TEGUCIGAPA, HONDURAS
Mientras citaba a Yuval Noah Harari, Aristóteles o Platón, Nelson Ávila comenzó a platicar sobre su vida. Era lo menos que se podía esperar de un intelectual que a sus 68 años tiene ocho títulos universitarios, incluidos cuatro postdoctorados.
Se sentó en la silla del fondo después de llegar un poco tarde al café acordado. No suele ser impuntual, pero se disculpó diciendo que estaba en otra entrevista con un canal televisivo. Es un hombre muy ocupado, solo en los primeros 15 minutos de diálogo recibió dos llamadas telefónicas.
No quiso tomar café, aunque lo llamó el elixir de la vida; se conformó con una botella con agua para calmar su garganta después de hablar por más de una hora.
Pidió disculpas por quitarse el cubrebocas en tiempos de pandemia, pero casi un año después del primer caso de covid-19 no se acostumbra a usarlo. No dejó de sonreír en ninguno momento, ni siquiera cuando habló de la vulnerabilidad del país que busca liderar.
Nelson Ávila es un hombre agradable. Bastante paciente y sereno, no se altera con facilidad, ni siquiera lo hizo en 2016 cuando Marvin Ponce, ex asesor presidencial, le lanzó un vaso con agua en plena transmisión televisiva. “Muchas gracias”, respondió sin moverse del lugar en el que estaba.
Su peculiar cabello crespo, con tono blanco y negro, no le permite -en ningún lugar- pasar desapercibido.
Siempre habla citando a grandes escritores o reforzando sus argumentos con estudios, informes o análisis, algo usual en un hombre que leyó más de 400 libros solo para escribir su tesis de doctorado.
Su pasión por la lectura surgió desde los seis años, cuando su madre, Ana Luisa Gutiérrez y padre, José María Ávila, decidieron separarse y, con ello, también alejarlo a él de sus tres hermanos menores.
Ambos llegaron a un acuerdo que jamás entendió, porque para él lo más importante era que las clases terminaran para pasar las vacaciones con su progenitora y el resto de su familia. “Miraba a mis hermanos cada 10 meses”, lamentó.
“Producto de esa separación yo me refugié en los libros, eso significó que yo seleccionase a mis amigos, por lo que muchos de mis amigos en este momento son forjados desde la educación primaria, con valores”, contó, mientras su teléfono sonaba desesperadamente. Pidió disculpas, contestó para decir que estaba ocupado e inmediatamente colgó.
Cuando colocó a un lado de la mesa su celular, continuó hablando de su solitaria -pero provechosa- infancia.
Mencionó que nunca le faltó afecto ni cariño; su padre, quien trabajaba como mecánico, siempre estuvo al pendiente de él y le ayudó a ser completamente independiente. De su madre, a quien extrañaba cada mañana cuando el sol salía y se ponía, heredó la fortaleza.
Para él, poder verla, abrazarla, escucharla, era como observar la danza de las aves en el cielo, aunque no dijera que la extrañaba pesaba más esa conexión innata que se genera entre dos seres que por nueve meses fueron uno solo.
Su papá, un liberal empedernido, lo crio como pudo. Nunca dejó de lado esa enseñanza de la lectura o las buenas costumbres. Fue él quien lo guio por el camino de la política, aunque con el tiempo aprendió que no le gustaba la política partidaria.
Fue hasta cuando creó el movimiento 5 de Julio dentro del Partido Libertad y Refundación (Libre) que su perspectiva sobre la política partidaria comenzó a cambiar. Para 2016 ya era precandidato presidencial, de los pocos que proponen y cuestionan.