Tegucigalpa, Honduras
“Podemos darnos perfecta cuenta de que el ojo no solo sirve para proporcionarnos imágenes presentes en nuestro exterior, sino que, con el acto de la percepción, hay algo que surge en nuestro interior que es capaz de un desarrollo independiente por sí mismo”.
Konrad Fiedler
En junio de 2009 me encontré con la obra de este joven artista, estuve cerca de la muestra que bajo el nombre de “El temporal” expuso en el Museo del Hombre Hondureño. Su trabajo motivó un artículo que titulé “Las claves visuales en la obra de Luis Landa”, en el que intentaba explicar los mecanismos técnicos y conceptuales de su obra, no era fácil si tomamos en cuenta que su estrategia de representación apenas dejaba huellas o marcas del mundo de las referencialidades.
En ese momento su trabajo ya se decantaba hacia la abstracción, pero aún dependía de la representación. En “Proposiciones abstractas” toma una decisión radical: abandona las acostumbradas referencias y traslada la percepción al mundo visual de la abstracción. Si en el 2009 esta propuesta se configuraba como insinuación, en el 2015 se estructuró como afirmación.
La obra se inscribe dentro de una vertiente que encontró en la materia pictórica su sentido de ser; su única referencialidad reside en los signos que nos proporcionan el trazo y la luz.
El valor de estas obras está más allá del ejercicio pictórico, la propuesta de Landa importa porque en el fondo es un reto, pintura desafiante que va a contracorriente de la pintura “realista” o simbólica que abunda en significaciones que muchas veces se mueven en el límite de cansadas descripciones.
La obra de Landa ama la superficie, ella se abre por sus rendijas de luz para invitarnos a un viaje interior, en este descubrimos lo que no vemos; nos deslizamos desde la superficie hacia zonas desconocidas que alteran nuestra certidumbre de lo real.
Existe una enorme presión para que esta pintura sea sometida a las matrices culturales que ofrecen los significados sociales; es así porque la pintura hondureña ha sido la gran presentadora de la imagen del conflicto social y político, pero el arte nos da la posibilidad de trascendencia que algunos artistas, como Luis Landa, saben aprovechar en beneficio de la cultura y del propio imaginario social.
Es difícil establecer conexiones sociales o simbólicas en “Proposiciones abstractas”, cualquier propensión de este tipo solo forza la realidad, en verdad, la realidad de esta pintura no es exterior, sus genes de significación están en su propia materia y disposición visual, el ser de esta pintura es la pintura misma, a partir de allí podemos sugerir un universo de significaciones que pueden moverse en el campo de lo sensorial, lo introspectivo o lo metafísico.
El ser humano no es el ojo es, en dado caso, la sensibilidad que dota al ojo de una luz profunda que sobrepasa los límites de lo inmediato y se instala en esa zona del espíritu que exige un redescubrimiento del ser, es decir, de lo esencial.
¿Es pintura la obra de este artista? En el plano material sí; es tela, óleo y cordones plásticos de color, pero tocado por la esencia de esta pintura, estoy tentado a decir que su obra es un camino, un método para sondear las realidades que el ojo domesticado oculta.
Tenemos una concepción alienada de lo que llamamos real, nuestro mundo real se ha transmutado en la experiencia más irreal, esta pintura se abre en líneas y colores para visualizar acordes de luz que viajan en direcciones horizontales como quien escribe un texto para ser leído en silencio, sin el ruido social que perturba los sentidos y el alma; no estamos ante un artista que evade el dramatismo de su existencia, estamos, como dije antes, ante el desafío de un creador que pide al igual que el poeta Vallejo, un piano de música que viaje hacia adentro porque esta nueva armonía quizá sea el exorcismo que libere nuestro ser de la asfixiante contaminación que nos ofrece este mundo poblado de realidades absurdas.
La impecable realización de estas obras nos seduce a realizar un viaje por la piel de la imagen, ¿qué encontramos en esto que por pura convención llamamos pintura?, lo primero; una impecable realización formal, aquí la tela existe en una unidad total con el color; las obras de “Proposiciones abstractas” son soportes de color que nos ofrecen la más rigurosa bidimensionalidad, toda pintura por disposición genérica es bidimensional, pero en este caso es conceptual, es el antes y el después de la pintura, es la materia y la sensibilidad, el reverso y el anverso de la realidad, lo tangible y lo intangible; realidades en dos dimensiones que al final se funden en el ojo y en el alma.
Cada obra de Landa abre un enigma, una interrogante que solo se resuelve en el deseo de ir en búsqueda de algo, ese algo es el cuerpo de la pintura, metáfora de nuestros anhelos y deseos, de certidumbres e incertidumbres, de paradigmas y transgresiones; cuando más cerca estamos de esta pintura, más se aleja y nuevamente surge el deseo de poseerla; cuerpo que se revela, cuerpo que se oculta, dialéctica del deseo.
Cuando la materia de estas obras tiene como punto de partida y punto de llegada la materia visual que las realiza, no queda más que ver en ellas ese urgente deseo de transformarnos a partir de nuestra propia dimensión de seres humanos, ¿no es la superación de esta fragmentación, el camino que nos lleva a recuperar la identidad perdida dentro de este sistema de cosas que llama “realidad” a las objetivaciones más irracionales?
Los “Fenotipos” nos ofrecen cierta regularidad en su forma y color, pero, lejos de construir una morfología dentro de características comunes, encuentran una identidad propia y única, quizá ese sea el sentido de nuestra propia existencia: alcanzar nuestra propia dimensión en la diversidad.
Vivimos bajo la urgente necesidad de reinventarnos; la reinvención de la mirada es al mismo tiempo una necesidad de reinventar un mundo que hace mucho tiempo volvió caduco su universo de significaciones; de las zonas vacías podemos alcanzar nuevas visiones, pero estas ya no serán el producto de una realidad preestablecida sino renovada por la pausa, el silencio y la reflexión; condiciones ausentes en la realidad actual y tan necesarias para ver realidades trascendentes como las que propone el arte de Luis Landa.