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Las elecciones de 1923: crisis política e intervención

“La guerra de tres meses dejó huellas de odio y dolor canalizado”

16.01.2019

Tegucigalpa, Honduras
Del 26 al 30 de octubre de 1923 se celebraron las elecciones presidenciales de Honduras en un ambiente de hostilidad propiciadas por un régimen político centralista y las confrontaciones entre las distintas facciones organizadas. El Partido Nacional Democrático postuló al caudillo Tiburcio Carías Andino, quien obtuvo 49,953 votos; mientras que el Partido Liberal llegó dividido en dos facciones, una liderada por el expresidente Policarpo Bonilla y otra por Juan Ángel Arias, el resultado de los sufragios les dio 35,474 y 20,839, respectivamente. Al no sacar el 50% más uno de los votos el candidato Tiburcio Carías, el escenario político se volvió tenso entre acusaciones de violencia y conspiración.

En el Partido Liberal, la facción de Juan Ángel Arias intentaba negociar con Carías Andino las magistraturas de la Corte Suprema de Justicia, situación que provocó los señalamientos de los otros grupos del partido, y Policarpo Bonilla decidió no ceder a ninguna de esas estrategias con el argumento de no prestarse a propiciar la derrota de su partido.

El 10 de enero de 1924, el embajador de Estados Unidos, Franklin Morales, reúne en su sede diplomática a los tres candidatos, tras varias horas de deliberaciones termina el encuentro sin resultados. Posteriormente, el 12 de enero, el candidato del Partido Nacional, Tiburcio Carías, lleva una propuesta a Morales consistiendo en nombrar a nueve designados y que el Departamento de Estado eligiera uno de ellos para que asumiera provisionalmente. La respuesta de la embajada seis días después fue negativa, argumentando tras comunicación del secretario de Estado Hughes: “La elección de un presidente o designado debe ser hecha solo por los hondureños”.

Finalmente, llegó el 31 de enero sin posible negociación ya que el 1 de febrero, según la constitución, era el día de la toma de posesión, ese mismo día Tiburcio Carías salió al oriente del país a reagruparse con sus seguidores en el automóvil de Julio Villars. El 1 de febrero, líderes regionales del Partido Liberal se levantaron en armas contra el gobierno, mientras Tiburcio Carías se levantó en armas en la frontera con Nicaragua, pero sus posibilidades contra el régimen eran adversas.

Sería la rebeldía de varios generales “liberales” como Vicente Tosta Carrasco y Gregorio Ferrera lo que quebrantó al régimen que dirigía Rafael López Gutiérrez (falleció por enfermedad durante la contienda) y el ministro Ángel Zuñiga Huete. Hacia mediados de marzo, casi todas las ciudades estaban en manos de la alianza rebelde, menos la capital. Esta última sufrió el asedio de 45 días que causó la muerte de cientos de personas, incluyendo civiles desarmados.Estados Unidos mantuvo niveles de injerencia para llegar a acuerdos con los frentes de batalla, sus buques de guerra se convirtieron en lugares de negociaciones y desembarco de tropas, como sucedió el 18 de marzo en que 200 marines llegaron a Tegucigalpa, desatando el repudio de los intelectuales, como Froylán Turcios quien publicó el “Boletín de la Defensa Nacional” para protestar enérgicamente contra la injerencia imperialista.

La guerra de tres meses dejó huellas de odio y dolor canalizados a través de las clientelas partidarias que en los siguientes contextos impusieron formas de gobierno tuteladas por las injerencias del Departamento de Estado y el autoritarismo interno. Los reductos de estas imposiciones alcanzan nuestro tiempo, como regresiones marcadas por la violencia y la farsa.