Cuando tenía 13 años de edad, Antoine Griezmann se fue de su país porque lo consideraban demasiado bajito para jugar al fútbol. Recaló en la Real Sociedad y allí se le hizo el corazón uruguayo antes de graduarse en Madrid.
Daba igual cuántas vueltas diera su camino porque él sabía que este día llegaría: el de levantar con Francia la Copa del Mundo.
Muchas noches pasó soñando con ello durante la época que estuvo viviendo en casa de su descubridor, en la frontera entre su país -donde acudía por la mañana al colegio-, y la España que le había abierto las puertas del fútbol.
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No fue fácil irse de su pueblo de provincias y dejar atrás a su familia siendo un niño que tampoco era por entonces un fuera de serie, pero no había quién le sacara la obsesión de la cabeza a este rubio tímido que quería ser como David Beckham.
Por eso siempre juega con manga larga, afina las faltas y se siente cada vez más cómodo ante unas cámaras que empiezan a adorarle.
Fue muy feliz Griezmann en Rusia después de un año agridulce en el que su idilio con el Atlético vivió sus primeras turbulencias serias por sus coqueteos con el Barça, pese a ganar la Europa League.
'Grizou' parece ir por libre: que los focos y los rivales vayan por Mbappé, cuya técnica y velocidad sí recuerdan a los viejos genios del pasado, que él aprovechará los espacios.
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Su compañero parece llamado a la historia, y se va con cuatro tantos y las felicitaciones hasta de Pelé, pero Griezmann además de otros cuatro (dos de penal) se lleva tres asistencias y la participación en la mitad de los 14 goles que anotó Francia en este torneo.
Uruguayo
Siempre ha estado ahí el menudo Antoine, que salió destrozado tras la dolorosa derrota en la final de la Eurocopa ante Portugal.
Se le resistía la gloria a este delantero obcecado, que ya sabía lo que era perder una final de Champions. Y él quería más.
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Daba igual cuántas vueltas diera su camino porque él sabía que este día llegaría: el de levantar con Francia la Copa del Mundo
15.07.2018
MOSCÚ, RUSIA
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