Su “doctora Paula”
TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En 1999, llevé la primera exposición de arte hondureño contemporáneo a Roma, Italia, bajo el patrocinio de Galería Portales que dirigía doña Bonnie de García y la Embajada de Honduras en aquel país.
Al llegar a Roma me entrevisté con Juan Manuel Posse, que fungía como agregado cultural; entre otras cosas, le pregunté por David Suazo, quien proveniente del Club Olimpia había sido contratado por el Cagliari, con poco interés me respondió: “Una vez lo atendí, él andaba solicitando unos papeles para acordar un permiso de trabajo”, lo interrumpí y le dije emocionado: “Pero hablaron de su éxito futbolístico”, y su respuesta fue lapidaria: “No hablamos de ese tema, usted sabe amigo que yo no admiro a los hombres que tienen el talento en los pies”.
Chelato tenía claro esto, por eso siempre motivaba a sus jugadores a que leyeran o estudiaran, muchos lo hicieron.
Él decía que si un jugador era profesional sería más seguro de sí mismo y nunca enfrentaría a un contrincante en un estado de inferioridad mental.
Allan Núñez sostiene que Uclés al haberse formado en una escuela de entrenadores argentinos, adquirió una visión cosmopolita que iba más allá del fútbol, un ejemplo claro de ello son Menotti y Valdano, el primero técnico, el segundo periodista deportivo, ambos intelectuales.
Chelato construía pensamiento cuando dirigía. Sus noches de desvelo descifrando su táctica y estrategia, hacían parte de la misma obsesión del científico que en su laboratorio no descansa hasta alcanzar la perfección de una fórmula.
Él era consciente que el talento de un futbolista no podía reducirse a sus pies, por eso su escuela fue humanista, culta, el jugador debía ser un estratega de su propia vida, un hombre que se amara integralmente.
Cuando sus jugadores le llamaban “maestro” no era solo por sus conocimientos técnicos sino por su alta cultura. José de la Paz Herrera fue un pensador en todo el sentido de la palabra.
Una vez lo saludé en el Parque Central, iba con su prisa nerviosa y lo abordé, creí que solo me saludaría y seguiría de paso, pero no fue así, se detuvo a platicar, me preguntó dónde trabajaba, le dije que en Bellas Artes, fue en ese instante que le pregunté por qué había convocado al indio Urquía para el proceso del Mundial de 1982, la respuesta fue la de un intelectual: “Pues mire, usted trabaja en una escuela de arte y me va a entender, yo lo convoqué por su gran movilidad en el espacio, la movilidad de Urquía es como la rapidez de la pincelada de los pintores impresionistas, Urquía ganaba el espacio como Monet lograba el espacio con el color”. Quedé sorprendido y lo abracé; la metáfora entre Jorge Urquía y Monet fue demasiado para mí, supe que estaba frente a un fino conocedor.
Chelato Uclés ha sido el único técnico hondureño al que le escuché hablar de Juan Ramón Molina, de García Márquez, de Saramago, de Shakespeare, de Dostoievski, de Valle Inclán, había leído “El arte de la guerra”, de Sun Tzu, un compendio de estrategia y táctica, gustaba de la música clásica, conoció la historia de las dos guerras mundiales, admiraba a Napoleón; por eso, cuando el Mitch destruyó su biblioteca, lloró amargamente, no solo por los videos deportivos que perdió, sino por el tesoro cultural que se había llevado el río.
Dos grandes hombres que eran casi vecinos perdieron sus bibliotecas ese mismo día: José de la Paz Herrera y el gran escritor Juan Antonio Medina Durón, ambos buscan sus libros en algún lugar del universo.
El maestro fue un estratega del fútbol y un arquitecto del pensamiento, hombre estricto, disciplinado, diría yo, pero amoroso; hizo del campo de juego el mapa de Honduras, amó cada centímetro de la cancha como amó el territorio nacional. Fue utilizado políticamente pero él no utilizó a nadie.
Admiré al técnico pero me quedo con el gran humanista.
Al llegar a Roma me entrevisté con Juan Manuel Posse, que fungía como agregado cultural; entre otras cosas, le pregunté por David Suazo, quien proveniente del Club Olimpia había sido contratado por el Cagliari, con poco interés me respondió: “Una vez lo atendí, él andaba solicitando unos papeles para acordar un permiso de trabajo”, lo interrumpí y le dije emocionado: “Pero hablaron de su éxito futbolístico”, y su respuesta fue lapidaria: “No hablamos de ese tema, usted sabe amigo que yo no admiro a los hombres que tienen el talento en los pies”.
Chelato tenía claro esto, por eso siempre motivaba a sus jugadores a que leyeran o estudiaran, muchos lo hicieron.
Él decía que si un jugador era profesional sería más seguro de sí mismo y nunca enfrentaría a un contrincante en un estado de inferioridad mental.
Allan Núñez sostiene que Uclés al haberse formado en una escuela de entrenadores argentinos, adquirió una visión cosmopolita que iba más allá del fútbol, un ejemplo claro de ello son Menotti y Valdano, el primero técnico, el segundo periodista deportivo, ambos intelectuales.
Chelato construía pensamiento cuando dirigía. Sus noches de desvelo descifrando su táctica y estrategia, hacían parte de la misma obsesión del científico que en su laboratorio no descansa hasta alcanzar la perfección de una fórmula.
Él era consciente que el talento de un futbolista no podía reducirse a sus pies, por eso su escuela fue humanista, culta, el jugador debía ser un estratega de su propia vida, un hombre que se amara integralmente.
Cuando sus jugadores le llamaban “maestro” no era solo por sus conocimientos técnicos sino por su alta cultura. José de la Paz Herrera fue un pensador en todo el sentido de la palabra.
Una vez lo saludé en el Parque Central, iba con su prisa nerviosa y lo abordé, creí que solo me saludaría y seguiría de paso, pero no fue así, se detuvo a platicar, me preguntó dónde trabajaba, le dije que en Bellas Artes, fue en ese instante que le pregunté por qué había convocado al indio Urquía para el proceso del Mundial de 1982, la respuesta fue la de un intelectual: “Pues mire, usted trabaja en una escuela de arte y me va a entender, yo lo convoqué por su gran movilidad en el espacio, la movilidad de Urquía es como la rapidez de la pincelada de los pintores impresionistas, Urquía ganaba el espacio como Monet lograba el espacio con el color”. Quedé sorprendido y lo abracé; la metáfora entre Jorge Urquía y Monet fue demasiado para mí, supe que estaba frente a un fino conocedor.
Chelato Uclés ha sido el único técnico hondureño al que le escuché hablar de Juan Ramón Molina, de García Márquez, de Saramago, de Shakespeare, de Dostoievski, de Valle Inclán, había leído “El arte de la guerra”, de Sun Tzu, un compendio de estrategia y táctica, gustaba de la música clásica, conoció la historia de las dos guerras mundiales, admiraba a Napoleón; por eso, cuando el Mitch destruyó su biblioteca, lloró amargamente, no solo por los videos deportivos que perdió, sino por el tesoro cultural que se había llevado el río.
Dos grandes hombres que eran casi vecinos perdieron sus bibliotecas ese mismo día: José de la Paz Herrera y el gran escritor Juan Antonio Medina Durón, ambos buscan sus libros en algún lugar del universo.
El maestro fue un estratega del fútbol y un arquitecto del pensamiento, hombre estricto, disciplinado, diría yo, pero amoroso; hizo del campo de juego el mapa de Honduras, amó cada centímetro de la cancha como amó el territorio nacional. Fue utilizado políticamente pero él no utilizó a nadie.
Admiré al técnico pero me quedo con el gran humanista.