Honduras

Luis Zelaya

17.11.2017

Nadie duda que el candidato del Partido Liberal tiene una notable trayectoria profesional. Que su postulación como presidenciable despertó entusiasmo y reavivamiento en las filas de su agrupación, que venía un tanto decaída, ese será un logro que se le reconocerá.

Sin embargo, la política es otro mundo distinto a la academia o a las empresas, esta diferenciación se ha notado en la conducción del nuevo presidente y candidato del liberalismo, que al inicio de la campaña desconoció ciertas reglas del abc de la política, como la humildad, el diálogo, la inclusión, la tolerancia y el reconocimiento de los méritos de los líderes del partido. Luis violó esos códigos y los errores le pasarán factura el 26 de noviembre.

Además de actitudes personales, hay otros aspectos estructurales a considerar. Lo he dicho en reuniones privadas a las que me han invitado distinguidos amigos liberales, como el destacado dirigente Antonio Ortez Turcios, el Partido Liberal para recuperarse de la fractura del 2009 tiene que realizar cambios profundos, no cosméticos, como poner de candidato a un “outsider’’.

Se equivocan los financistas y algunos líderes colorados al pensar que para volver a ser competitivos basta con una “cara nueva’’.

Para que el votante independiente, no el liberalismo, vuelva a confiar en ese partido, a corto plazo los distintos líderes deben sentarse y consensuar reformas en sus viejas estructuras, renovar sus cuadros, ya basta con Montoya y Ortez Sequeira.

Su crítica situación les obliga a ser audaces, como lo fueron en el lejano pasado, cuando impulsaron reformas del Estado y de la sociedad.

El nuevo liberalismo o liberalismo social no debería ser una simple consigna como la esgrimió Mauricio Villeda o Luis Zelaya, no. Implica un giro ideológico y una verdadera propuesta de cambios económicos y sociales para el país, que lo vuelvan atractivo al hondureño.

Adicionalmente, deben romper con esa visión sectaria, casi religiosa, que los últimos dos candidatos le han imprimido a una institución que está en una verdadera encrucijada, de reinventarse o languidecer.