de los futbolistas, adaptado en camerinos, del estadio nacional de Chile - había 120 mil personas-, la gente comenzó a zapatear en el piso haciendo un boom escandaloso, y gritaban: ¡Kiko!, ¡Kiko, ¡Kiko!... y yo con mucha pena agachaba la cabeza y le pedía a Dios que nombraran a otro. Ahí, para romper el hielo, don Ramón dijo (con su voz grave): ”un día va a tirar un estadio este cachetón”. De ahí, se fueron juntando varias cositas hasta que me sacaron del programa.
Y en ese instante, a su salida de la vecindad en el 78, ¿qué pasaba por su mente?
Dije una frase nada más: ¡Ah caray!, me quedé sin trabajo... y empecé a buscar. Lógicamente estaban interesados Venezuela, Argentina y Chile. Quien me acogió inmediatamente fue Venezuela, donde viví ocho años y medio. En Argentina permanecí 11 años y luego tres años en Chile y en Brasil... ¡estuve por todo el mundo! Me fui haciendo, poco a poco, ciudadano del mundo.
Ahí, en Venezuela logró despuntar con varias comedias...Sí, hice “El niño de papel”, “Federrico”, “El nuevo show de Federrico”, “Kiko Botones”, “El día del juicio”. De hecho, varios, me quedé casi nueve años.
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Y de todos esos programas en los que participó, ¿cuál es el más entrañable?
“El Chavo del 8”, en definitivo... (hace una pausa).
Hábleme del detrás de Kiko, ¿fue un proceso?
Nunca fue un proceso. Te diré que desde niño inflaba los cachetes. De hecho, tenía un tío cachetón; mi papá me llamaba y me decía: ‘hijo, háblales como tu tío el Chapera (un seudónimo cariñoso)’ y supuestamente yo lo imitaba y se reía de mí. En ese entonces, me caía mal mi papá. Cuando se es niño hay complejos pues cae mal que te obliguen a hablar y que se rían de ti. Sin embargo, al final, fue mi modus vivendi: Kiko, y así lo apliqué. “El Chavo del 8”, en un inicio, no era un programa, era un sketch de 10 minutos y ahí hice de niño. Me fui a vestuario y encontré el traje de marinerito y me puse una gorra; baje con Chespirito y le pregunté: ‘¿quieres que hable como niño o que te hable así con los cachetes?’ A lo que respondió: “no, con los cachetes” y ahí nace Kiko.
¿Qué hay de los sonidos guturales?
Pues esos ni yo sabía que los hacía, hasta que una vez, había un perico y trate de decirle ‘burro’, pero lo hice “cotorreando’, como ellos. En los primeros episodios de “El Chavo del 8”, Enrique Segoviano -director del programa- me decía: La Chilindrina llora con un eh, “eh, eh, eh”, el Chavo con “pipipipipí”, ¿cómo va a llorar Kiko?’. ‘Yo tengo un sonido gutural’ dije, y él dijo ‘sí, me gusta’. Así que Segoviano fue el de esa idea. Así se quedó el llanto de Kiko.
Siempre rememorando, en incontables ocasiones se ha referido a Don Ramón (Ramón Valdés) como su amigo...No solo fue un amigo, fue mi mejor amigo y el mejor de la vecindad. Extraño todo de él, muchísimas cosas. Era muy simpático, agradable, muy humano y aprendí demasiado de él. Dejó una huella.
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De los casi 300 programas de “El Chavo”, ¿cuál hace eco en su memoria?
Todos, todos tienen un pedacito de algo. La gente, claro, tiene sus clasificaciones como, por ejemplo, los de Acapulco. Fue la primera vez que salimos de la vecindad. El hotel era de Emilio Azcárraga el dueño de Televisa; él nos dijo: ‘vayan a hacer un programa allá’. Lógico, significaban ganancias.
Por otra parte, ¿el fracaso es una escuela?
Hay que aprovechar los fracasos, porque los fracasos te enseñan a levantarte otra vez. Es más, están en el libreto cuando naces.
¿Podría aceptar un fracaso a estás altura?
Por supuesto. Me levanto y otra vez me levanto. Un día me dijo Dios: ‘te quieres quedar en el muro de los lamentos o lo brincas’. Le dije: ‘Lo brinco señor’.
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Hábleme de esta etapa circense.
Siempre fue etapa circense. Siempre me llamaban para diferentes circos y casi todos, en su mayoría, le ponían ‘el circo de Kiko’, como imán. Es decir, yo no sé cuánto cuesta una carpa, cómo se levanta, ni cómo se traslada, ni nada pero estoy ahí. He trabajado en todo tipo de escenarios, de fútbol, de béisbol, coliseum, estadios, teatros, y más que otra cosa, circos.
Su efecto ha sido multigeneracional, al punto de que los centennials actuales lo reconocen, ¿así lo percibe?
Creo que marcamos a cuatro o cinco generaciones. Bueno, de hecho, cuando estoy en el circo pienso en que los niños de estas últimas generaciones ya no me conocen o que van a estar aburridos, pero me abrazan y me dicen: “¡Kiko es mi personaje favorito!” y una cantidad de cosas muy lindas. Me quedo como ‘¡órale!’. La gente me ha tratado de maravilla.
A sus 78 años invariablemente se enfrenta a críticas por continuar sobre los escenarios, ¿cómo lidia con ello?
No les contesto; al contrario les digo que pongan lo que ustedes quieran, yo no me voy a meter con nadie. Es la opinión de terceros y la tengo que respetar, yo debo seguir adelante con lo que me toque seguir.
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