El emotivo reencuentro de una familia hondureña en Miami

Miami, Estados Unidos La madre lleg&oacute; temprano al Aeropuerto Internacional de Miami, se pase&oacute; por el sal&oacute;n de reclamo de equipajes hasta que la vio. Denia Zelaya se hab&iacute;a despedido de su hija mayor 11 a&ntilde;os antes. Una ma&ntilde;ana de 2004, bes&oacute; la cabeza de Anita dormida y sali&oacute; de la casa sin hacer ruido. 'No le dije adi&oacute;s', recuerda la madre. 'Sab&iacute;a que si despertaba, yo ya no iba a poder ir'. Anita ten&iacute;a 6 a&ntilde;os y su hermana menor, Nicole, menos de 3. Pero Zelaya hab&iacute;a tomado su decisi&oacute;n: huir de las violentas pandillas de su Honduras natal, ir a Estados Unidos, conseguir trabajo. En abril, Nicole, que ahora tiene 12 a&ntilde;os, cruz&oacute; a salvo la frontera a Texas y sigui&oacute; viaje a Miami. Entonces, Anita, de 16, decidi&oacute; emprender la traves&iacute;a con su propia hija Emily, de tres a&ntilde;os, la nieta que Zelaya no conoc&iacute;a. El 18 de julio, en el aeropuerto, Zelaya miraba la foto de Anita en su celular, temerosa de no reconocerla. Entonces sus ojos se posaron en una figura distante, una joven con una infante en brazos. A medida que la chica se acercaba, Zelaya se vio como en un espejo: grandes ojos casta&ntilde;os, pelo ensortijado, sonrisa t&iacute;mida. Por un instante le pareci&oacute; que la distancia no se acortaba. Entonces atrajo a su hija y su nieta y las abraz&oacute;. Anita enterr&oacute; la cara en el pelo de su madre, y de su garganta brot&oacute; un sollozo. Inseguridad en Honduras Son una familia, y en un sentido una de las m&aacute;s afortunadas. Mientras miles de ni&ntilde;os centroamericanos cruzaban la frontera, huyendo de la violencia, buscando a sus familias y una nueva vida en Estados Unidos, esta familia pudo reencontrarse. Todas las familias tienen el mismo objetivo: reunirse y dejar atr&aacute;s las penurias. Pero ahora hay que aprender a moverse en un sistema legal complejo, afrontar los problemas econ&oacute;micos y un pa&iacute;s desconocido. A lo cual se suma la dif&iacute;cil tarea de volver a ser familia. Y en el trasfondo se surge la posibilidad ominosa de que la reuni&oacute;n sea breve: la orden de deportaci&oacute;n es m&aacute;s probable que el asilo. Zelaya vive en situaci&oacute;n ilegal. Durante 10 a&ntilde;os trabaj&oacute; en restaurantes y &uacute;ltimamente en un hotel del aeropuerto. Cuando huy&oacute; de La Ceiba, Honduras, tras presenciar el asesinato de su sobrino por una pandilla, Zelaya dej&oacute; a Anita y Nicole, primero con su hermana y despu&eacute;s con su bisabuela. Pero sin la madre, las ni&ntilde;as ten&iacute;an problemas. Cuando muri&oacute; la bisabuela, las ni&ntilde;as pasaron de un pariente a otro, cambiaban de escuela, a veces ni siquiera pod&iacute;an ir a clase. Nicole dice que lleg&oacute; a segundo grado. Anita, que no pas&oacute; de quinto, trabajaba de lavandera porque el dinero que enviaba Zelaya duraba poco. 'Hab&iacute;a muchas navidades que no pod&iacute;a celebrar porque cuando miraba que todo el mundo empezaba a abrazar y esto, me pon&iacute;a a llorar y me acostaba a dormir', recuerda Anita. 'Tal vez s&iacute; ten&iacute;a algunas cosas que necesitaba, pero no ten&iacute;a a mi madre, y esto es lo m&aacute;s importante, pienso yo'. En Miami, Zelaya trat&oacute; de iniciar una nueva vida , aunque decor&oacute; las paredes de su cuarto con fotos de sus hijas. Form&oacute; una pareja y tuvo dos hijos nacidos en Estados Unidos, Elise, de cinco a&ntilde;os, y David, de cuatro. Frecuentemente hablaba por tel&eacute;fono con Nicole y Anita, y muchas veces acababa llorando. So&ntilde;aba con visitarlas, pero tem&iacute;a las pandillas, dice, y la traves&iacute;a a Estados Unidos era demasiado arriesgada. 'Yo solo me enfoqu&eacute; en trabajar para que alg&uacute;n d&iacute;a las podr&iacute;a traer aqu&iacute;', dice. Hace cuatro a&ntilde;os lo intent&oacute; por primera vez. Las ni&ntilde;as llegaron a Guatemala, pero entonces se conoci&oacute; la noticia de la masacre de decenas de migrantes centroamericanos por un cartel mexicano del narco. Zelaya implor&oacute; al coyote que las llevara de regreso a Honduras. Meses despu&eacute;s, la familia volvi&oacute; a ser v&iacute;ctima de la violencia. Anita, entonces de 13 a&ntilde;os, fue violada por un miembro de la pandilla Mara 18, dicen ella y su madre. Nueve meses despu&eacute;s naci&oacute; Emily, y la pandilla segu&iacute;a acos&aacute;ndola. Anita dice que fue a la polic&iacute;a, pero cree que no tomaron su denuncia. Zelaya estaba abrumada. Habiendo sido madre a los 15, sab&iacute;a de las dificultades que enfrentaba su hija y ofreci&oacute; ayudarla como pudiera. Pero Anita, aterrada por ella y su hija, se negaba a intentar la traves&iacute;a por segunda vez. Alquilaba una pieza o se alojaba con amistades y a veces consegu&iacute;a trabajo como cocinera. Pero a mediados de este a&ntilde;o, una prima decidi&oacute; viajar al norte con sus dos hijos, y propuso llevar tambi&eacute;n a Nicole. Cuando se enter&oacute; que su hermana hab&iacute;a arribado sana y salva, acept&oacute; intentarlo nuevamente con Emily, que ya sab&iacute;a caminar. Madre e hija llegaron a McAllen, Texas, donde las encerraron en instalaciones del Departamento de Seguridad Nacional con otros menores. Poco despu&eacute;s las enviaron al refugio de una organizaci&oacute;n sin fines de lucro en Nueva York, y dos semanas m&aacute;s tarde abordaron el avi&oacute;n a Miami para el reencuentro con Zelaya. En el viaje del aeropuerto a casa, mientras Elise ofrec&iacute;a sus juguetes a Emily y David la bombardeaba con preguntas sobre su 'nueva' hermana, Anita contemplaba a trav&eacute;s de la ventanilla el vecindario dominicano donde vive Zelaya. Los talleres mec&aacute;nicos, salones de belleza y puestos de venta de mangos no eran muy distintos de los de Honduras. Pero ac&aacute; las calles estaban pavimentadas y, le asegur&oacute; su madre, no dominadas por las pandillas. Emotivo reencuentro Durante las primeras noches despu&eacute;s del arribo de Anita, las ni&ntilde;as y su madre cocinaban juntas con callada eficiencia, como si lo hubieran hecho durante toda su vida. Nicole y Anita convencieron a su madre que durmiera con ellas en el peque&ntilde;o dormitorio que compart&iacute;an con los cinco ni&ntilde;os. Despu&eacute;s de dos semanas, deseosa de gozar de un poco de intimidad y orden, Anita ocup&oacute; el dormitorio. Nicole y Elise fueron a parar a un cuarto trasero que se usaba como dep&oacute;sito. Zelaya regres&oacute; a su cuarto con David. Empezaron a turnarse para cocinar. Hab&iacute;a pocos lugares donde ir, la escuela estaba en receso, y la alegr&iacute;a del reencuentro empez&oacute; a disiparse. Para ahorrar, Zelaya solo encend&iacute;a el aire acondicionado durante la noche, por lo que el aire en la casita de cemento atestada se volv&iacute;a casi irrespirable. Alguien siempre ten&iacute;a hambre. Y los viejos rencores empezaron a aflorar. Desde que nacieron Elise y David, Anita reprochaba a Zelaya que la reemplazara a ella y Nicole con sus nuevos chicos estadounidenses. 'Yo trato de explicar a ellas que los m&aacute;s chiquitos necesitan protecci&oacute;n porque son muy peque&ntilde;os todav&iacute;a,' dijo Zelaya. 'Nosotras tambi&eacute;n', interrumpi&oacute; Anita, bromeando a medias. En Honduras, Anita esperaba tener alg&uacute;n d&iacute;a su propio sal&oacute;n de belleza o una cafeter&iacute;a. Ahora quiere volver a la escuela. 'Me gustaba las ciencias y espa&ntilde;ol, y no era tan mala en la matem&aacute;tica', dice. 'Quiero ir por todos los a&ntilde;os que no fui. Despu&eacute;s, quiero trabajar y ayudar a mi mam&aacute;'. Pero le preocupa estar tan retrasada con respecto a otros de su edad, y le avergüenza haber llevado una vida tan distinta de la de ellos. Zelaya trata de no agobiar a sus hijos. Desempleada desde diciembre, recibe ayuda de su pareja mientras busca trabajo. Problemas ec&oacute;nomicos Y aunque disfruta de estar con sus ni&ntilde;as, le preocupan los miles de d&oacute;lares que debe a su madre y a su novio, quienes pagaron a los coyotes. Tiene que comprar cuatro pares de zapatos y Nicole necesita las vacunas antes de ir a la escuela. Sabe tambi&eacute;n que a sus hijas les espera un camino legal arduo. Jorge Rivera, un abogado de inmigraci&oacute;n, ha aceptado tomar el caso de Anita sin cobrar, pero les ha advertido que no hay garant&iacute;as. Una organizaci&oacute;n hondure&ntilde;a sin fines de lucro ayuda a Nicole. Los jueces de inmigraci&oacute;n no siempre aceptan la violencia pandillera o la violaci&oacute;n como fundamentos para otorgar asilo. Las dos ni&ntilde;as —e indirectamente Emily— podr&iacute;an cumplir los requisitos para una visa especial para j&oacute;venes v&iacute;ctimas de abandono o abuso, pero para ello deber&iacute;an obtener mucha documentaci&oacute;n de su pa&iacute;s de origen. 'Si no tiene nada de su pa&iacute;s que demuestre que fue atacada por las pandillas, lo &uacute;nico que hay es su palabra, y podr&iacute;an considerarla insuficiente', dice Rivera. Anita aguarda la fecha de su audiencia de inmigraci&oacute;n; la de Nicole ser&aacute; en enero. Aunque la fecha de la resoluci&oacute;n aun es lejana, Zelaya teme que en cualquier momento —en el consultorio m&eacute;dico o en el supermercado— los agentes de inmigraci&oacute;n la detengan a ella o sus hijas. 'Si me deportan, volver&eacute; al d&iacute;a siguiente', jur&oacute;. 'No arriesgar&eacute; las vidas de mis chiquitos en Honduras, y menos todav&iacute;a las de mis hijas que acaban de llegar'. Una tarde lluviosa, cansados de estar encerrados en la casa, fueron todos a la tienda. Los hombres las miraban fijamente, en particular a Anita y Nicole. 'Tantos ni&ntilde;os. ¿Todos son tuyos? Reg&aacute;lame dos, por favor', suplic&oacute; uno en tono de broma. Zelaya se crisp&oacute;. Tem&iacute;a por Anita, quien ha relatado su historia a periodistas, asistentes sociales y el abogado. Despu&eacute;s de cada encuentro, la ni&ntilde;a parece volverse hosca. Cuando pasaban un charco, el peque&ntilde;o David distendi&oacute; la situaci&oacute;n. 'Col&uacute;mpiame, mami', dijo. 'Yo tambi&eacute;n,' dijeron a coro Elise y Emily. Zelaya, Anita y Nicole tomaron las manos de los peque&ntilde;os para columpiarlos mientras caminaban. Los chiquitos chillaban y poco despu&eacute;s Zelaya y las chicas mayores re&iacute;an, formando una cadena familiar, felices bajo la lluvia.

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