Atados a un cepo y cumpliendo trabajos forzados, así era la vida de un reo en el sistema penitenciario a principios de 1900 en Honduras.
El sistema penitenciario hondureño comenzó allá por el año de 1870 cuando se construyó la primera cárcel como tal en Yoro, al norte de Honduras. Era una edificación de adobe, madera y teja con una capacidad apenas para 150 reclusos.
Pero fue entre 1883-1888 cuando, por órdenes de Marco Aurelio Soto, se edificó la primera Penitenciaría Central (PC), que por más de un siglo funcionó en el barrio La Hoya, de Tegucigalpa.
Con una inversión de 30,500 lempiras se creó el murallón perimetral de barro, mientras que las bartolinas eran de adobe, suelo empedrado, techos de madera rústica y teja.
Apenas albergaba a 184 reclusos, entre ellos varias mujeres. Con la crecida del Río Chiquito -aledaño a la cárcel y que inundaba el huerto que ellos mismos habían creado- sacaban legumbres que servían para su alimentación.
Más adelante, en tiempos de la dictadura de Tiburcio Carías Andino (1933-1949), la PC fue ampliada hacia el sector de La Plazuela, cubriendo un amplio terreno en el histórico barrio La Hoya, además se le construyó un segundo piso y varios torreones de vigilancia.
Para entonces se estableció una serie de pesadas tareas que obligatoriamente los reclusos debían cumplir. Ellos fueron responsables de abrir paso a algunas de las carreteras del país; con picos y palas rajaban peñascos e iban abriendo la senda para los constructores.El historiador Mario Argueta señala que muchas de las viejas calles empedradas de Tegucigalpa que hoy conocemos fueron realizadas con mano de obra de reclusos.
La administración Carías se adjudicó el logro de haber logrado construir, con mano de obra semiesclava, más carreteras que en los primeros cien años de la República.
De 1883 a 1888Tiempo que se tardaron las obras de la primeraparte de la Penitenciaría Central, tras ser ordenadas por el entonces mandatario Marco Aurelio Soto. En la etapa de Tiburcio Carías Andino se amplió y construyó un segundo nivel. |
La pesada labor era realizada mientras estaban atados de sus pies con cadenas que los unían a otros compañeros y a bolas de hierro de al menos 60 libras de peso, por lo que la sola idea de intentar escapar era absurda.
+Más de 18,000 reos residen en centros penales de Honduras
Prisioneros de la cruel tortura
El periodista William Krehm, excorresponsal de la revista Time, en su libro “Democracia y Tiranías en el Caribe', describe la situación de los prisioneros en ese tiempo: 'En sus celdas del piso bajo, practican lecciones de música, y hacen saber al visitante que el progresivo régimen del doctor y general Carías se asegura la colaboración para redimir a sus ciudadanos descarriados. Pero hay otras prisiones que no se enseñan a los turistas'.
'En la Penitenciaría Central cientos de prisioneros políticos se pudren en húmedos calabozos', aseguró el periodista.
Algunos arrastraban cadenas a las cuales van sujetas bolas de hierro de sesenta libras; otros se ven obligados a permanecer con el rostro hundido en la tierra humedecida del pavimento, con un peso en la espalda, durante interminables semanas.
Había una silla eléctrica cuyo voltaje era insuficiente para matar, pero lo bastante fuerte para despertar la lengua, y celdas donde no se puede estar ni de pie ni echado.
Muchos de los reclusos perdieron la razón y otros murieron. Los azotes se administraban con un látigo denominado “verga de toro”, hecho con el órgano genital de una res, distendido y seco, con un alambre atravesando su canal, según el libro.
Cárceles subterráneas e incineración de reos
Las cárceles subterráneas se mantuvieron casi en secreto, pero mediante unas excavaciones en la década de 1950 se encontraron restos humanos (osamentas) y hasta argollas a las que los presos eran asegurados, hallazgo plasmado en el libro 'Mártires de la Tiranía'.
En dicho documento, dos peritos médicos, Víctor Manuel Velásquez y Carlos M. Gálvez, determinaron que la osamenta encontrada allá por los años 50 en efecto provenía de seres humanos.
Los mismos huesos fueron examinados por el antropólogo Jesús Núñez Chinchilla -según cita 'Mártires de la Tiranía'-, quien detalló que los cuerpos habrían sido incinerados y sus residuos arrojados en fosa común. Al menos tenían unos diez años de haber fallecido.
La obra 'La cárcel y mis carceleros', de Salomón Sanabria, también recoge pruebas de la incineración de cuerpos de muchos prisioneros, especialmente presos políticos.
De cárcel a monumento nacionalDel antiguo recinto penal del barrio La Hoya quedan pocos vestigios en pie y apenas un espacio desolado convertido en parqueadero de la Alcaldía de Tegucigalpa, además funciona un vivero y espacio hasta para colorear el aserrín usado en las alfombras de Semana Santa.
Algunos aseguran que se podía apreciar las argollas donde eran amarrados los cepos de los prisioneros en sus muros de más de un metro de grosor en algunas secciones.
18mil personas vivenrecluidas en los centros penales de todo Honduras. |
En torno a la PC solo han quedado las historias que cuentan vecinos donde algunas noche se escucha decir: 'ese Juan', que era la forma como algunos presos se ganaban la vida llamando a gritos a algún compañero cuando llegaba una visita a buscarlos.
+De King Size a camas de cemento ¿Cómo cambia Honduras su sistema de cercelario?
Hacinamiento empeora situación penitenciaria
A partir de 1998, la situación de los centros penales del país se volvió inestable. Incendios, motines y fugas masivas comenzaron a caracterizar la crisis del sistema penitenciario hondureño.
Fue en octubre y noviembre de ese año cuando el inmueble de la Penitenciaría Central fue inhabilitado debido a los estragos que ocasionó el huracán Mitch en 1998, y posteriormente declarada monumento nacional en noviembre del 2002.
Parte del vetusto edificio colapsó por las lluvias y obligó al masivo traslado de reos de manera inesperada a la entonces recién construida cárcel Marco Aurelio Soto, nombrada así en honor al presidente que ordenó la edificación del primer penal. La edificación -moderna para esa época- está ubicada en el valle de Támara, en la carretera al norte, con capacidad para 2,500 reos.
Nuevos males, nuevas cárceles
Tras el Mitch, la transformación del sistema carcelario cae en pausa. Es hasta 2014 cuando se comienza a desarrollar la construcción de varios centros penales de mayor capacidad y máxima seguridad: El Pozo I en Ilama, Santa Bárbara, al occidente de Honduras; y La Tolva o El Pozo II, ubicada en Morocelí, El Paraíso, zona oriental.
Estas modernas construcciones son auténticas moles de cemento, con varios anillos de seguridad para evitar fugas o el ingreso de armas y la vigilancia extrema de un circuito de 400 cámaras.
Los reos siguen un estricto reglamento interno, algunos solo reciben una hora de sol al día, y las visitas pasan por varios filtros. En las celdas apenas hay camas de cemento, un sanitario y un espejo de aluminio pulido.
Hay espacios para reos comunes, pero también módulos aislados de máxima seguridad con capacidad para dos presos, quienes solo pueden salir esposados para sus actividades diarias y vigilados por su respectivo custodio.
Esta reingeniería en el sistema carcelario estuvo motivada en parte por las tragedias registradas en la última década donde cientos de reclusos han muerto presos de las llamas, como sucedió en el Centro Penal de Comayagua; o en sangrientos motines.
En los últimos meses, el traslado de reos a las nuevas megacárceles y la resistencia que estos han puesto a los reubicaciones, ya sea con protestas o fugas, han acaparado los encabezados de los medios de comunicación.
Una serie de casos cuestionables en este 2017 han empañado los notables esfuerzos por tener un sistema carcelario decente y moderno con El Pozo I y El Pozo II. Tal es el caso de la fuga de 18 pandilleros de la 18 del Centro Penitenciario de Támara, que al parecer salieron por la puerta principal sin que hasta el momento se halla establecido cómo sucedieron las cosas.
Solo días después y luego de anunciar con bombos y platillos que las nuevas cárceles construidas son de máxima seguridad, una nueva polémica surgió: Un recluso trasladado de Támara a la cárcel de El Pozo I fue capturado pocas semanas después en un operativo tras el asesinato del periodista Igor Padilla.
El sujeto fue identificado con el alias de 'Little Sam', quien gozaba de libertad y habría participado en el crimen tras haber sido liberado por una flexibilidad de la ley.
+Le puede interesar: Paso a paso como Little Sam salió de El Pozo
18mil 198 reos conformanla población de centros penitenciarios hasta la fecha en Honduras. |
Si se trataba de dos personas usando una misma identidad y seudónimo, o de un solo sujeto que a pesar de estar condenado andaba libre, no está definido todavía por las autoridades.
Los centros de internamiento para menores infractores también han sido signos de la debilidad del sistema penitenciario.
En el Centro de Menores Renacer solo en este año se han reportado al menos tres grandes fugas.
A inicios de junio, en las bartolinas del Escuadrón de Comandos Especiales, conocido como Los Cobras, hasta un túnel habían cavado los jóvenes para fugarse del lugar, lo que además ha orillado a las autoridades a cuestionarse la posibilidad de reducir la edad punible en Honduras y procesar a los menores infractores como adultos.
Y finalmente, aún en la cárcel de máxima seguridad El Pozo II ya se registró una revuelta que dejó destrozos en los comedores del centro penal y la muerte de dos reclusos, en distintos hechos violentos y a manos de sus propios compañeros de celda.
Honduras aún está lejos de alcanzar un sistema penitenciario seguro y reformatorio que permite -dentro de lo posible- la reinserción de los convictos a la sociedad, conciden los expertos.
+Motin de pandilleros deja destrozos en la cárcel de La Tolva (El Pozo II)