Pablo Zelaya Sierra nació en Ojojona, Francisco Morazán, pero fue un hombre universal. Un artista que además de talento tenía un espíritu inquieto, que lo llevó a ponerse al lado de grandes figuras de la plástica mundial.
La vida del pintor dio un vuelco el día que ingresó a la Escuela Normal de Varones, en 1911, y un segundo vuelco, cuando se fue para España, en 1920.
Cuenta el crítico de arte Allan Núñez que el ojojonense era un caso excepcional, puesto que fue admitido sin haber tenido un título de educación primaria.
Y aunque sus años en Honduras tuvieron su gran importancia, fue su llegada a España lo que potenció todo el saber, la creatividad, la inquietud, la ambición y la grandeza del pintor.
La España de Pablo...
Si bien Honduras desde la Independencia ha sido un territorio de disputas, políticas fallidas y desorganización; España, aunque un escenario diferente, también adolecía sus realidades. La España que conoció y vivió Pablo Zelaya Sierra atravesaba un período social y políticamente de cambios.Dice el crítico de arte Carlos Lanza que “la España que Pablo conoció luchaba por volver a ocupar un lugar en el mundo pero sin sus ínfulas de volver a ser un imperio. La literatura y el arte expresaban la necesidad de una España moderna, de cara al futuro y al progreso, dejando a un lado la cultura del lamento, a este movimiento social que encarnó una filosofía se le llamó Regeneracionismo.
Las vanguardias artísticas de principios del siglo XX empalmaron con el nuevo espíritu español y en ese contexto se movió el interés artístico y estético del maestro Pablo Zelaya Sierra... La modernidad artística española fue la gran respuesta a sus inquietudes estéticas pero sin olvidar las lecciones de los clásicos”.
El mismo Zelaya Sierra lo dejó escrito en “Apuntes a lápiz” -el texto que preparó a propósito de una exposición que realizaría tras su retorno a Honduras, y que no se hizo al sorprenderlo la muerte seis meses después-, ahí, el artista expresa: “Desde que principié mis estudios, tuve el angustioso problema de orientarme entre las distintas tendencias que, a mi espíritu, ofrecía el gran movimiento de arte moderno. Naturalmente, debí empezar, teórica y prácticamente, por el arte clásico, y distinguir lo sustancial y permanente de lo secundario y adjetivo”.
Ese Regeneracionismo, reseña Núñez, “será la idea que asumirán los intelectuales españoles durante el primer tercio del siglo XX”, y fue el ambiente que absorbió y discernió el artista hondureño.
Para 1922 Zelaya Sierra ya participaba en exposiciones en España, ese año exhibió dos paisajes en el Tercer Salón de Otoño de Madrid, y con una propuesta plástica “en diálogo no siempre apacible con la tradición artística oficial”, y ante un público anclado aún en las corrientes del siglo XIX, “las obras del hondureño o no se comprendían o se miraban con cierta sonrisa compasiva”.
Y aquí Núñez hace una acotación sumamente importante que pone en relieve la trascendencia de Zelaya Sierra en un contexto universal: “Solamente un destacado crítico de arte de la época, Juan Francés, dijo que aquellas obras le resultaban curiosas e interesantes y afirmó que Pablo Zelaya y Benjamín Palencia conformaban la modernidad y lo nuevo en la evolución de la pintura española.
Dos años más tarde, y a propósito de la participación de Pablo en la Exposición Nacional de Bellas Artes, Juan Francés redactó una crónica en donde sitúa al hondureño en las ‘tendencias avanzadas que en el caso de Zelaya es un poscubismo constructivo muy de la tendencia de la figuración geométrica de Vázquez Díaz’”.
Vivir el arte
Para Zelaya Sierra el cultivo de su vocación fue un imperativo. Expresa en “Apuntes al lápiz” que hace falta una vocación a toda prueba, como materia prima, “y después el cultivo de la vocación, en los grandes museos, en las bibliotecas de arte, en las visitas a las exposiciones, y complementando todo lo anterior con el estudio de la naturaleza. Así es como adquiere, el pintor, la cultura artística”.Explica Carlos Lanza que el cubismo fue una de sus escuelas, “pero esa mirada estructural de su pintura la encontró en Cézanne, los tonos de luz en el impresionismo y el gesto pictórico en el expresionismo, aunque su expresionismo no fue airado ni violento, más bien fue un recurso para darle expresividad a las formas.
Zelaya Sierra, aun cuando se acercó a las vanguardias, no dejó de ser un visitante de los artistas clásicos... En él podemos encontrar el gusto por los pintores renacentistas, por el barroco”. Lanza detalla que Zelaya Sierra es un pintor compacto, con una organización del espacio concebida con una lógica impecable, “esa forma de organizar los elementos y darles vida plástica en el espacio es cezanneana.
No puedo dejar de mencionar la influencia de Velásquez... la concepción del espacio de fondo en la obra ‘Las monjas’ tiene resonancias al manejo del espacio de Velásquez en ‘Las meninas’.
Sin duda, su concepción del paisaje estuvo determinada por la mano de su maestro Daniel Vázquez Díaz, fue este quien dijo que prefería los dos paisajes que Pablo había pintado de los alrededores de Toledo a toda la obra de Corot, el maestro del paisajismo francés. Estas son palabras mayores que necesitamos dimensionar para comprender la grandeza del maestro de Ojojona”.
Núñez refuerza el planteamiento de Lanza respecto a la marcada postura de Zelaya en referencia a la tradición, a lo clásico: “Si bien, sus obras forman parte de la vanguardia impulsiva y no programática que irrumpió en la España de la década del veinte, lo cierto es que con ellas no llega a dar la espalda a la tradición.
Insistimos en que su producción pictórica es el producto de una tensión entre dos impulsos históricos fundamentales: lo antiguo y lo moderno; la conservación del pasado y el llamado ineludible del futuro... Estudió muy bien a los clásicos, se formó en ellos, pero acabó siendo un convencido del cubismo... solo que su cubismo es muy distinto al de Picasso y Juan Gris, el suyo es un cubismo atemperado y suave”.
Siempre la muerte...
¿Qué hubiera sido del arte hondureño si Pablo Zelaya Sierra no hubiera muerto prematuramente? A criterio de Allan Núñez quizá su sola presencia “hubiese servido de eje vertebrador de un discurso artístico nacional. Su obra, tan inconfundible y original, pero de la que nadie hoy en día se reclama heredero, en el sentido zelayista del término, hubiese creado toda una escuela de seguidores. Su magisterio hubiera sido fundamental para las generaciones florecientes de artistas en el país. No lo sabemos”.Para Carlos Lanza también es difícil saberlo, pero piensa que “hubiésemos forjado una tradición temprana de la pintura hondureña, quizá nos hubiéramos ahorrado kilómetros de mala pintura aprendiendo de sus lecciones, creo, también, que nuestra modernidad pictórica hubiera aparecido con más lucidez y creatividad... Creo, además, que hubiésemos tenido una tradición donde el hacer artístico no fuera extraño al pensamiento estético o filosófico en el arte...”.