Honduras

Abandonó su país natal para brillar en Honduras

Artista Este escultor de origen salvadoreño sufrió vicisitudes para lograr convertirse en un profesional de las artes plásticas. Hoy sus obras de arte producidas con materia prima hondureña le han dado la vuelta al mundo

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18.03.2018

Tegucigalpa, Honduras
Estaba sentado enfrente de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), en el Parque La Libertad de Comayagüela, cuando de repente llegaron unas muchachas, parecían ser estudiantes. Recuerdo que fue un domingo como a las 5:00 de la tarde.

Querían que alguien les ayudara con unos diseños que iban a presentar en unas exposiciones en su último parcial en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).

Ese encuentro, más que fortuito, significó una luz en el camino del ahora escultor Junior Katlin Cruz Torres.

La situación de violencia y el asedio de las pandillas obligó al artista del mármol a emigrar de su natal tierra, El Salvador. Tenía la mira puesta en su más cercano vecino: Honduras.

Aunque para muchos no existen, una “mentira piadosa” lo ayudó a encarrilarse en el espléndido mundo de las artes y en especial de la escultura.

“Fue para este tiempo, bien lo recuerdo, yo vine a hacer el examen de admisión a Bellas Artes, estaba dibujando en un papel, pero no era algo profesional ni mucho menos”, cuenta Junior Katlin.

“Andamos buscando a algún estudiante de Bellas Artes, pero ya no hay nadie, está cerrado”, me dijeron las muchachas.

Me preguntaron “¿pero usted es estudiante de Bellas Artes?”. Sin pensarlo dos veces y sin tener conocimiento alguno del dibujo tecnificado, nada más confiando en lo innato, el muchacho les dijo que sí.

Era mentira... Yo no era estudiante aún, contó el protagonista de esta historia, mientras dejaba salir un sonrisa impregnada de recuerdos.

Por primera vez en Honduras
Llegué a Tegucigalpa sin conocer nada ni a nadie. El principal objetivo en ese momento era buscar dónde vivir, y sin tener dónde pasar la noche, mientras realizaba durante varios días los exámenes de admisión en la ENBA, no le quedó de otra que mentir.

“Necesitamos que nos haga unos dibujos. ¿Cuánto nos cobra?”, me dijeron.

“Si ustedes confían en mí, que no les voy a causar ningún daño en su casa, yo les puedo ir a trabajar toda la noche en su casa”, les dijo.

El apuro de tener un lugar donde pernoctar esa noche fue más grande que el temor de saber a qué se estaba enfrentando y si podría cumplir con la tarea que las jovencitas le estaban solicitando.

Agradecidas por haber encontrado a alguien que las podía sacar del apuro, a tan sólo unas horas de presentar su trabajo final en la UNAH, las muchachas llamaron a uno de sus padres y le expusieron la situación.

Al finalizar la comunicación telefónica, una de ellas le dijo a Junior: “Vámonos, mi papá dijo que sí”.

Entre plática y plática, el aprendiz de dibujante fue soltando pinceladas de su oculta realidad.

“Mientras yo hacía los dibujos, comenzamos a platicar con los papás, llegó la comida y seguimos platicando; tuve que decirles de dónde venía y que no estudiaba en la ENBA, pero que sí dibujaba”.

Le tendieron una mano amiga

Me dieron alojamiento por 12 días, relató. Ese tiempo era suficiente para terminar todos los exámenes de admisión que tenía que aprobar para ingresar a la Escuela Nacional de Bellas Artes en Tegucigalpa.

“Dormía en un porche, con el frío y todo, pero por lo menos tenía un techo donde dormir”, narró.

El agradecimiento al empírico artista fue tal que las jovencitas lo iban a dejar y a traer a Bellas Artes, aprovechando el momento en que ellas también iban a clases a la UNAH.

“Yo no conocía nada”, argumentó.

Pasaron los 12 días en los que tuvo que someterse a los exámenes y llegó la hora de regresar a su terruño. La ciudad de Santa Ana, en el hermano país de El Salvador, le esperaba. Su familia aún más.

Uno de esos días, ya casi para finalizar el mes de enero, sonó el teléfono. Era la llamada de Honduras que tanto esperaba Junior Katlin, el entusiasta adolescente de tan solo 14 años de edad.

“En febrero que regresé a Honduras me vine directamente para donde ellas, ahí me quedé viviendo durante un mes, después (sus amistades) me ayudaron a buscar donde vivir, en otro lugar que pudiera rentar”.

La casa de las amistades del ahora escultor está ubicada en la colonia San José de la Vega, al sur de la capital.

“Me matriculé en la carrera de Magisterio en Artes Plásticas y pasados los días me quise cambiar de carrera, por que yo miraba que otros compañeros tenían más clases de escultura y cerámica, pero seguí hasta finalizarla”, relató.

Con el tiempo me fui dando cuenta, explicó Junior, “que maestros como Ciserón, Víctor Hugo, Blas Aguilar y Luis Guerra fueron egresados de la carrera de Magisterio en Artes Plásticas”.

Al irse de la casa de sus amigas en Honduras, las cosas darían un giro radical y la necesidad de estudiar lo llevó a vivir bajo las gradas de una bodega en la colonia Miraflores. “Ahí me alquilaban a 800 pesos (lempiras), como pude acomodé una cama y ahí vivía”.

Las ganas de salir adelante hicieron que el salvadoreño diera la milla extra.

En la ENBA le daban la oportunidad de hacer sus propias esculturas. La dedicación le permitió ir desarrollando las técnicas, tal vez mejor que sus propios compañeros, y sin dinero para poder subsistir empezó a vender esculturas.

“Tenía que tener dinero para suplir cuatro cosas, pero en ese momento solo me alcanzaba para una de las cuatro”.

Tenía que pagar sus estudios, la comida, la renta del lugar en el que ahora vivía y el transporte hacia su centro de estudios, pero solo tenía para una cosa.

“Como tenía que tener dinero para las otras cosas, hacía entre tres y cuatro esculturas a la semana para venderlas y, además, les ayudaba a mis compañeros a cambio de comida”, contó Katlin.

Se especializó en Italia

Pero lo mejor en la vida de Katlin estaba por venir...

En el año 2005, la oportunidad de una beca para ir a estudiar escultura a Italia le daría un rumbo a la proa de su barco y Katlin abordó un avión que lo llevaría a la tierra de Miguel Ángel, uno de los más grandes escultores de la historia.

Se especializó durante tres años en el taller de escultura Binotello Di Gines y después de ese tiempo regresó a Honduras. Sí, a Honduras, a pesar de no ser su país de origen. Aquí abrió su taller y hoy en día es uno de los mejores escultores en el país.

Su pequeño taller está ubicado en la carretera hacia Danlí, justo antes de llegar al Zamorano. Sus piezas de arte son exhibidas en una sala de ventas en Choluteca y otra en la paradisíaca isla de Roatán, donde miles de extranjeros aprecian y compran las esculturas talladas por las manos del salvadoreño