Tenía apenas ocho años y plena admiración por esos hombres y mujeres “que ayudan a los demás, se ponen en peligro y no por dinero”, sino por solidaridad.
Su respuesta se centró en dos momentos de su vida: la historia de cuándo su abuela salvó a toda su familia después de que la casa donde vivía tomara fuego y la visita de un grupo de bomberos al colegio San Miguel, donde estudió durante su adolescencia.
“Me impactó y me gustó”, confesó Reina, quizá pensando en aquel niño travieso que corría en el patio de Los Laureles jugando a los bomberos, a la lucha libre o simplemente escurriéndose debajo de las mesas cuando su padre o tío realizaban reuniones políticas.
-¿En qué momento de su vida dejó de lado ese sueño?
—“Nunca, en el fondo quisiera ser bombero”, contestó entre risas, que apenas duraron unos segundos. “Una vez me tocó atender un accidente”, mencionó, mientras se levantaba por una taza de café; no le puso azúcar ni nada que le quitara color o sabor, un gusto peculiar que adquirió desde los 10 años en la primera actividad política a la que asistió.
“Se llamaba Ricardo Zavala”, dijo, cuando por fin pudo recordar su nombre. Era un profesor de música y, por cosas de la vida, resultó ser el hijo del doctor que lo trajo al mundo un 14 de octubre de 1970. Fue en 1997, cuando él retornaba desde el Lago de Yojoa a Tegucigalpa, pero antes de entrar a la capital se topó con el accidente.
El busito en el que iba Zavala había impactado contra un camión con troncos; el accidente lo dejó inconsciente y con graves heridas: solo en su cráneo tenía 48 fracturas. “Yo hice lo que creí que era adecuado en ese momento, ayudar a alguien que lo necesitaba”.
Un corto silencio estremeció el porche de su casa en la famosa hacienda Los Laurales, el viento soplaba de forma sutil mientras su esposa, Daisy Rodas, quien estaba sentada a su lado, lo observaba atentamente.
Carlos Eduardo miraba hacia enfrente, pero su vista estaba concentrada en algo más, como si a su mente hubiese venido aquella imagen del accidente, cuando sacó a Zavala del carro y le salvó la vida.
Quizá fue en ese momento o años atrás, pero su recuerdo lo hizo entender que no necesitaba escudarse en un uniforme café para ayudar a los demás, porque su padre le había inculcado el espíritu de “solidaridad, de compromiso y lucha”.
De bombero a la política
A los 50 años, su sueño de ser bombero sigue intacto, como si esa respuesta que diio en televisión cuando era niño no hubiese sido nada apresurada. Sin embargo, ser descendiente de una familia política pesó más.Desde su tío bisabuelo, José María Reina; su bisabuelo, Antonio Reina Bustillo; su abuelo, Antonio Reina Castro; su tío Carlos Roberto Reina y su papá, Jorge Arturo Reina; Carlos Eduardo forma parte de la cuarta generación de políticos en su familia.
Pero nada de eso fue un motivo para obligarlo a seguir sus pasos, al contrario; de sus cuatro hermanos es el único que ha tenido cargos políticos, pero nunca uno de elección popular.
“Mi padre siempre fue de las personas que era su ejemplo lo que llamaba la atención, nunca me dijo tenés que ser político, nunca me dijo tenés que pensar así, sino que él discutía conmigo los temas y me hacía llegar a conclusiones por mi propio criterio”, aseguró.
En lecturas, conversaciones, viajes, cenas, encuentros, fiestas, todo era política; su vida giraba en torno a la realidad nacional, propuestas de campaña, propaganda y la historia de los familiares que más de una vez se opusieron a los gobiernos de turno, como el caso de su abuelo en el mandato de Triburcio Carias Andino.
Su amor por la política surgió a los 10 años cuando acompañó a su papá a una reunión a Ojojona, al sur de Francisco Morazán. A su memoria vienen todos los recuerdos de ese día, desde que Beto García, un fiel seguidor de los hermanos Reina, los llevó al lugar, hasta la taza de café que lo hizo entender de que en Honduras se producía el mejor aromático.
“Me gustó mucho y me dieron café sin azúcar. Fue mi bautismo en la política con café negro”, recordó, con temple relajada.
Para 1985 ya era experto haciendo engrudo para pegar afiches. La pared que está abajo del puente de Las Brisas todavía le recuerda aquellos tiempos en los que andaba por Tegucigalpa y Comayagüela escribiendo “vota Reina”, como parte de la propaganda para la candidatura de su tío.
Fue en 1991, cuando tenía 21 años, que obtuvo más responsabilidades al ser uno de los organizadores del primer encuentro nacional de alcaldes. “Mi padre había participado en la creación de la Ley Electoral como diputado y una vez aprobada se hizo el primer encuentro”, recordó.
Para ese año, Carlos Eduardo no solo se adentró en el mundo de la política, sino que en esos andares conoció a Lizzy Flores, su primera esposa y con quién tuvo dos hijos: Carlos Eduardo (27) y Sofía Isabel (22).
Tres años más tarde (en 1993), para las elecciones generales, recorrió toda Honduras junto a su tío en campaña electoral. Carlos Roberto Reina, conocido como “El Gallo colorado”, se movilizaba en helicóptero a muchos de los sitios, pero para llegar a las concentraciones su sobrino era quien lo transportaba.
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Durante las votaciones estuvo a cargo del centro de acopio de la colonia Nueva Esperanza, donde transportaban a los electores. Toda esa semana no pudo dormir bien, apenas y descansó, pero la prioridad era que su tío ganara la contienda. Y así fue.
El empresario y político contó que esa tarde toda su familia y algunos amigos cercanos se reunieron en los Laureles- la hacienda de la familia Reina que todavía mantiene las puertas abiertas, aún y cuando no tienen seguridad-, allí su padre les informó del triunfo rotundo.
Esa noche celebraron. Los liberales se juntaron en el Central Ejecutivo, luego salieron en caravana hasta el Parque Central “a saludar a Francisco Morazán”.
Ese fue uno de los momentos más emotivos para Carlos Eduardo Reina, quien se considera fiel defensor de la “democracia” y creyente de la “revolución”, palabras que la gente relaciona con el socialismo y comunismo, pero -según él- significan “cambio”.
“¿Quiénes eran los comunistas?, los que pedían cambio”, reafirmó con tono fuerte, cuando fue consultado sobre el sistema político en el que creía. Su esposa tampoco se quedó callada e incluso alegó que en Europa hay socialismo y que siempre se cuestiona a Cuba y Venezuela.
Una vida de oportunidades
Carlos Eduardo es el hijo menor de Jorge Arturo y Alicia García, pero también el más inquieto de sus cuatro hermanos.Estudió en el Instituto San Miguel pero terminó la secundaria en el Montesol. No obtuvo un título universitario, pero sí estudió dos años de derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
A los 21 años se casó y abandonó sus estudios. Se dedicó a trabajar y a apoyar a su familia en la política. Cuando todavía sostenía una relación con Lizzy Flores viajó a Estados Unidos para estudiar inglés.
“De allí me fui a España, tuve un trabajo en la Embajada de Honduras en España. Estudié como año y medio Ciencias Políticas, de allí me mandaron a Nueva Orleans de cónsul general, allí estuve del 96 al 98, y luego volví a Honduras, puse un par de negocios”, contó.
Al país volvió de forma definitiva en 1998 y dos años más tarde su primer matrimonio terminó completamente. En 2001 conoció a Daisy, su actual esposa, con quien también procrea dos hijos: José Eduardo (19) y Carlos Roberto (14).
Carlos Eduardo es amante de los libros que hablan sobre Francisco Morazán, pero “El León del Liberalismo” es la obra más recomendada. Para él, conocer del paladín centroamericano significa “valorar nuestra historia”, esa historia construida con lucha y sangre.
Durante su vida ha tenido la oportunidad de conocer a grandes personajes, sin embargo, su último encuentro con Fidel Castro es uno de los recuerdos más memorables.
Fue en 1995 cuando la familia vacacionaba en La Habana, Cuba. Fidel, quien era gran amigo de su padre, llegó a visitarlo. “Estuvo tres horas platicando con nosotros”, recordó. Todo lo grabó en video, incluso la parte en la que cargó a Carlitos -su primer hijo- quien nació en Estados Unidos, el país que en 2007 le canceló la visa por contrabando de personas.
Su vasta experiencia en la vida lo ha hecho un hombre crítico, libre y se considera “feminista”, al igual que su esposa. Su música predilecta es el rock, pero con sus hijos y una pareja a la que le encanta bailar, también escucha una que otra canción de reguetón.
Todos los días se levanta temprano para escuchar noticias y ver los foros o debates acompañados de una taza de café. Usualmente es muy activo en las redes sociales y en su tiempo libre le encanta estar en casa. Su esposa asegura que es un hombre “hogareño”, que de vez en cuando se le olvida reparar algunas cosas del hogar.
Es fiel seguidor del Barcelona, pero no juega futbol desde hace más de dos décadas cuando terminó en el hospital con los meniscos reventados.
“Iba en una carrera meteórica, casi como Ronaldo o como Messi y hasta allí llegué”, dijo mientras su esposa reía a carcajadas. “Las actitudes de deportista no se le dan a mi esposo”, afirmó.
Tiene más de 20 años trabajando en la política, la mitad de ellos en Partido Liberal y la otra parte en Libertad y Refundación (Libre). Considera que esa labor le ha dejado más pérdidas que ganancias, pues “se necesita vocación, algo que no todos tienen”.
“Yo acompañé a mi tío, Carlos Roberto Reina; a mi padre; a todos los dirigentes que ayudamos en el Partido Liberal; al presidente Zelaya; con Libre he venido once años construyendo este partido con los compañeros y no ha sido fácil”, confesó.
Del liberalismo a Libre
Carlos Eduardo se crio conociendo todo del Partido Liberal. Fue la primera institución política a la que perteneció desde que era niño hasta mucho después de ejercer el voto. E incluso, intentó “rescatarla” cuando la facción progresistas y la parte más conservadora del partido se dividió en dos.Desde pequeño siguió los pasos de su bisabuelo Antonio Reina Bustillo, quien fue uno de los fundadores de ese partido, mientras que su abuelo y padre, Antonio Reina Castro, y Jorge Arturo Reina, fueron presidentes.
“Yo fui liberal en resistencia hasta después de las primarias del 2012”, confesó Reina, quien casi tres años después del golpe de Estado en 2009 rompió con la tradición de más de tres décadas de liberales. No se convirtió en bombero, pero si acabó con el liberalismo en su familia.
“Yo organicé a los Liberales en Resistencia y apoyé a Yani Rosenthal, pero como no se pudo rescatar el Partido Liberal continué mi camino hacia Libre”, afirmó, mientras se levantaba por segunda ocasión para servirse otra taza de café.
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El clima era agradable, como suele ser todas las tardes en la hacienda Los Laureles, de donde salió de forma apresurada la mañana del 28 de junio cuando escuchó en las noticias que había un golpe de Estado y que Manuel Zelaya Rosales, el último presidente Liberal que ha estado en el poder, fue sacado de Honduras.
“En 2009 había que tomar posiciones, había que definirse: o estábamos a favor de la democracia o de la ruptura constitucional, ese día yo me definí”, relató. Su esposa Daisy Rodas quería acompañarlo, pero su hijo apenas era un bebé y no podía arriesgarse de esa manera.
Carlos Eduardo salió con destino a Casa Presidencial, donde decenas de personas estaban aglomeradas. Los militares tenían acordonada la zona, pero en aquel momento solo se le vino a la memoria ese poema de Nicolás Guillén que reza: “no sé por qué piensas tú, soldado, que te odio yo, si somos la misma cosa yo, tú…”.
“Yo se los recitaba a los militares”, confesó, con la esperanza de que más de alguno reaccionara ante la situación. Entre reflexiones y recuerdos, el sobrino de “el Gallo Colorado” describió ese día como un retroceso sin precedentes para Honduras, donde muchos “traicionaron a la patria”.
En ese entonces él era una de los principales asesores de Zelaya, lo que lo llevó a estar entrando y saliendo de Honduras. Durante ese tiempo estuvo en más de tres países, hasta que a finales de julio intentó ingresar por la frontera de Nicaragua.
“Nos encontramos con él en El Ocotal cuando se venía acercando a la frontera, fue el tiempo que más estuve con él, creo que como una semana. Habían llegado miles de hondureños. Me tocó conseguirles comida, ropa y zapatos porque se habían venido a pie”, contó, mientras recordaba que para esas fechas lo acusaron de entrenar guerrilleros.
Resulta que Carlos Eduardo Reina le había pedido a un amigo una finca prestada a la orilla del Río Segovia, en la frontera entre Honduras y Nicaragua, para que el exmandatario y las personas que lo acompañaban se relajaran.
“Andábamos buscando, en medio de la tensión, distraernos. Aquí dijeron que Carlos Eduardo estaba entrenando guerrilleros”, contó de forma cómica. A su esposa también le pareció gracioso, al menos en ese momento, lo que le recordó aquella historia de la patastera.
“Contále”, le ordenó. Carlos Eduardo señaló con su mano a la parte de enfrente de la hacienda, por donde se ingresa a su casa; luego giró su brazo con dirección al Servicio Autónomo Nacional de Acueductos y Alcantarillado (SANAA), donde en los años 80 los militares instalaron una posta con vigilancia permanente a la hacienda.
“Mi abuelita estaba sembrando una patastera y en eso entró un comando militar a ver qué armas estaba enterrando”, comentó. La historia no era nada parecida a lo que ocurrió cuando estuvieron en Nicaragua, pero le pareció correcta para dar a entender el mensaje: “esa es la locura a la que llevan a los militares”, dijo.
De esa locura habló cuando un día iba para Nicaragua y le decomisaron la mochila que había dejado olvidada en el vehículo o cuando Mel pudo ingresar a Honduras y lo acompañó en la embajada de Brasil por 70 días.
En ninguno de esos momentos pensó en el liberalismo, sino “en estar del lado correcto del pueblo”, aseguró.
“A mi nadie me preguntó si quería ser liberal, pero yo sí decidí ser Libre por convicción”, afirmó. Ahora es el precandidato del movimiento Nueva Corriente, que se enfrentará el próximo 14 de marzo a la facción más fuerte de Libre, aquella a la que ayudó de forma incondicional en 2009.